El torero Iván Fandiño falleció trágicamente en Francia tras una cornada mortal, dejando como últimas palabras una frase que estremeció al mundo: “Date prisa, me estoy muriendo”.
La tragedia golpeó con violencia inesperada una cálida tarde del 17 de junio de 2017 en la plaza de toros de Aire-sur-l’Adour, al suroeste de Francia. Lo que debía ser una tarde de gloria terminó convertida en una escena de profundo dolor.
Iván Fandiño, uno de los toreros más respetados de su generación, cayó herido de muerte ante la mirada atónita de los asistentes, dejando como legado una frase estremecedora que todavía resuena: “Date prisa, me estoy muriendo”. Estas palabras fueron dirigidas a sus compañeros mientras era llevado de urgencia a la enfermería, pero ya era tarde.
Nacido en Orduña, Vizcaya, Iván Fandiño había construido una carrera marcada por la constancia, el valor y la fidelidad a una tauromaquia pura, alejada de los artificios.
A diferencia de otras figuras del toreo que surgieron de la televisión o de familias legendarias, Fandiño era un torero hecho a sí mismo. Su vocación no vino de herencia ni de fama familiar: fue un descubrimiento íntimo que lo llevó a abandonar el fútbol, donde también destacaba como portero, para entregarse de lleno al arte del toreo.
Desde sus humildes inicios en las capeas del norte de España hasta las plazas más exigentes del mundo, siempre fue un ejemplo de lucha y superación. En 2015 logró una de sus mayores hazañas al encerrarse en solitario con seis toros en Las Ventas, plaza que le consagró como torero de verdad.
Aquel 17 de junio, Fandiño se encontraba participando en una corrida junto a los toreros Thomas Dufau y Juan del Álamo. Durante la faena, tras un pase llamado chicuelina, perdió pie al pisar su propio capote y cayó al suelo.
Fue entonces cuando el toro, perteneciente a la temida ganadería Baltasar Ibán, lo embistió de forma brutal, hiriéndolo con una cornada de 15 centímetros en el costado derecho. El pitón le perforó el pulmón y alcanzó órganos vitales, causando una hemorragia interna que resultaría fatal.
A pesar de la rápida intervención, la atención en la enfermería de la plaza fue insuficiente y el traslado al hospital de Mont-de-Marsan llegó demasiado tarde: Fandiño murió en la ambulancia, camino al hospital.
La noticia conmocionó al mundo del toreo y al público en general. Las redes sociales se inundaron de mensajes de condolencia y homenajes.
Muchos lo compararon con otros toreros que encontraron la muerte en la plaza, como Francisco Rivera “Paquirri”, quien falleció en 1984 tras ser corneado en Pozoblanco.
Sus últimas palabras, dirigidas al médico que intentaba salvarlo, también se volvieron legendarias: “La cornada es fuerte. Tiene al menos dos trayectorias. Abra todo lo que tenga que abrir. Lo demás está en sus manos”.
Años después, en 1985, el joven José Cubero “Yiyo” murió en la plaza de Colmenar Viejo tras una cornada directa al corazón. La muerte en el ruedo, aunque rara, es una amenaza constante que acompaña a los toreros, incluso en la era moderna.
Iván Fandiño no era una figura mediática, pero era muy respetado entre los aficionados más puristas. Su entrega sin límites, su carácter reservado y su profundo respeto por la profesión lo convirtieron en un símbolo de la tauromaquia más auténtica.
Su muerte no solo dejó un vacío en los carteles, sino que abrió un debate sobre las condiciones médicas en algunas plazas extranjeras y el riesgo que implica torear fuera de los grandes circuitos. Muchos se preguntaron si, de haber ocurrido en Madrid o Sevilla, habría tenido una oportunidad de sobrevivir.
A pesar de su desaparición física, su legado sigue vivo en la memoria de los aficionados y en el testimonio de quienes compartieron cartel con él. Su historia se convirtió en tema de documentales, libros y homenajes en múltiples plazas de toros.
Iván Fandiño no murió solamente por una embestida: murió por el toreo, por una pasión que le consumió hasta el último aliento. Y su última frase, simple pero devastadora, nos recuerda la frontera delgada entre la gloria y la tragedia en este arte ancestral.
Hoy, cada vez que un toro pisa el ruedo y un torero se juega la vida frente a él, el recuerdo de Fandiño resurge como un símbolo del sacrificio supremo. No fue una estrella de televisión ni un personaje de farándula, pero su muerte lo convirtió, sin querer, en una leyenda.
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