🔥AYUSO AL DESNUDO: Luis García Montero Revela Cómo Usa el Enfrentamiento Lingüístico para TAPAR la Crisis de Madrid

La respuesta de Luis García Montero a Ayuso es para oírla: puede decirse  más alto, pero no más claro

En un escenario de libros, cultura y convivencia, Luis García Montero encendió una llama incómoda que pocos esperaban.

Durante la Feria del Libro de Madrid, mientras miles de ciudadanos recorrían las casetas, el poeta y director del Instituto Cervantes lanzó una crítica contundente que atravesó la retórica hueca de la política

actual.

Con una frase aparentemente inocente —“La libertad es una librería”— citando al poeta Joan Margarit, inició una reflexión profunda sobre cómo Isabel Díaz Ayuso estaría instrumentalizando el odio territorial

como estrategia de poder.

García Montero comparó la táctica de Ayuso con el viejo “pujolismo” catalán, que durante décadas agitó el agravio contra Madrid como mecanismo para reforzar su identidad y tapar problemas internos como la

corrupción o los recortes en sanidad y educación.

Pero lo que denuncia ahora es aún más preocupante: esa misma lógica de confrontación está siendo replicada desde el corazón del poder central.

Madrid ya no es el blanco, sino el verdugo.

Ayuso ha adoptado el discurso de “Madrid víctima” frente a las “amenazas” de las lenguas cooficiales, usando el catalán, el gallego y el euskera como elementos de división para movilizar a su base.

El poeta señala que este uso del conflicto identitario no es un simple error político, sino una estrategia bien calculada para polarizar emocionalmente a la ciudadanía.

Luis García Montero: 'Lo que ha legitimado en Andalucía el discurso de Vox  y el discurso racista es el odio a Cataluña'

No se trata de proteger el español —una lengua más que consolidada—, sino de inventar enemigos, de generar una falsa sensación de amenaza para reforzar su liderazgo.

La presidenta madrileña no defiende Madrid, la convierte en una trinchera desde la cual dispara contra todo lo que huele a diversidad cultural o lingüística.

Y en esa guerra simbólica, el debate se vacía de contenido real.

Mientras se habla del “peligro” de las lenguas autonómicas, se deja de hablar de los verdaderos problemas que afectan a Madrid: el deterioro de la sanidad pública, la precariedad laboral, el aumento de la

privatización, la crisis de la vivienda.

Todo queda tapado bajo un mar de declaraciones provocadoras que llenan titulares y redes sociales, pero vacían la política de soluciones.

García Montero denuncia que esta cortina de humo sirve también para proteger intereses económicos, ya que el modelo neoliberal aplicado en Madrid continúa avanzando mientras la atención pública se desvía

hacia el espectáculo del enfrentamiento.

La comparación con líderes como Donald Trump o Javier Milei no es gratuita.

Al igual que ellos, Ayuso ha encontrado en la división territorial un filón político.

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Convertir al “otro” en un enemigo, eliminar matices y ofrecer un relato simplificado donde solo caben los patriotas o los traidores, es una receta que moviliza emocionalmente, genera fidelidades instantáneas y

evita rendir cuentas sobre la gestión.

En este clima, la cultura se convierte en una molestia.

Porque la cultura exige reflexión, matices, respeto.

Y eso es incompatible con una política basada en gritar más alto que el adversario.

García Montero insiste en que el odio no solo divide a territorios, sino también a ciudadanos.

Alimenta el resentimiento, erosiona la confianza y destruye la posibilidad de un proyecto común.

Mientras Ayuso ataca lo que debería ser motivo de orgullo —la riqueza lingüística y cultural de España—, debilita el consenso democrático que hizo posible la Constitución de 1978 y el Estado de las Autonomías.

En lugar de celebrar lo plural, lo convierte en amenaza.

Y eso, advierte el escritor, tiene consecuencias profundas para la salud democrática del país.

La libertad, dice, no está en imponer una única forma de ser español, sino en convivir con las diferencias.

Por eso la librería como símbolo cobra tanta fuerza: es un espacio donde caben todas las voces, todas las lenguas, todas las ideas.

Frente al populismo que grita y divide, la cultura ofrece un refugio de diálogo y entendimiento.

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La verdadera libertad no es uniformidad, es respeto mutuo.

Y eso es lo que, según García Montero, la presidenta madrileña está destruyendo con cada declaración diseñada para provocar.

El análisis del poeta también lanza una crítica directa a los medios y al ecosistema político en general.

Mientras los debates se reducen a frases incendiarias y duelos verbales, la ciudadanía se va alejando del espacio público, desencantada con una política que no ofrece respuestas, solo espectáculos.

Esta lógica no es una simple consecuencia, es el núcleo de la estrategia.

El enfrentamiento constante desactiva el pensamiento crítico y transforma a los votantes en seguidores, atrapados en trincheras emocionales de las que ya no pueden salir.

Y es aquí donde el papel de la cultura se vuelve más necesario que nunca.

Porque solo desde el arte, la literatura, el pensamiento, se puede recuperar un espacio de diálogo real.

García Montero recuerda que la Feria del Libro es el mejor ejemplo de ello: catalanes, vascos, gallegos y madrileños comparten casetas, lectores, autores y experiencias.

Y nadie se siente amenazado.

Porque cuando se apuesta por la convivencia, el conflicto desaparece.

Es cuando se manipula políticamente esa pluralidad que empiezan los problemas.

Frente al maniqueísmo de Ayuso —“conmigo o contra mí”—, la cultura propone otra vía: la del matiz, el respeto, la escucha.

Por eso sus palabras incomodan tanto.

Porque rompen el hechizo del relato simplificado y obligan a pensar.

Luis García Montero: 'Lo que ha legitimado en Andalucía el discurso de Vox  y el discurso racista es el odio a Cataluña'

Y pensar es peligroso para quien construye su poder en base al miedo.

Al final, lo que García Montero revela es que la presidenta madrileña no está construyendo unidad, está fabricando enemigos.

Y en esa fábrica, lo que se pierde es la democracia.

Porque cuando se normaliza el desprecio, se entierra el diálogo.

Cuando se transforma la diversidad en amenaza, se destruye la convivencia.

Y cuando la política se reduce a insultar al otro, el odio se convierte en ley.

Frente a eso, solo queda una defensa posible: más cultura, más libros, más pensamiento.

Más librerías, menos trincheras.

La libertad es una librería.

Una frase simple.

Pero en tiempos como estos, profundamente revolucionaria.