💣 Aznar lanza teoría de fraude y Óscar Puente explota: el choque más brutal entre Gobierno y expresidente

Óscar Puente fulmina a Aznar tras sus insinuaciones de fraude: "Psicópata"

José María Aznar, que lleva años moviéndose en las sombras del poder con declaraciones medidas y apariciones calculadas, esta vez decidió cruzar una línea.

En una entrevista publicada por El Mundo, medio afín a su corriente ideológica, el expresidente insinuó que Pedro Sánchez podría haber manipulado no solo las primarias de su partido, sino también las

elecciones generales de 2023.

Una afirmación explosiva, lanzada sin evidencias, y con un objetivo claro: erosionar la legitimidad del Gobierno actual.

Lo más inquietante no fue la acusación en sí, sino la forma y el contexto.

Aznar no lo dijo en un foro plural ni en un debate abierto.

Lo soltó en una entrevista sin réplica, cuidadosamente editada, en la que hiló insinuaciones sin hacerse responsable de lo que estaba dejando entrever.

Citó el conocido “caso Coldo”, un escándalo que ya ha tenido consecuencias políticas, como punto de partida para sembrar la duda.

Habló de papeletas dobles, de manipulaciones internas…

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y saltó rápidamente a la idea de que, si eso pasó en el PSOE, entonces, por qué no en las elecciones nacionales.

Una comparación forzada, temeraria y sin fundamento.

Y ahí fue cuando estalló la bomba.

Óscar Puente, ministro de Transportes y uno de los portavoces más contundentes del Ejecutivo, respondió desde su cuenta de X (antes Twitter) con una frase breve pero lapidaria: “Psicópata.

Ya mentiste sobre armas de destrucción masiva.

Ya mentiste sobre el 11M.

Y sigues”.

No hizo falta más.

La red estalló.

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El mensaje se viralizó en minutos, acumulando miles de reacciones, comentarios y réplicas.

Algunos criticaron la dureza del lenguaje, pero la mayoría coincidía en algo: ya era hora de poner freno a las provocaciones del expresidente.

Porque lo de Aznar no es nuevo.

Fue él quien, en plena crisis internacional, arrastró a España a una guerra ilegal en Irak basada en una mentira mundial: la existencia de armas de destrucción masiva que jamás aparecieron.

Fue también su Gobierno el que, tras el atentado del 11 de marzo de 2004, insistió durante horas —incluso días— en culpar a ETA, pese a que todas las evidencias apuntaban al terrorismo islamista.

Dos mentiras institucionales de proporciones históricas.

Dos cicatrices que aún duelen en la memoria colectiva.

Por eso, cuando ahora vuelve a hablar de “falta de integridad”, de “ilegítimos” y de “pérdida del principio de responsabilidad política”, muchos sienten un déjà vu.

El mismo Aznar que manipuló información pública ahora pretende dar lecciones de democracia.

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El mismo que utilizó el poder para imponer, ahora se rasga las vestiduras porque no gobierna su partido.

La reacción del Gobierno, lejos de ser un simple exabrupto de Puente, refleja un hartazgo que se extiende mucho más allá del PSOE.

Pedro Sánchez también respondió, pero con otro tono.

Desde su cuenta oficial publicó: “Siempre igual.

Estrategia de deslegitimar los resultados electorales y, por ende, al Gobierno de España.

Solo les vale la democracia si son ellos los que gobiernan”.

Una frase certera que resume una dinámica que se repite: cada vez que el PSOE gana en las urnas, desde ciertos sectores conservadores se activa el ventilador de las teorías de fraude, los pactos oscuros y las

conspiraciones institucionales.

Pero cuando gana el PP, todo es normal, legítimo y democrático.

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Esa doble vara de medir es la que indigna a millones de ciudadanos.

Porque mientras el país lidia con problemas reales como la inflación, la vivienda, la precariedad laboral o la crisis climática, el expresidente decide revivir fantasmas del pasado para incendiar el presente.

Y lo hace, además, con el respaldo tácito de una parte del PP que ve en él una figura todavía influyente, aunque cada vez más desconectada de la realidad social.

El problema es que sus palabras no se quedan en el papel.

Tienen consecuencias.

Cada vez que se insinúa un fraude sin pruebas, se mina la confianza ciudadana en las instituciones.

Se abre la puerta al cinismo, al “todo vale”, a la idea de que los votos ya no importan.

Es el mismo camino que recorrieron figuras como Donald Trump en EE.UU.

o Jair Bolsonaro en Brasil: sembrar dudas, cuestionar las urnas, preparar el terreno para no aceptar nunca una derrota.

Aznar, que debería asumir un rol institucional ejemplar, actúa como un francotirador político.

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Dispara desde la comodidad de su tribuna sin someterse al contraste, sin debatir con adversarios, sin rendir cuentas.

Y mientras tanto, el PP sigue sin desmarcarse abiertamente de sus palabras.

Le temen o le deben demasiado.

Pero lo cierto es que cada vez que lo ponen en primera fila, alejan más a ese votante moderado que busca alternativas serias, no cruzadas ideológicas.

La polémica generada ha trascendido lo partidista.

Muchos sectores de la sociedad civil, periodistas independientes e incluso voces dentro del centro derecha han reconocido la peligrosidad de este tipo de discursos.

Porque no se trata de un exabrupto cualquiera: es una estrategia calculada para erosionar al adversario desde la raíz.

No desde la crítica legítima, sino desde la sospecha institucional.

Y ahí es donde la respuesta de Óscar Puente cobra sentido.

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No fue una simple provocación.

Fue una línea roja.

Un “hasta aquí”.

Porque si la política democrática tolera que un expresidente insinúe fraudes electorales sin pruebas, entonces todo vale.

Y si todo vale, ya no hay democracia que defender.

Por eso, por mucho que moleste el tono, lo que dijo Puente refleja un sentimiento de defensa institucional.

Alguien tenía que decirlo.

Y lo dijo.

Sin filtros, sin maquillaje y sin miedo.