Alejandra “La Locomotora” Oliveras, multicampeona mundial de boxeo y un ícono del deporte argentino, enfrentó su última y más dura batalla en silencio, aferrada a la vida hasta el último suspiro.
Su súplica desgarradora, “No me dejen morir”, resonó con fuerza en una habitación de hospital y en el corazón de toda una nación que hoy llora la pérdida de una mujer que nunca se rindió.
Desde sus primeros días, Alejandra Oliveras fue una mujer de lucha constante. Su vida estuvo marcada por desafíos que enfrentó con valentía y pasión.
En sus propias palabras, “Amo la vida. Siempre amé la vida”.
Para ella, vivir era una pelea diaria, un reto constante que requería levantarse cada día, enfrentar dolores y problemas, y salir a encarar la vida con determinación.
Su carrera deportiva fue un reflejo de esa filosofía. Conocida como “La Locomotora” por su potencia y resistencia en el ring, Alejandra conquistó múltiples campeonatos mundiales, convirtiéndose en un símbolo de fuerza, perseverancia y superación.
Pero más allá de sus títulos, su legado es el ejemplo de una mujer que nunca dejó de luchar, dentro y fuera del ring.
El 14 de julio de 2025, la vida de Alejandra Oliveras dio un giro dramático.
Mientras estaba en su casa, sufrió un accidente cerebrovascular isquémico que la dejó semiparalizada y con dificultad para hablar.
Fue su madre quien, al presenciar la escena, llamó de inmediato a emergencias.
La campeona, que había sido sinónimo de energía y vitalidad, quedó postrada en una camilla, consciente pero en estado confusional grave.
Ingresó al Hospital José María Cuyen en Santa Fe con signos claros de deterioro neurológico.
Su respiración era forzada y su cuerpo, antes imparable, ahora estaba frágil y vulnerable.
Sin embargo, en medio del caos y la incertidumbre, Alejandra pronunció una frase que estremeció a todos los presentes: “No me dejen morir, todavía no. Tengo cosas por hacer”.
Esa súplica, pronunciada con humildad y miedo, fue un golpe directo al corazón del equipo médico y de su familia.
Una enfermera confesó que nunca había visto algo igual en sus 15 años de carrera.
El pedido de Alejandra no era solo el de una paciente, sino el de una guerrera que, a pesar de su fragilidad, seguía luchando por cada segundo de vida.
El equipo médico inició maniobras agresivas para estabilizarla, incluyendo una craneotomía de urgencia para aliviar la presión intracraneal y posteriormente una traqueotomía para mejorar su respiración.
A pesar de los esfuerzos, la situación era crítica, pero Alejandra mantenía una esperanza silenciosa y visible en su mirada.
Durante días, Alejandra enfrentó la batalla más difícil: la lucha contra su propio cuerpo, que la traicionaba lentamente.
Aunque no podía hablar, sus ojos expresaban todo el dolor, miedo y deseo de seguir adelante.
Cada movimiento mínimo, cada lágrima, era un grito silencioso de resistencia.
Su madre estuvo a su lado en todo momento, acompañándola con palabras de aliento y amor. En un momento especialmente desgarrador, Alejandra escribió con dificultad en un papel: “Tengo miedo, no quiero irme todavía”.
Estas palabras reflejaron la humanidad y vulnerabilidad de una mujer que había vencido tantas batallas, pero que ahora enfrentaba la más grande de todas.
Alejandra no solo fue una campeona en el ring, sino también una mujer comprometida con causas sociales.
Estaba impulsando un programa para rescatar a jóvenes en situación de calle a través del boxeo y había sido invitada a participar en política provincial con la intención de generar cambios reales en su comunidad.
Su fundación deportiva, en honor a su padre fallecido, estaba a punto de abrir sus puertas.
Estos proyectos eran su motor para seguir luchando, su razón para aferrarse a la vida. Cada día ganado era una victoria, cada hora un título más en su carrera de resistencia.
El 28 de julio, tras varios días en cuidados intensivos, Alejandra comenzó a mostrar signos de deterioro irreversible.
En sus últimos momentos, con la ayuda de una traqueotomía, pronunció una vez más, con una mezcla de furia y dolor, su emblemática frase: “No me dejen morir”.
Poco después, su corazón dejó de latir, poniendo fin a una vida llena de lucha y pasión.
La noticia de su muerte conmocionó a Argentina y a toda Latinoamérica. Las redes sociales se inundaron de mensajes de dolor, admiración y homenaje.
Su historia trascendió el ámbito deportivo para convertirse en un símbolo de resistencia y humanidad.
Lo que marcó un antes y un después en la cobertura mediática fue el valiente testimonio de una enfermera del hospital, quien reveló la súplica final de Alejandra.
“Me temblaron las manos cuando ella me miró. No era solo una paciente, era una mujer valiente pidiendo una oportunidad más”, confesó.
Este testimonio generó una ola de indignación, solidaridad y reflexión sobre la atención médica, la contención emocional de pacientes terminales y el legado de una figura pública que siguió inspirando hasta el final.
El hashtag #NoMeDejenMorir se convirtió en tendencia nacional, y se organizaron vigilias espontáneas frente al hospital, donde cientos de personas rindieron homenaje con velas, carteles y recuerdos de su vida y carrera.
En el velorio, abierto pero íntimo, familiares, amigos, rivales y admiradores se unieron para despedir a una mujer que fue mucho más que una boxeadora.
Su decisión de ser cremado respetó su voluntad expresada en vida: quería ser recordada como una luchadora auténtica, sin homenajes falsos ni cámaras.
Su urna sencilla, acompañada por guantes de boxeo y su cinturón de campeona, simbolizó el espíritu indomable que la definió.
Más allá de los homenajes, el verdadero legado de Alejandra Oliveras es su mensaje de lucha y esperanza.
Su grito final, “No me dejen morir”, se transformó en un llamado colectivo a no rendirse, a pelear por la vida y por los demás.
Su historia ha inspirado a mujeres, jóvenes atletas, líderes comunitarios y políticos a seguir adelante, a enfrentar adversidades con coraje y a mantener viva la llama de la resistencia y el amor por la vida.
Alejandra “La Locomotora” Oliveras no murió en silencio.
Su último grito trascendió las paredes del hospital y se convirtió en un símbolo de humanidad y valentía.
Su cuerpo pudo apagarse, pero su espíritu y legado siguen vivos en miles de personas que ahora luchan con más fuerza gracias a su ejemplo.
Su historia nos recuerda que algunos mueren cuando los entierran, pero otros se vuelven inmortales cuando su voz se convierte en un eco que nunca muere.
Alejandra Oliveras es, sin duda, una leyenda que seguirá inspirando generaciones.
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