Lucas tiene 7 años y es ciego.

 

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Nunca ha visto el cielo ni el rostro de su madre.

Los colores son solo nombres que ha aprendido, pero no imágenes que ha visto.

Sin embargo, su vida no siempre fue así.

Hubo un tiempo en que su mundo estaba lleno de luz.

Tenía una familia amorosa, un padre fuerte que lo levantaba sobre sus hombros.

Su padre le decía: “Un día tocarás el cielo, hijo”.

La voz de su madre era la melodía más hermosa que conocía.

Cada noche, ella le cantaba para dormir, envolviéndolo en ternura y amor.

Lucas pensaba que su vida siempre sería pequeña pero perfecta, llena de paz.

Pero un solo momento cambió todo.

Estaban en el coche, riendo y cantando, cuando ocurrió el desastre.

Un frenazo, un choque, un grito, y luego, el silencio.

Cuando Lucas despertó, todo era oscuridad.

 

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Extendió sus manos buscando a su madre y a su padre, pero no encontró nada.

Gritó sus nombres, su voz temblaba de miedo, pero nadie respondió.

Lloró y preguntó a Dios con el corazón roto: “¿Por qué yo? ¿Por qué me lo quitaste todo?”

El silencio fue su única respuesta, y el dolor era tan grande que no cabía en su pequeño pecho.

Lucas creyó que se había quedado completamente solo, pero se equivocaba.

Dios le dejó un ángel: su abuela.

Era una mujer anciana, con manos temblorosas y un cuerpo cansado, pero con un corazón inmenso.

Ella lo abrazó fuerte, lloró con él y rezó a su lado.

No tenía dinero ni fuerzas, pero nunca lo soltó.

A veces, Lucas la escuchaba llorar en la noche, sabiendo que estaba cansada y que la vida le dolía.

Pero jamás se lo mostró a él.

Ella se quedó solo por él.

Lucas pensó que nunca podría levantarse por sí mismo.

Creyó que la vida solo sabía quitar, pero Dios tenía otros planes.

No le devolvió la vista, pero le enseñó a ver con el corazón.

Le envió personas buenas que le dieron pan cuando tenía hambre.

Le tomaron la mano cuando se perdió.

Y le dio música.

Aunque no puede ver el mundo, puede sentirlo en cada nota, en cada melodía.

 

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Cada canción es un pedacito de luz en su oscuridad.

Hoy, Lucas está aquí, en el escenario de “America’s Got Talent”.

No está aquí para pedir lástima, sino para compartir su mayor regalo: su voz.

Canta por sus padres, que siguen vivos en su corazón.

Canta por su abuela, su guerrera, que lo amó cuando él había perdido todo.

Canta por todos los que sufren y sienten que están solos, para que sepan que no lo están.

Y sobre todo, canta para Dios, porque si Él no hubiera estado con él, Lucas no estaría aquí hoy.

Así que, por favor, no escuchen solo con los oídos.

Escuchen con el alma, porque no solo está cantando; está contando su verdad.

Canta para seguir viviendo.

En la oscuridad, Lucas perdió su camino.

Gritó el nombre de Dios, pero nadie volvió.

El silencio era profundo, frío y sin fin.

Pero el amor de sus padres vivía en él.

Sus manos ya no podían tocarlo, su voz ya no podía cantarle.

Pero cuando cierra los ojos, ahí están: mamá y papá.

Los siente aún, y eso le da fuerza.

Aunque el mundo le quitó la luz, su amor es el fuego dentro que nunca se apagó.

Cuando todo se cayó, el recuerdo de sus padres lo levantó.

No puede ver el cielo, pero lo escucha en su canción.

 

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Su abuela lo sostuvo con su fe, aunque su alma también se rompió.

Las lágrimas de su abuela mojaban su piel, pero su amor lo reconstruyó.

Dios no le habló, pero lo escuchó en cada nota.

Le respondió no dándole ojos para mirar, sino música para volar.

Porque en la oscuridad, Lucas siente que el amor de sus padres es su único aliento.

Es su razón, su verdad.

Y si hoy puede cantar, es porque nunca dejaron de amar.

No ve el cielo, pero lo lleva en su voz.

En la oscuridad, siempre siente su presencia.

Lucas es un testimonio de que, incluso en la adversidad, el amor puede brillar.

Su historia es un recordatorio de que nunca estamos solos.

La música se convierte en su luz, y su voz, en su legado.

Si esta historia te ha tocado, compártela con otros.

Recuerda que el amor trasciende la oscuridad y que siempre hay esperanza.

Lucas nos enseña que, a pesar de las dificultades, la vida puede ser hermosa.

Su canto es un himno a la resiliencia y al amor eterno.