Gabriel Rufián ha vuelto a incendiar el Congreso con una jugada política tan elegante como demoledora.

 

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En esta ocasión, el blanco de sus dardos ha sido Emiliano García-Page, uno de los barones más conservadores del PSOE.

 

¿La razón?

 

La polémica en torno al acuerdo fiscal entre el Gobierno central y Esquerra Republicana.

 

Un acuerdo que García-Page no tardó en atacar, tildándolo de “financiación singular” y disfrazándolo de privilegio para Cataluña.

 

Pero Rufián no vino solo.

 

Compartió el implacable discurso de Merche Izpurúa, diputada de EH Bildu, que dejó sin palabras a los defensores del centralismo español.

 

Con datos, cifras y memoria histórica, Izpurúa destrozó el relato de la derecha y parte del PSOE sobre el famoso “cupo vasco”.

 

Explicó, con una claridad demoledora, que el sistema de concierto no es un privilegio, sino una fórmula fiscal con riesgos reales.

 

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Porque mientras algunas comunidades exigen igualdad, otras piden recortes de impuestos para los ricos… y que el Estado les cubra el

agujero.

 

Izpurúa detalló que Euskadi recauda parte de sus impuestos, financia sus servicios, y luego paga al Estado por competencias no transferidas.

 

Eso, dijo, no es privilegio.

 

Eso es autonomía fiscal con responsabilidad.

 

Pero hay más.

 

Cuando llegan las crisis, Euskadi no recibe rescates.

 

No hay un “papá Estado” que les salve como a otras comunidades.

 

Pagamos por todo, incluso por servicios que no queremos: Guardia Civil, Policía Nacional, Ejército, hasta la Casa Real.

 

Y aún así, se nos acusa de insolidarios.

 

¿Quién es realmente insolidario?

 

Izpurúa lo dejó claro: los que bajan impuestos a los ricos y luego lloran por más fondos.

 

Bildu, en Guipúzcoa, implementó el primer impuesto a la riqueza del Estado.

 

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La derecha, en cambio, sigue regalando privilegios fiscales a grandes fortunas.

 

Y sin embargo, los egoístas, los insolidarios, siempre somos los mismos.

 

Para rematar, Merche lanzó una pregunta que resonó como una bomba en el Congreso: ¿cuántas comunidades aceptarían hoy un modelo

como el concierto vasco?

 

¿Quién estaría dispuesto a recaudar, gestionar y asumir riesgos sin pedir rescates?

 

Ninguna, respondió el silencio.

 

Porque la mayoría prefiere que el Estado cubra sus déficits mientras bajan impuestos.

 

Y ahí es donde se desenmascara la hipocresía.

 

Rufián, al viralizar ese discurso, no solo respondió a García-Page.

 

Emitió una declaración de guerra al centralismo disfrazado de igualdad.

 

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La España “uniformadora” ya no cuela.

 

Se acabó el “café para todos”.

 

Porque no todos somos iguales, ni en capacidad fiscal, ni en necesidades, ni en historia.

 

Y seguir ignorándolo es perpetuar una estructura diseñada para premiar al poderoso y castigar al diferente.

 

Lo más impactante no fue el contenido, sino la forma.

 

La contundencia, la serenidad y la pedagogía con la que se defendió el autogobierno.

 

Porque esto no va de romper España, como dicen algunos.

 

Va de construir una España de verdad: plural, justa y con acuerdos entre iguales.

 

Rufián cerró su intervención comparando la actitud de Page con una escena de El Padrino.

 

Le faltó el gato en el regazo, dijo, para parecer un Vito Corleone del centralismo.

 

Y advirtió que mientras algunos visten de socialistas, en realidad huelen a Génova.

 

Hoy, millones entienden que el verdadero privilegio no es el cupo.

 

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El privilegio es vivir del Estado mientras se desmantelan los servicios públicos.

 

Es hora de llamar a las cosas por su nombre.

 

Y aunque a muchos les duela, como a García-Page, la verdad siempre encuentra su camino.

 

Porque cuando los números, la historia y el sentido común se alinean, el discurso manipulador se derrumba.

 

El futuro, como dijo Izpurúa, no está en la uniformidad, sino en la bilateralidad.

 

En acuerdos reales entre pueblos que quieren autogobernarse con dignidad y responsabilidad.

 

 

Y eso, para muchos, sigue siendo su mayor miedo.