Liliana Mendiola Mayares, mejor conocida como Lyn May, es una figura emblemática del espectáculo mexicano, cuya vida ha estado marcada por el éxito, la belleza, el talento… y también por el sufrimiento, las traiciones y la tragedia personal.
Su historia, llena de contrastes, refleja la dura realidad que enfrentan muchas mujeres en el mundo del espectáculo, especialmente aquellas que empiezan desde abajo, con grandes sueños y pocas oportunidades.
Lyn May nació en Acapulco, Guerrero, bajo el nombre de Liliana. Desde muy niña tuvo que trabajar para ayudar a su familia, vendiendo diversos artículos en la playa.
La pobreza y las carencias marcaron sus primeros años de vida, así como episodios de maltrato.
A pesar de las dificultades, siempre mantuvo la esperanza de una vida mejor.
Con la promesa de un futuro más próspero, salió de su casa siendo apenas una adolescente para ir a la Ciudad de México.
Sin embargo, esta decisión no fue fácil ni segura, pues en ese camino sufrió engaños y dificultades.
Regresó por un tiempo a Acapulco, donde comenzó a trabajar en el cabaret “El Zorro”, lugar donde empezó a destacar por su gran talento para el baile.
Fue en “El Zorro” donde Lyn May llamó la atención de la prensa y del público. Su carisma y sensualidad la convirtieron en una figura popular.
Poco después, el presentador Raúl Velasco la descubrió y la invitó a formar parte del grupo de bailarinas del programa “Siempre en Domingo”, uno de los espacios televisivos más importantes de México en esa época.
A pesar de este avance, la situación económica de Lyn May seguía siendo complicada.
Para sostenerse, tuvo que incursionar en la vida nocturna de los cabarets, donde las bailarinas a menudo debían despojarse de su ropa sobre el escenario.
Esta etapa fue dura no solo por las condiciones de trabajo, sino también por el maltrato que sufrió por parte de sus compañeras, quienes incluso llegaron a sabotearla y provocar que la despidieran en varias ocasiones.
Sin embargo, su talento y presencia escénica eran tan grandes que pronto encabezó varios espectáculos, desplazando a otras estrellas del cabaret que antes brillaban con fuerza.
Fue entonces cuando recibió el apodo de “La Diosa del Amor”.
El gran salto de Lyn May al estrellato llegó cuando un productor de cine la buscó durante 40 días para elegir a la protagonista de su película “Tívoli”.
Finalmente, la eligió a ella, la joven acapulqueña que se había ganado el cariño del público en los cabarets.
Durante las décadas de los 70 y 80, Lyn May se convirtió en una de las figuras más destacadas del llamado “cine de ficheras”, un género que ella misma prefiere llamar “cine de sexy comedia”.
Estas películas, muy populares en México, mezclaban humor con sensualidad y mostraban la vida nocturna de los cabarets.
La fama llegó de golpe y con ella, también los sacrificios. Lyn May tuvo que separarse de sus hijas para poder trabajar y darles una mejor vida.
Más adelante, incluso las envió al extranjero para evitar que sufrieran burlas por tener una madre vedette.
Su vida personal fue complicada; tuvo seis o siete matrimonios, la mayoría de los cuales terminaron porque sus esposos querían que abandonara el medio artístico, algo a lo que ella nunca accedió.
Durante su carrera, Lyn May tuvo romances con personajes emblemáticos, como el famoso Tin-Tan, ícono del cine de oro mexicano.
También fue cortejada por varios políticos, quienes le regalaron casas, joyas, autos y abrigos de piel.
A pesar de las tentaciones y de ser buscada por personas con poder económico, nunca sostuvo relaciones con delincuentes ni consumió sustancias prohibidas.
Su pasión siempre fue el baile y la seducción en el escenario.
El mayor golpe en la vida de Lyn May llegó con un procedimiento estético que le prometieron la haría lucir más joven y bella, similar a la icónica María Félix.
En su transición a la televisión y cuando fue invitada a participar en una telenovela, varias compañeras actrices le recomendaron acudir con un supuesto especialista para borrar las arrugas de su rostro.
Sin embargo, lo que le inyectaron no fue colágeno, sino aceite para autos y de cocina.
El daño fue devastador: su rostro quedó inflamado, con los pómulos deformados y pequeñas protuberancias que aparecieron con el tiempo.
Al descubrir el engaño, Lyn May se enfureció y le deseó lo peor a la persona que la había estafado, a quien nunca volvió a ver.
Legalmente no pudo actuar contra el responsable porque había firmado un documento que liberaba de cualquier responsabilidad al especialista que la intervino.
A partir de entonces, su apariencia cambió drásticamente y tuvo que someterse a más de 35 años de cirugías para intentar reparar el daño.
Este episodio la llevó a momentos de profunda tristeza y desesperación, llegando a pensar que ya no quería vivir al verse al espejo.
Sin embargo, gracias al apoyo de amigos y familiares, así como a la terapia que ha recibido durante años, Lyn May logró sobreponerse a la tragedia.
Aunque su escultural figura permaneció intacta, el cambio en su rostro la alejó temporalmente del medio artístico.
Cuando volvió, el panorama había cambiado: el cine de ficheras y los cabarets ya no tenían la misma relevancia, por lo que tuvo que adaptarse a otros tipos de espectáculos para seguir mostrando su talento y sensualidad.
A pesar de los comentarios crueles que a veces recibe en redes sociales sobre su apariencia, Lyn May ha confesado que sus fans le demuestran apoyo constante.
Continúa bailando y sorprendiendo a la prensa, incluso con romances con hombres mucho más jóvenes que ella.
La historia de Lyn May es un testimonio de lucha, resiliencia y pasión por el arte.
Su vida, llena de luces y sombras, refleja las dificultades que enfrentan muchas mujeres en el mundo del espectáculo, pero también la fuerza que se necesita para salir adelante después de las adversidades.
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