Enrique García Álvarez, maestro del Astracán, revolucionó el teatro madrileño con su humor absurdo y su vida excéntrica, dejando un legado irreverente en la dramaturgia española.
El teatro español ha sido testigo de la obra de grandes dramaturgos, pero pocos han dejado una huella tan peculiar y extravagante como Enrique García Álvarez (Madrid, 1873 – Madrid, 1931).
Considerado uno de los creadores del subgénero teatral del Astracán o la Astracanada, su legado sigue siendo un referente del humor absurdo y del ingenio desbordante que marcó el teatro madrileño del último tercio del siglo XIX y principios del XX.
El Astracán, ese teatro cómico, grotesco, cargado de juegos de palabras y exageraciones disparatadas, fue cultivado por nombres ilustres como Carlos Arniches, Antonio Paso, Joaquín Abati y Pedro Muñoz Seca, pero pocos lo llevaron a la cima como García Álvarez.
En colaboración con su amigo Antonio Casero y Barranco (1874-1936), supo dotar a este estilo de una identidad única, alejándose del costumbrismo tradicional y apostando por una comicidad basada en la exageración y lo inesperado.
El teatro por horas y la transformación del espectáculo
En la época en que García Álvarez desarrolló su obra, Madrid vivía el auge del “teatro por horas”, una modalidad en la que varias piezas breves se representaban en una misma jornada.
Este formato permitía a los espectadores disfrutar de una oferta variada sin necesidad de pagar el elevado coste de una obra completa.
Sin embargo, lo que comenzó como una alternativa económica al teatro convencional, terminó influyendo en la evolución de la dramaturgia española.
El teatro por horas allanó el camino para nuevas corrientes teatrales, como el naturalismo de Benito Pérez Galdós, el simbolismo o el expresionismo de Valle-Inclán, y el teatro social de Jacinto Benavente.
García Álvarez logró llevar sus obras a los principales escenarios de la capital, con estrenos en teatros emblemáticos como el Lara, el Eslava, el Recoletos, el Teatro de la Comedia y el Teatro Variedades.
Su estilo caricaturesco, que desafiaba las convenciones narrativas tradicionales, cautivó a un público que buscaba entretenimiento ligero pero ingenioso.
Enrique García Álvarez no solo destacó por su talento literario, sino también por su excéntrica personalidad.
Era un hipocondríaco consumado, obsesionado con su salud, lo que lo llevaba a realizar constantes visitas a farmacias en busca de los últimos remedios para enfermedades imaginarias.
Su vida bohemia estaba marcada por costumbres singulares, como pasar gran parte del día en la cama y solo levantarse para asistir al teatro o recibir a amigos dramaturgos con los que compartía interminables charlas sobre literatura.
Se cuenta que, en una ocasión, un joven escritor fue a su casa en busca de consejo. García Álvarez lo invitó a sentarse en la cama, luego a recostarse, y horas después, ambos fueron encontrados dormidos con los manuscritos esparcidos por toda la habitación.
Su extravagancia también se reflejaba en su humor, como lo demuestra la insólita anécdota que protagonizó en el velorio de su propia madre.
Carmen Álvarez, actriz de comedia, murió trágicamente cuando un ascensor se precipitó al vacío. En pleno velatorio, rodeado de familiares y amigos, García Álvarez se situó junto al féretro y, con el rostro serio, declamó unos versos que dejaron atónitos a los presentes:
“Cuando se murió mi madre,
si la quería el Señor,
que para llevarla al cielo,
se la llevó en ascensor.”
Lejos de generar luto, su intervención provocó carcajadas entre los asistentes, reflejando su particular forma de ver la vida y la muerte. Otra versión de los mismos versos, con ligeras variaciones, se popularizó en los círculos teatrales:
“No me queda más consuelo,
dentro de este gran dolor,
que ver que has subido al cielo,
madre mía, en ascensor.”
A pesar de su excentricidad, García Álvarez fue un escritor prolífico y un gran renovador del teatro español. Sus obras, además de entretener, reflejaban los cambios sociales de su época y fueron consideradas verdaderos documentos sociológicos.
Fue pionero en explorar los límites del absurdo, una característica que décadas más tarde influiría en movimientos teatrales como el teatro del absurdo de Eugène Ionesco y Samuel Beckett.
Sus textos siguen siendo una referencia para quienes buscan entender la evolución de la comedia en España.
Murió en 1931, dejando tras de sí una obra que sigue fascinando por su ingenio y atrevimiento. Su amigo y colaborador Antonio Casero continuó cultivando el Astracán, pero el género fue perdiendo protagonismo con el tiempo.
Sin embargo, su influencia sigue presente en el teatro contemporáneo y en la forma en que los dramaturgos juegan con el lenguaje y el humor.
La historia de Enrique García Álvarez es la de un genio irreverente, un hombre que supo convertir lo ilógico en arte y que desafió las convenciones de su tiempo con una risa siempre a punto de estallar.
Un dramaturgo que entendió que el humor, incluso en los momentos más oscuros, podía ser la mejor herramienta para enfrentarse a la vida. 🎭✨
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