Fue en 2021 cuando la revista Lecturas publicó las primeras imágenes de Isabel Díaz Ayuso con el que era, entonces, su nuevo amor

 

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En el verano de 2021, en plena salida del estado de alarma, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sorprendía a todos con una escapada romántica a Ibiza junto a un hombre completamente desconocido para el gran público: Alberto González Amador.

Aquel viaje, del que ahora se cumplen cuatro años, marcó no solo un antes y un después en la vida sentimental de Ayuso, sino también en la percepción pública de su figura, hasta entonces más hermética y discreta en cuestiones del corazón.

El viaje fue documentado por una revista del corazón, que captó imágenes inéditas de la pareja paseando por Marina Ibiza, disfrutando de desayunos al aire libre, besándose apasionadamente en plena calle y retratándose con selfies frente al mar en enclaves paradisíacos como Cala Comte y Cala Tarida.

Según se pudo reconstruir, Isabel y Alberto llegaron a la isla un viernes por la tarde, alquilaron un coche nada más aterrizar y se instalaron en un apartamento turístico en el centro de la ciudad de Ibiza.

 

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Durante todo ese fin de semana, se les vio compartiendo momentos muy íntimos: desde desayunos en terrazas llenas de turistas, donde algunos curiosos no tardaron en reconocer a la presidenta, hasta largos paseos por la costa, con Alberto siempre atento, fotografiando cada gesto y sonrisa de su pareja.

El domingo, antes de regresar a Madrid, la pareja comió en un restaurante de agroturismo en el corazón de la isla y cerró su escapada con un último paseo frente al mar.

Las imágenes dejaban claro que entre ellos no solo había complicidad, sino una conexión que entonces parecía imbatible.

La presencia de Alberto González en la vida de Isabel no solo sorprendía por lo repentino de su aparición, sino también por el secretismo que lo rodeaba.

Pocas personas conocían su identidad: un hombre de 45 años, de raíces andaluzas, con buena presencia, afincado en Madrid, pero sin ningún vínculo directo con la política ni los medios.

Su perfil discreto contrastaba con la intensidad mediática que siempre acompaña a la presidenta madrileña, especialmente desde su ascenso meteórico en el Partido Popular y su protagonismo durante la gestión de la pandemia.

 

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Este nuevo romance llegaba justo después de una etapa sentimental compleja para Ayuso.

En noviembre de 2020 había roto con su pareja de entonces, el estilista y peluquero Jairo Alonso, un amigo de la infancia con el que mantenía una relación desde 2016, tras su divorcio de su primer marido, cuya identidad aún sigue siendo un misterio.

Aunque en su momento Ayuso insistió en que mantenía una buena amistad con Alonso, sus declaraciones posteriores generaron sospechas.

“En Madrid puedes cambiar de pareja y no volver a encontrarte nunca más con tu ex”, dijo en una entrevista, una frase que fue interpretada por muchos como una indirecta cargada de rencor. Ella trató de desmentirlo rápidamente: “Con Jairo tengo una gran amistad”, aseguró.

En declaraciones anteriores, la política también había confesado que siempre había querido tener hijos, pero que su dedicación al trabajo y su carácter independiente le habían impedido consolidar esa parte de su vida personal.

“Siempre me he volcado en el trabajo”, reconocía en más de una ocasión, dejando entrever que sus relaciones sentimentales habían sufrido por su compromiso político.

 

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La aparición de Alberto en su vida, por tanto, era vista no solo como un nuevo comienzo emocional, sino también como una señal de que, tal vez, Isabel se permitía por fin un respiro en su apretada agenda política.

La naturalidad con la que ambos se mostraban en Ibiza, sin esconderse ni preocuparse por los objetivos de las cámaras, fue interpretada como un mensaje claro: Ayuso estaba enamorada y no temía que el país lo supiera.

Cuatro años después de aquella escapada, la historia con Alberto González sigue siendo uno de los episodios más comentados de la vida personal de Isabel Díaz Ayuso.

No solo por el romanticismo de aquel fin de semana frente al mar, sino por el contraste que representó con la imagen férrea y combativa que proyecta como política.

Aquel viaje, breve pero intenso, sirvió como una ventana fugaz al mundo emocional de una de las figuras más mediáticas de la política española contemporánea, y alimentó durante meses los titulares de prensa rosa y las conversaciones de pasillo en la Asamblea de Madrid.

Hoy, aunque la relación con Alberto ha atravesado etapas de discreción y rumores de distanciamiento, aquel fin de semana sigue siendo recordado como el momento en que Isabel Díaz Ayuso, por un instante, dejó de ser la presidenta para convertirse simplemente en una mujer enamorada en la isla del amor.

 

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