Nino del Arco, nacido en Madrid en 1958, fue uno de los actores infantiles más entrañables del cine en español durante las décadas de 1960 y 1970.
Su rostro angelical y talento precoz lo convirtieron en un ícono para millones de espectadores, especialmente en América Latina.
Protagonizó películas como *La gran aventura*, *El Cristo del Océano* y *Calimán, el hombre increíble*, donde su carisma en pantalla se mezclaba con una sensibilidad emocional poco común para su edad.
Desde muy pequeño, demostró una facilidad natural para actuar.
Podía llorar ante las cámaras con solo imaginar la pérdida de su madre, y esa capacidad para conectar con sus emociones dejó una huella profunda en el público y en los directores que lo dirigieron.
Su ascenso fue meteórico.
A los cinco años fue elegido por Sergio Leone para un papel en *Por un puñado de dólares*, tras una audición en la que el director no quiso ver a ningún otro niño.
Su carrera lo llevó desde Europa hasta América Latina, donde se convirtió en una figura recurrente en el cine mexicano.
Trabajó con grandes directores como Ismael Rodríguez, y compartió pantalla con otros actores infantiles populares de la época como Juliancito Bravo.
Pero mientras brillaba en la pantalla, su niñez transcurría entre sets de filmación, guiones memorizados fonéticamente y ausencias prolongadas de su familia.
La fama vino acompañada del sacrificio silencioso de una infancia que jamás sería común.
A los 13 años, las oportunidades desaparecieron sin explicación.
Crecer significó dejar de ser el niño adorable que conquistaba las pantallas.
A ello se sumó el deterioro de la salud de su padre, quien había sido el principal gestor de su carrera.
La conjunción de estos factores lo alejó definitivamente del cine.
Sin escándalos ni despedidas, simplemente se desvaneció del foco público.
En lugar de seguir buscando una carrera en la actuación, Nino optó por reinventarse lejos de las cámaras.
Se convirtió en paracaidista, piloto de aeronaves ultraligeras y se volcó con intensidad al estudio.
Obtuvo una licenciatura en bioética, estudió derecho, ciencias políticas, criminología y un máster en prevención del crimen.
En el plano personal, Nino del Arco construyó una vida estable y tranquila.
Casado desde hace más de tres décadas, aunque sin hijos, encontró en la escritura una nueva forma de expresión.
Ha publicado colecciones de poesía, relatos breves y novelas.
Durante la pandemia del COVID-19, vivió uno de los momentos más creativos de su vida.
Confinado en casa debido a su delicada salud —sufre de hipertensión pulmonar— escribió diariamente haikus que compartía en redes sociales, especialmente en Facebook, donde descubrió que miles de personas aún lo recordaban con cariño.
Ese afecto del público, que nunca desapareció del todo, fue el combustible emocional para mantener su ánimo y creatividad encendida en los momentos más difíciles.
La pandemia también lo privó de oportunidades significativas, como su esperada aparición en el programa *Cine de Barrio* para presentar su película *El Cristo del Océano*, la cual fue transmitida sin su presencia.
A pesar de ello, el reestreno de sus películas en la televisión española y su resurgimiento en plataformas digitales lo pusieron nuevamente en el mapa cultural.
Curiosamente, mientras América Latina lo mantuvo en el corazón, España tardó décadas en redescubrir a este actor que alguna vez envió al mundo con orgullo.
Hoy, con casi 70 años, Nino del Arco vive con oxigenoterapia, movilidad limitada y una salud frágil, pero con una mente despierta y un espíritu creativo intacto.
Lejos del esplendor cinematográfico de su infancia, su adultez ha estado marcada por la introspección, la escritura y el amor silencioso por la vida.
Su historia no es simplemente la de un niño prodigio que desapareció, sino la de un ser humano que supo reinventarse una y otra vez, desde el glamour del cine hasta la calma del hogar, desde el aplauso multitudinario hasta la soledad del escritor.
La vida de Nino del Arco nos recuerda que detrás del brillo de la fama infantil hay seres humanos con historias complejas, muchas veces invisibles.
Su legado, más allá de la pantalla, vive en sus letras, en la memoria colectiva de sus admiradores y en la dignidad con la que ha transitado cada etapa de su vida.
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