Libertad Lamarque, una de las grandes figuras del cine latinoamericano, no solo dejó una huella imborrable en la pantalla, sino que también estuvo envuelta en un misterio que estremeció a la Iglesia y marcó para siempre la memoria de quienes conocieron su historia más oculta.

En 1971, una confesión inesperada sacudió a un sacerdote en Guadalajara, revelando secretos que durante décadas permanecieron en el silencio y el miedo.

Libertad Lamarque - IMDb
Esta es la historia de Susana Pornelas, ama de llaves de Lamarque, y los sucesos inexplicables que vivió en la casona donde la actriz residía.

 

El canal *Historias de la farándula* nos invita a descubrir relatos que el tiempo quiso borrar, secretos susurrados al oído de un sacerdote y sellados por el miedo.

En esta ocasión, se revela una confesión que no llegó a los libros, pero que estremeció a la Iglesia y manchó de misterio el nombre de Libertad Lamarque.

 

En 1967, Susana Pornelas fue contratada como ama de llaves por Libertad Lamarque.

La actriz ya no era la luminaria que desfilaba por alfombras rojas, pero mantenía una vida marcada por la elegancia discreta y rituales estrictos.

Vivía en una imponente casona en la colonia Santa María la Rivera, aislada del bullicio, la prensa y la curiosidad ajena.

 

Desde el primer día, Susana sintió que la casa no estaba vacía. No se trataba de ruidos o sombras comunes, sino de una atmósfera densa, casi palpable, como si la casona misma respirara con esfuerzo.

Libertad era amable pero distante, obsesiva con el orden, la limpieza y los horarios, y evitaba hablar de su pasado o emociones.

Susana la veía pasear sola al atardecer, deteniéndose frente a espejos antiguos como si esperara ver algo más que su reflejo.

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Cada mes, sin falta, cuando el calendario marcaba el fin, todo cambiaba en la casa.

Una madrugada, Libertad se presentó en la habitación de Susana vestida con una túnica blanca y una cadena pesada en las manos.

Con voz serena pero mirada ausente, le pidió que la encadenara a una silla en el sótano, cerrara la puerta con llave y no regresara hasta el amanecer.

Rogó que no escuchara nada ni se quedara.

 

Lo que comenzó como una rareza excéntrica se volvió una rutina mensual. Libertad bajaba al sótano, se dejaba encadenar y permanecía allí hasta el amanecer.

Al salir, emergía empapada en sudor, pálida y con los ojos vidriosos, guardando un silencio más espeso que el anterior.

Nunca hablaban de lo ocurrido.

 

Con el paso del tiempo, la curiosidad de Susana se convirtió en angustia. Su sueño se volvió frágil, perdió el apetito y sentía una presión interna que le exigía respuestas.

Una noche de noviembre decidió no irse, fingió apagar las luces y cerrar la puerta, y se ocultó detrás de una vitrina frente a la entrada del sótano.

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Desde su escondite, escuchó sonidos guturales, como si una criatura herida gimiera en un idioma desconocido.

Luego un largo silencio, seguido por voces que la helaron. Primero, la voz de su madre, pidiéndole que la desatara, con su entonación exacta.

Después, la voz de su padre fallecido, suplicando ayuda desde la oscuridad.

 

Pero lo más aterrador fue una tercera voz, masculina, grave y desconocida, que hablaba con cadencia seductora, dirigiéndose a Susana por su nombre completo.

Le ofrecía riquezas a cambio de liberar lo que estaba encadenado y amenazaba con ir por su hijo si no obedecía.

 

Atormentada por el miedo y el instinto maternal, Susana huyó con su hijo antes del amanecer, sin mirar atrás ni recoger sus pertenencias.

Durante años desapareció sin dejar rastro, hasta que finalmente llegó a una congregación en Guadalajara y pidió confesión.

 

El sacerdote que la escuchó quedó paralizado por la intensidad y los detalles de la historia.

Reconoció la gravedad del relato y le advirtió que no volviera a acercarse a Libertad ni a la casona.

Fotos Libertad Lamarque, actriz y cantante
La confesión abrió una herida que ni el tiempo ni la fe lograron cerrar.

 

Décadas después, la casona fue demolida y en su lugar se construyeron oficinas sin alma ni historia.

Sin embargo, quienes trabajan en el lugar afirman que en las noches finales de cada mes se escuchan murmullos y ruidos inexplicables.

Voces de mujer que gritan en un idioma imposible, seguidas por la voz de un niño que pide ayuda, mantienen vivo el misterio que rodea a Libertad Lamarque y su antigua residencia.

 

Esta historia nos invita a reflexionar sobre los secretos ocultos tras las figuras públicas y la fragilidad humana que a menudo se esconde detrás del brillo y la fama.

La confesión de Susana Pornelas no solo estremeció a un sacerdote, sino que dejó una marca imborrable en la memoria colectiva, recordándonos que hay realidades que desafían la lógica y el entendimiento.

 

Libertad Lamarque, más allá de ser una estrella del cine, se convierte en un símbolo de misterio y dolor, un enigma que aún hoy provoca preguntas sin respuesta y susurros en la oscuridad.

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