En el corazón del narcotráfico mexicano, en el llamado “Rancho del Fresa”, se desarrolló uno de los operativos más demoledores de las últimas décadas.

 

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La madrugada del 13 de abril, Omar García Harfuch, junto a la DEA y fuerzas especiales de la Sedena, desató una ofensiva que paralizó al

Cártel Jalisco Nueva Generación.

 

La operación fue tan quirúrgica como brutal: 60 camionetas blindadas, helicópteros Black Hawk y drones de combate rodearon la fortaleza

del Fresa.

 

Lo que encontraron dentro parecía una escena de guerra: bloques interminables de coca.ín.a, contenedores hirviendo de fen.ta.nilo y túneles de

escape derrumbados por explosiones.

 

Las bóvedas blindadas ocultaban millones de dólares, euros y lingotes de oro.

 

También encontraron armas de guerra, desde fusiles Barret hasta drones explosivos y lanzacohetes RPG.

 

La magnitud del decomiso era tan colosal que los altos mandos de la DEA no podían creer lo que veían.

 

En una sola noche, el imperio del Fresa fue derrumbado, cambiando para siempre el mapa del poder criminal en México.

 

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El capo fue capturado sin que pudiera disparar un solo tiro, humillado frente a las cámaras.

 

Las imágenes se volvieron virales: hangares llenos de droga, laboratorios chispeando químicos y vehículos blindados hechos chatarra.

 

 

Medio billón de dólares en activos ilegales fueron arrebatados de las manos del narco.

 

Pero eso fue solo el comienzo.

 

Harfuch sabía que la respuesta del CJNG sería inmediata y brutal.

 

Y así fue: una caravana de sicarios avanzaba hacia el perímetro asegurado con órdenes de rescatar o matar al Fresa.

 

Sin embargo, ya los esperaban.

 

Gracias al rastreo satelital, las comunicaciones enemigas fueron interceptadas y se tendió una emboscada letal.

 

Drones de combate atacaron con precisión.

 

Francotiradores abatieron a los sicarios desde posiciones elevadas.

 

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Más de 40 sicarios cayeron sin siquiera alcanzar su objetivo.

 

Los sobrevivientes huyeron despavoridos, abandonando armas, vehículos y radios.

 

Harfuch ordenó su persecución inmediata.

 

La guerra contra el narco no se trata solo de contener, sino de aniquilar cualquier intento de reorganización.

 

El resultado: cero bajas en las fuerzas federales, una masacre quirúrgica para los criminales.

 

Las imágenes de los camiones ardiendo y los cuerpos en los matorrales enviaron un mensaje claro: la impunidad había terminado.

 

Pero Harfuch no se detuvo.

 

 

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De inmediato, activó una ofensiva nacional en 15 propiedades del Fresa, desde Sinaloa hasta Baja California.

 

Laboratorios destruidos, cuentas congeladas y arsenales confiscados fueron el saldo de esta fase.

 

En 24 horas, el imperio financiero del capo quedó pulverizado.

 

Además, se descubrieron datos explosivos: nombres de políticos corruptos, rutas de lavado de dinero y conexiones con Europa y Sudamérica.

 

Harfuch ordenó procesar cada nombre, cada cuenta, cada secreto.

 

El siguiente paso era arrasar lo que quedaba del cártel.

 

Más de 40 comandos fueron enviados a ciudades fronterizas como Tijuana, Nogales y Culiacán.

 

La orden era clara: capturar o eliminar a los últimos operadores del Fresa.

 

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Cinco laboratorios más fueron destruidos.

 

Veinticinco operadores logísticos y financieros fueron neutralizados.

 

Las interceptaciones revelaban el terror del CJNG: mensajes desesperados, órdenes caóticas y fugas hacia Guatemala.

 

Pero ya era tarde.

 

La maquinaria federal era imparable.

 

Y Harfuch no perdonaba.

 

Los drones invisibles y helicópteros de ataque sellaban cada ruta de escape.

 

El operativo final se dirigió hacia una hacienda fortificada en Sonora.

 

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Seis helicópteros, tres drones y más de veinte unidades avanzaron sobre el último refugio del Fresa.

 

Con explosiones controladas, los comandos irrumpieron en la propiedad.

 

Los sicarios ofrecieron una débil resistencia antes de caer abatidos o rendirse.

 

Y ahí, escondido en un cuarto blindado, tembloroso y cubierto de polvo, estaba el Fresa.

 

Fue capturado en segundos.

 

Encapuchado y esposado, fue trasladado a una prisión de máxima seguridad.

 

En el lugar, agentes de la DEA encontraron evidencia que sacudirá al crimen organizado por años.

 

Rutas de tráfico internacional, contratos de armas y listas de políticos corruptos eran apenas la punta del iceberg.

 

El golpe no fue solo contra un hombre, fue contra una red internacional de corrupción y muerte.

 

Harfuch, impasible, había logrado lo impensable.

 

Las redes sociales estallaron con las imágenes de la caída del narco.

 

México, decían todos, había cambiado para siempre.

 

 

El mensaje era claro: no habrá negociación, no habrá tregua, no habrá retroceso.

 

Y el rostro de ese cambio era Omar García Harfuch.