🔥 El Congreso arde: Rosa Villacastín DESTROZA a Tellado por su actitud “ruin y vergonzosa” ✅

Rosa Villacastín define con contundencia a Miguel Tellado, alto cargo del  PP relacionado con Koldo

La sesión de control al Gobierno de esta semana en el Congreso no quedará registrada por sus propuestas ni por sus medidas legislativas.

Lo que la convirtió en tendencia nacional fue el bochornoso espectáculo protagonizado por Miguel Tellado, portavoz del Partido Popular, quien decidió convertir el hemiciclo en una taberna de gritos,

interrupciones y desprecio institucional.

Desde el primer minuto, Tellado saboteó sistemáticamente cada intervención del Gobierno, interrumpiendo con cinismo al ministro Carlos Cuerpo y forzando a la presidenta de la Cámara, Francina Armengol, a

intervenir hasta en tres ocasiones para exigir respeto, silencio y orden.

Pero el daño ya estaba hecho.

Lo que ocurrió en el Congreso no fue un desliz ni una explosión de emociones mal contenidas.

Fue una estrategia política cuidadosamente calculada.

Tellado no acudió a la Cámara Baja para debatir ni para construir consensos.

Acudió para hacer ruido, interrumpir, provocar, y garantizar que su cara y sus frases gritaran desde los titulares del día siguiente.

Su objetivo no era dialogar, era hundir la sesión en el barro.

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Y lo logró.

A costa del respeto institucional, del decoro parlamentario y del hartazgo creciente de una ciudadanía que ya no ve en sus representantes a servidores públicos, sino a actores en un plató televisivo permanente.

La reacción fue inmediata.

Las redes sociales estallaron con mensajes de indignación, pero uno sobresalió por encima de todos.

Rosa Villacastín, veterana periodista y figura respetada del análisis político, respondió a un tuit sobre el comportamiento de Tellado con una frase que se volvió viral: “Este individuo… ¿de dónde ha salido? ¿Dónde

ha vivido? No tiene educación ni maneras.

Espero que quienes le voten sean conscientes de que es un cerdo.

Gruñe, no habla.

” Un mensaje tan breve como demoledor que puso en palabras lo que miles no sabían cómo expresar.

Lo importante no es la crudeza del lenguaje.

Es lo que hay detrás.

Villacastín no estaba insultando por insultar.

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Estaba utilizando la provocación lingüística como una herramienta de denuncia.

Estaba gritando, con palabras fuertes, lo que el Congreso no supo gritar: que lo ocurrido es inaceptable.

Que no se puede normalizar que un portavoz parlamentario convierta su escaño en una tribuna de saboteo permanente.

Que el respeto no es un lujo, sino la base mínima del juego democrático.

La frase de Rosa Villacastín, aunque polémica para algunos, ha resonado con fuerza porque pone el dedo en una llaga cada vez más profunda: el Parlamento se está convirtiendo en una caricatura de sí mismo.

Ya no es un espacio para el diálogo político, sino un ring de provocadores profesionales.

Y Tellado es, ahora mismo, el campeón de esa decadencia.

Lo preocupante no es solo su comportamiento, sino el aplauso con el que es recibido por su bancada.

Feijóo no lo reprende.

Lo recompensa.

Porque en el Partido Popular actual, el ruido se confunde con eficacia.

Francina Armengol, presidenta del Congreso, intentó mantener la compostura.

Intervino.

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Llamó al orden.

Pero su autoridad quedó desbordada.

El reglamento es débil ante la estrategia del sabotaje.

No hay herramientas suficientes para detener a quienes convierten cada sesión en un acto de populismo sonoro.

Por eso, el grito de Villacastín no es solo una crítica: es un grito de auxilio.

Si no se frena esta deriva, el Congreso dejará de ser la casa de todos para convertirse en el teatro de unos pocos.

Tellado no es una excepción aislada.

Es el rostro visible de una estrategia perfectamente diseñada por la dirección del Partido Popular.

No se trata de hacer oposición con propuestas, sino de ocupar el espacio público a base de titulares estridentes y escenas virales.

Es la política del “cuanto peor, mejor”.

Y el coste no lo paga el PSOE, lo paga la democracia parlamentaria.

El respeto desaparece, la conversación política se degrada, y la ciudadanía se aleja, harta de un espectáculo que no le soluciona nada.

Frente a eso, la figura de Rosa Villacastín se erige como un referente incómodo pero necesario.

No busca votos, no está en campaña, no responde a consignas.

Solo observa, analiza y dice lo que otros callan.

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Y su intervención ha abierto una grieta en la narrativa del espectáculo: hay una parte del país que no acepta que gritar más fuerte sea una virtud.

Que no cree que interrumpir sea ejercer la oposición.

Que sigue creyendo que la política debe servir a la gente, no a los egos.

Mientras tanto, los medios de comunicación tienen un papel clave.

No pueden convertirse en amplificadores del griterío.

Deben analizar, contextualizar y poner límites.

No todo vale.

No toda bronca merece titulares.

La prensa debe distinguir entre quien aporta y quien sabotea.

Porque si no lo hacen ellos, la ciudadanía seguirá confundida entre ruido y contenido.

Y eso solo fortalece a los que viven del caos.

La situación exige medidas.

No basta con indignarse en redes.

El reglamento del Congreso necesita reformas urgentes.

Las interrupciones sistemáticas no pueden seguir siendo gratuitas.

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Hay que establecer sanciones claras, suspensiones efectivas y límites rotundos a quienes hacen del sabotaje su método de trabajo.

Porque si no se actúa ahora, lo de Tellado será solo el principio.

La política no puede seguir siendo un escenario para el marketing personal.

Necesita referentes éticos.

Necesita voces que hablen claro, sí, pero también con altura.

Y necesita que el Parlamento recupere su función real: representar a la ciudadanía, debatir ideas, construir país.

Lo demás es circo.

Y ya estamos hartos.

Tellado no está solo.

Es el síntoma más visible de una enfermedad que se extiende: la espectacularización de la política.

Una enfermedad que convierte el Congreso en un reality show, donde se gana no por lo que se propone, sino por lo que se grita.

Y si eso no se detiene, el daño será irreversible.

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Con dureza, sí.

Con crudeza, también.

Pero con verdad.

Y eso hoy es más valioso que nunca.

Porque en tiempos de ruido, decir lo que otros callan no es un lujo: es una necesidad democrática.

El Congreso merece respeto.

Y si nadie desde dentro lo defiende, será la ciudadanía —y periodistas como Villacastín— quienes lo hagan.

Con una frase.

Con un tuit.

Con una verdad.

Porque, al final, cuando todo gruñe y nadie habla, alguien tiene que recordar cómo suena la dignidad.