A sus 65 años, Sergio Vargas rompe el silencio y comparte una historia de vida que ha dejado a todos sin aliento.

Más allá del ícono del merengue, del artista de voz poderosa y presencia escénica imponente, hay un ser humano que ha caminado por senderos de pobreza, dolor, amor perdido y redención personal.

Desde sus humildes orígenes en Villa Altagracia, uno de los rincones más pobres de República Dominicana, Sergio revela con franqueza los momentos más duros que marcaron su vida: una infancia sin libros, sin zapatos, pero con el alma llena de música.

Con lágrimas en los ojos, confiesa haber pasado hambre, haber trabajado desde niño cargando caña y sirviendo agua a las vecinas, todo para poder sobrevivir.

Pero nunca dejó de soñar.

Su madre, una mujer fuerte, fue quien sembró en él la convicción de que sería un artista.

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Su muerte, provocada por una negligencia médica, lo marcó profundamente.

Esa pérdida, seguida por la muerte de su padre y la llegada de Ramona, su madrastra convertida en ángel guardián, le enseñó que incluso en el dolor más profundo puede surgir el amor y la compasión.

Sergio no esquiva los temas delicados.

Habla sin filtros de la presión, la manipulación, los vicios y la decadencia que encontró dentro de la industria musical.

Su decisión de abandonar el grupo Los Hijos del Rey no fue solo artística, sino moral.

Denunció el ambiente tóxico que vivió, incluyendo relaciones turbias, favoritismos y propuestas indecentes.

Su testimonio cobra aún más valor al señalar que, aunque muchos callan, él no quiere seguir cargando con silencios ajenos.

En lo personal, también ha sido blanco de rumores, como aquel que lo vinculó con la esposa de Sammy Sosa, lo cual desmiente con firmeza y humor.

El Avance

Afirma que siempre le han gustado las mujeres, pero no la ajena.

Confiesa que, aunque ha tenido muchas relaciones y ocho hijos con distintas madres, el verdadero amor lo perdió.

Aquel con quien se casó, su amor de juventud, se desvaneció por culpa de la fama y la inmadurez.

Hoy, aún le pide a Dios una segunda oportunidad para amar de verdad, para no morir solo.

Sobrevivió a una hepatitis viral que casi lo mata, a un accidente de autobús en Venezuela que cobró la vida de su compañero percusionista, y al COVID-19, que lo dejó al borde de la muerte tras varios días en cuidados intensivos.

Pero como él mismo dice, “la música es mi alma, mi escape y mi promesa.”

Esa misma pasión lo llevó a triunfar en los escenarios del mundo, firmar con disqueras como CBS y llenar estadios en América Latina.

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Pero Sergio no se quedó solo con la fama.

Usó su voz también para la política y el activismo.

Fue electo diputado y luchó por llevar agua, salud y educación a su pueblo.

Fundó una organización benéfica en Nueva York y hasta se dejó el cabello largo como protesta simbólica hasta que arreglaran las calles de su comunidad.

Para él, el poder solo vale si mejora la vida de los demás.

Premiado con discos de oro, ovacionado en el Festival de la Calle 8 y ganador del Latin Grammy en 2021, Sergio Vargas ha demostrado que el talento verdadero trasciende modas.

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Su historia no es solo de éxito, sino de resiliencia.

No nació en cuna de oro, pero su vida es hoy una joya forjada en lucha, fe y perseverancia.

A los jóvenes que sueñan con cantar, les deja una enseñanza clara: no basta con tener herramientas, hay que tener respeto por el arte y por el mensaje.

Porque cuando la gente escuche tu nombre, lo importante es que diga “ese sí dejó algo que vale.”

 

Sergio Vargas no solo hizo historia en la música; también dejó un legado de integridad y humanidad que ni el tiempo podrá borrar.