💣 El BRUTAL repaso de Silvia Inchaurrondo a Ester Muñoz que TODOS comentan

El día en que Silvia Intxaurrondo le dio a un repaso a Ester Muñoz, la  nueva voz de Feijóo

La tensión era palpable desde el primer segundo.

Ester Muñoz, recién estrenada como portavoz parlamentaria del Partido Popular, entraba al plató con la seguridad de quien ha sido instruida para repetir el argumentario con precisión.

Pero lo que no esperaba era que se toparía con una periodista que no aceptaría vaguedades, que no se dejaría arrastrar por el ruido ni por el guion preestablecido.

Silvia Inchaurrondo abrió la entrevista con una pregunta que parecía formal: “¿Habla usted en nombre del PP?” Pero esa simple frase escondía la primera trampa.

Con ella, la periodista cerraba el paso a cualquier intento de escurrir responsabilidades o desligarse de las declaraciones institucionales.

A partir de ahí, comenzó un auténtico interrogatorio político que desmontó, pieza a pieza, el relato de Muñoz.

La nueva portavoz popular venía con una estrategia clara: insistir en los escándalos que afectan al entorno familiar del presidente Pedro Sánchez.

Suegro, esposa, hermano, todos fueron mencionados por Muñoz días atrás en el Congreso, en una intervención que convirtió la Cámara Baja en un terreno pantanoso de acusaciones personales sin respaldo

judicial.

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Inchaurrondo, lejos de pasar por alto esos detalles, llevó la conversación al centro del problema: “¿Qué pruebas tiene para sostener esas afirmaciones?”.

La diputada intentó retroceder, matizar, desvincularse: “Yo no acuso a nadie de ningún delito”.

Pero ahí estaba el golpe maestro: la periodista le leyó palabra por palabra su intervención parlamentaria.

No había lugar para las excusas.

Silencio, evasivas, frases vacías.

La defensa de Muñoz se convirtió en una sucesión de recursos desgastados: “Eso lo ha publicado la prensa”, “Hay sospechas”, “La calle lo comenta”.

Pero ninguna prueba, ningún dato concreto, ninguna acción judicial iniciada por su partido.

Lo que había, y quedó claro, era una táctica política basada en la repetición de acusaciones para instalar un relato.

Y Silvia Inchaurrondo lo desnudó con frialdad quirúrgica.

La entrevista se viralizó en cuestión de horas.

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Las redes sociales explotaron, no por un grito o una escena agresiva, sino por la claridad y firmeza con la que la periodista exigió lo que hoy escasea: responsabilidad.

Mientras Muñoz insistía en su discurso de sospechas, Inchaurrondo insistía en lo básico: “¿Hay pruebas o no?”.

La ausencia de respuesta terminó por confirmar lo que muchos sospechaban: no se trataba de una denuncia, sino de una campaña de desgaste mediático envuelta en ropajes institucionales.

El problema no es solo de forma, sino de fondo.

Que una portavoz parlamentaria utilice su posición para lanzar acusaciones personales sin respaldo judicial es una erosión directa a la credibilidad democrática.

La inmunidad parlamentaria no puede ser el escudo para la difamación.

Y cuando esa misma portavoz intenta después lavarse las manos en un plató, lo que se percibe es un desprecio total por la verdad, por el procedimiento legal y por la ciudadanía que exige explicaciones claras.

Feijóo ha apostado por Muñoz como símbolo de renovación, pero la entrevista reveló una portavoz incapaz de sostener su discurso ante una pregunta seria.

No se trata solo de carisma o juventud.

Se trata de rigor, preparación y respeto a la institucionalidad.

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En lugar de responder, la diputada recurrió al victimismo: “Se me ataca por ser mujer, por ser joven, por tener voz”.

Pero en esa entrevista no hubo ni un solo ataque personal.

Solo preguntas.

Preguntas que no supo, no pudo o no quiso contestar.

El contraste entre la serenidad periodística de Inchaurrondo y el vacío argumental de Muñoz expuso con crudeza lo que está en juego en la política actual.

No es solo una pugna entre partidos.

Es una batalla por el sentido mismo del debate público.

Si los representantes pueden señalar con el dedo desde un escaño y luego alegar que solo repiten lo que dice la prensa, el sistema entero se tambalea.

Porque no hay mayor riesgo para una democracia que permitir que el Parlamento se convierta en un plató de reality, donde todo vale si genera titulares.

La entrevista también dejó un mensaje contundente al periodismo: se puede hacer televisión sin gritos, sin espectáculo, sin pactos de silencio.

Solo hace falta alguien que lea, escuche y pregunte.

Inchaurrondo demostró que la prensa aún puede ejercer su papel de contrapoder, incluso en medio de un entorno donde el ruido lo cubre todo.

Su arma no fue la confrontación, sino la precisión.

No interrumpió, no editorializó.

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Solo devolvió a Muñoz sus propias palabras y pidió explicaciones.

Y ahí, en ese gesto tan simple como valiente, radica el valor de su intervención.

La reacción del Partido Popular no tardó en llegar.

Algunos dirigentes cerraron filas en torno a su portavoz, denunciando una “campaña mediática” en su contra.

Pero otras voces dentro del propio partido comenzaron a mostrar inquietud.

No por la entrevista en sí, sino por el daño que puede causar este estilo de comunicación basado en la insinuación sin respaldo.

¿Puede el PP mantener su credibilidad si su principal portavoz cae una y otra vez en contradicciones televisadas?

Muñoz, por su parte, aún no ha rectificado ni ha aportado datos.

Y eso es, precisamente, lo que más ha indignado.

Porque el periodismo puede preguntar, pero quien representa a la ciudadanía tiene el deber de responder con verdad, no con titulares prefabricados.

Lo que ocurrió en esa entrevista es mucho más que una anécdota viral: es un síntoma de una política que ha olvidado su responsabilidad básica, decir la verdad, o al menos, no disfrazarla con humo.

Si algo nos dejó este momento fue la certeza de que aún hay quien se planta, quien exige, quien no se deja arrastrar por el barro.

Y en estos tiempos de polarización extrema, esa actitud es más valiosa que nunca.

Porque sin verdad no hay política.

Y sin periodistas que la defiendan, el ruido será lo único que escuchemos.