🔥 El linchamiento mediático a Irene Montero: cuando decir la verdad sobre Ana Rosa cuesta más que mentir a millones 😨

Todo comenzó con una intervención incómoda en el programa “Todo es mentira”, donde Irene Montero, exministra de Igualdad, se atrevió a poner sobre la mesa lo que muchos periodistas prefieren callar: que Ana Rosa Quintana no solo es presentadora, sino

también empresaria inmobiliaria con al menos 44 pisos turísticos a su nombre.

En un país donde el alquiler es un infierno para la clase trabajadora, señalar a quienes lucran con ese sufrimiento debería ser un acto de responsabilidad política.

Pero en cambio, fue el inicio de una tormenta mediática.

Risto Mejide, conductor del programa, interrumpió a Montero con una agresividad inusitada, exigiéndole que no hablara de su compañera Ana Rosa porque “no estaba presente”.

Lo que sonaba a una defensa de la cortesía televisiva se transformó rápidamente en un escudo para proteger intereses económicos.

Porque la crítica de Montero no era personal, era estructural: denunciar que figuras con gran visibilidad en televisión normalizan y legitiman a personajes como Dani Estévez, líder de la organización Desokupa, vinculado a la ultraderecha y denunciado por

amenazas.

Irene Montero no inventó nada.

Lo que dijo está documentado.

Dani Estévez ha aparecido en programas de Ana Rosa.

Ha amenazado públicamente a la propia Montero, anunciando incluso su presencia en la presentación de su libro.

También ha dicho que la ministra “debería tener cuidado” con sus casas, en un tono más propio de una advertencia mafiosa que de una crítica política.

Y sin embargo, el foco no está puesto en él, sino en quien se atreve a señalarlo.

La reacción de Risto no fue un simple desacuerdo editorial.

Fue un linchamiento en toda regla.

No permitió a Montero terminar su argumento.

La acusó de lanzar un mitin, de ensuciar el plató, de difamar.

Y lo más grave: le dijo que si tenía algo que decir, lo llevara al juzgado, no a un plató de televisión.

Como si los medios no tuvieran precisamente la responsabilidad de visibilizar estos temas.

Como si pedir rendición de cuentas fuera algo ilegal.

¿Desde cuándo cuestionar el poder es motivo de censura?

Pero la cosa no quedó ahí.

Al día siguiente, Ana Rosa fue invitada al mismo programa donde se defendió sin contradicción alguna, con Risto ahora como cómplice.

Ambos cargaron contra Montero en su ausencia, lo que convirtió la supuesta preocupación por el “derecho a réplica” en una burla evidente.

Lo que le prohibieron a Irene, ellos lo hicieron sin vergüenza: atacar sin que la aludida estuviera presente.

La hipocresía se desbordó cuando Risto trató de justificar el ataque alegando que “Podemos ha señalado muchas veces a empresarios por ser explotadores”.

¿Y? ¿Acaso no es cierto? ¿Acaso no hay informes sobre explotación laboral vinculada a empresas como Inditex, propiedad de Amancio Ortega? ¿Es mentira que Pablo Motos ha tenido comportamientos machistas en sus programas? ¿Es falso que la especulación

con la vivienda está destrozando la vida de miles de familias y que periodistas con intereses inmobiliarios deberían abstenerse de editorializar sobre el tema?

Pero en este país, decir la verdad parece ser más peligroso que mentir a millones.

Porque lo que hizo Montero fue señalar algo incómodo: que hay figuras con muchísimo poder mediático que no solo construyen relatos, sino que participan activamente en los problemas que esos relatos deberían denunciar.

Y eso no se perdona.

Risto, además, no solo silencia.

Manipula.

Porque lo que hizo con su famoso cartel de “la chapuza de Montero” fue instalar un bulo que luego ni se molestó en desmentir.

¿Dónde están las disculpas por tragarse las fake news sobre la niñera? ¿Dónde el rigor periodístico que exige a los demás?

Y Ana Rosa, lejos de actuar como víctima, se presentó como una mártir del esfuerzo personal.

“Todo lo que tengo me lo he ganado yo sola”, dijo.

¿En serio? ¿También se ganó los escándalos de plagio, las colaboraciones con Villarejo y las conexiones con operaciones políticas turbias? ¿También se ganó el silencio mediático que la protege mientras se enriquece con pisos turísticos en medio de una crisis

habitacional?

El episodio no fue un debate.

Fue una ejecución pública.

Risto pidió indirectamente a su audiencia que no votaran a Podemos.

Dijo que “ya se ve dónde están y dónde van a estar”, celebrando la caída en votos como si él no tuviera nada que ver con la fabricación del relato que ha debilitado al partido.

Porque esa es la trampa: los grandes medios construyen una imagen de la izquierda como incompetente, radical, corrupta…

y luego se lavan las manos cuando esa imagen cala en la opinión pública.

Y todo esto ocurre mientras partidos verdaderamente corruptos siguen ganando elecciones.

Mientras periodistas vendidos siguen dictando opinión.

Mientras quien se atreve a decir la verdad paga el precio de ser linchado en directo.

Irene Montero cometió el pecado de no callarse.

De no jugar el juego.

De señalar con nombres y apellidos.

Y por eso, los guardianes del relato, disfrazados de moderados, la quieren fuera.

Pero la verdad tiene una fuerza que ningún prime time puede silenciar.

Porque aunque la televisión corte los micros, aunque los titulares digan lo contrario, hay algo que ya no pueden controlar: que cada vez más personas entienden que el problema no es quién habla, sino quién manda callar.

Y ese, amigos, es el verdadero rostro de la censura.