El Rey Felipe VI acudió al tradicional besapié del Cristo de Medinaceli en Madrid, reafirmando el vínculo centenario de la Familia Real con esta imagen sagrada, en un acto de fe y tradición que simboliza su compromiso con la historia y el pueblo español.
Cada primer viernes de marzo, una tradición centenaria vuelve a repetirse en Madrid.
El Rey Felipe VI, fiel a las costumbres de la Casa Real, acudió una vez más a la Basílica de Jesús de Medinaceli para participar en el tradicional besapié, un acto de fe que miles de madrileños esperan cada año.
Lo que para muchos es una simple muestra de devoción, para el monarca representa un compromiso inquebrantable con la historia de España y su familia.
Pero detrás de este gesto, existen detalles que pocos conocen y que explican por qué este evento es mucho más que una tradición.
La relación de la Familia Real con el Cristo de Medinaceli se remonta al siglo XVII, cuando la imagen fue recuperada de Marruecos y llevada a Madrid.
Desde entonces, los monarcas han mantenido un estrecho vínculo con esta talla barroca, que ha sobrevivido guerras, traslados y saqueos.
Sin embargo, lo que pocos saben es que detrás del besapié hay una promesa silenciosa que los Borbones han cumplido generación tras generación.
Este año, el Rey Felipe VI llegó a la Basílica en medio de un clima lluvioso que no impidió que cientos de personas se congregaran a las puertas del templo para recibirlo con aplausos y muestras de respeto.
Vestido con elegancia y portando la medalla de esclavo de honor de la Archicofradía de Jesús de Medinaceli, el monarca avanzó con serenidad hasta la imagen sagrada, repitiendo el gesto que su padre, el Rey Juan Carlos I, y su abuelo, el Conde de Barcelona, realizaron en numerosas ocasiones.
El momento del besapié fue de una solemnidad absoluta. Felipe VI se inclinó ante el Cristo y besó su pie derecho, como dicta la tradición, en un acto que simboliza humildad y fe.
Pero, ¿qué deseos pidió el Rey en esta ocasión? La costumbre dice que quienes besan la imagen pueden pedir tres deseos y que al menos uno de ellos será concedido.
Aunque no hay manera de saber qué pensamientos pasaban por la mente del monarca en ese instante, la situación política y social de España permite intuir que entre sus peticiones podría encontrarse la estabilidad del país, la unidad de la Corona y el bienestar de su familia.
El Rey Felipe VI es un hombre de tradiciones, pero también de renovaciones. Desde su proclamación en 2014, ha trabajado incansablemente por modernizar la institución monárquica y acercarla al pueblo.
A diferencia de sus predecesores, su estilo de liderazgo es más sobrio y directo, alejado de escándalos y centrado en la transparencia.
Aun así, mantiene vivas las costumbres que han dado identidad a la Corona española durante siglos, y el besapié del Cristo de Medinaceli es una de las más significativas.
La historia de la imagen venerada es, por sí misma, un relato de resiliencia. Tallada en Sevilla en el siglo XVII, fue enviada a Marruecos como parte de la evangelización española en el norte de África.
Tras ser capturada y devuelta a España, la imagen fue acogida por los frailes capuchinos, quienes la custodian hasta el día de hoy.
Durante la Guerra Civil Española, la escultura fue trasladada a Ginebra para protegerla, regresando a Madrid en 1939. Este episodio la convirtió en un símbolo de resistencia y esperanza para los madrileños.
Cada año, miles de fieles hacen largas filas desde la madrugada para poder besar el pie del Cristo y pedir sus deseos. Algunos lo hacen por tradición, otros por devoción, pero todos coinciden en que la experiencia es única.
La presencia del Rey en esta ceremonia no solo refuerza el vínculo de la monarquía con el pueblo, sino que también pone en valor la importancia de preservar las costumbres en tiempos de cambios e incertidumbre.
Entre los asistentes al acto, no faltaron personalidades del ámbito político y religioso, así como ciudadanos anónimos que esperaban ansiosos el momento de encontrarse cara a cara con la imagen sagrada.
Para muchos, ver al Rey participando en este rito fue un recordatorio de que, más allá de las diferencias ideológicas o sociales, hay tradiciones que siguen uniendo a los españoles.
El Cristo de Medinaceli no es solo una talla de madera, es un testigo silencioso de la historia de España. Ha visto reyes nacer y caer, ha sobrevivido a dictaduras, guerras y cambios de régimen
. Y sigue ahí, en el corazón de Madrid, esperando a que cada primer viernes de marzo, el pueblo y su monarca acudan a rendirle homenaje.
Felipe VI abandonó la Basílica con la misma discreción con la que llegó, saludando a los presentes y compartiendo algunas palabras con los frailes capuchinos antes de retirarse.
No dio declaraciones, no hubo discursos, solo el gesto simple pero profundamente significativo de un rey que, en tiempos de incertidumbre, sigue encontrando en la fe y la tradición un puente entre el pasado y el futuro.
La pregunta que queda en el aire es: ¿cuál de sus tres deseos será concedido? Tal vez el próximo año, cuando vuelva a besar el pie del Cristo de Medinaceli, obtendremos la respuesta.
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