Ya hace casi un año desde que Rafa Nadal se retirara del tenis para siempre y ahora se enfrenta a una nueva vida “sin objetivos” claros
Rafa Nadal, el hombre que dominó el tenis mundial durante más de dos décadas con 22 Grand Slams, 14 títulos en Roland Garros y dos oros olímpicos, cerró oficialmente su carrera profesional en noviembre de 2024.
Desde entonces, el extenista mallorquín ha iniciado un periodo de transición que, lejos de ser plácido, está lleno de contradicciones, emociones encontradas y una necesidad constante de reinventarse.
Apenas ocho meses después de aquel homenaje multitudinario en la pista central de Roland Garros, Nadal se enfrenta a una vida completamente distinta:
ya no hay entrenamientos de cinco horas diarias ni viajes interminables alrededor del mundo, sino madrugones para llevar a su hijo al colegio, tiempo para cocinar, ejercicio controlado y, sobre todo, la búsqueda de nuevos objetivos que le devuelvan la motivación que siempre definió su carácter competitivo.
“Levantarme sin tener algo que hacer no me funciona. Necesito objetivos. Esforzarme es lo que me da felicidad”, confesó recientemente en una entrevista, reflejando el vacío que siente al no tener torneos en el horizonte.
Esta confesión resulta especialmente llamativa viniendo de alguien que durante veinte años vivió bajo la presión constante de ganar.
Nadal ha repetido que no extraña tanto la competición como el hecho de no tener metas claras en el día a día. “Es un poco difícil decidir cuál es el día a día, porque no hay una rutina como había antes.
Ahora se trata de ir probando muchas cosas, de entender qué me gusta más o qué me gusta menos”, explicó con sinceridad.
Su nueva rutina está marcada por un detalle entrañable: ya no es un despertador ni un entrenador el que le obliga a empezar la jornada, sino el llanto de su hijo, que lo despierta casi a diario alrededor de las siete de la mañana.
Esa nueva faceta como padre lo ha cambiado profundamente. “Intento organizar mi trabajo por las mañanas para poder pasar las tardes con él. Hago todo lo posible para estar presente y vivir esa parte de la vida que antes me perdía por el tenis”, relató con emoción.
La paternidad, asegura, le da una felicidad distinta a la de levantar trofeos, pero admite que también es exigente y no le deja espacio para la improvisación.
Aun sin la disciplina férrea de la ATP, Nadal no ha perdido la costumbre de entrenar. Se ejercita al menos tres veces por semana combinando cardio, fuerza y ejercicios específicos para mantener sanas las rodillas y los hombros castigados por años de exigencia extrema.
“Si lo dejo para última hora, siempre encuentro excusas. Prefiero empezar el día sabiendo que ya he cumplido”, explicó.
Esta constancia le ha permitido también volver a disfrutar de deportes que tenía aparcados, como el golf y el fútbol, aunque él mismo reconoce con humor que ya no juega con la misma destreza de antes.
Uno de los aspectos más curiosos de su nueva vida está en la dieta. Durante su carrera era estricto con la alimentación, pero ahora se permite caprichos. “Desgraciadamente me gusta el chocolate con leche, y lo tomo casi a diario”, confesó con una sonrisa.
Al mismo tiempo, sigue cuidando su salud con suplementos de su propia línea, NDL Pro-Health, un proyecto empresarial en el que ha volcado parte de su energía desde la retirada.
El vacío competitivo, sin embargo, le sigue pesando. En varias entrevistas ha repetido la idea de que necesita objetivos, incluso pequeños, para sentirse bien.
Esa necesidad lo ha llevado a involucrarse en proyectos solidarios que le devuelven la sensación de estar luchando por algo.
En un podcast reciente participó en un reto de pedalear 7,5 kilómetros en bicicleta estática, y cada kilómetro se tradujo en donaciones destinadas a su Fundación “Más que Tenis” y a la Fundación Racing Club de Cantabria.
Esta manera de vincular el esfuerzo físico con un fin social le ha dado, según dice, “una motivación distinta, pero igualmente necesaria”.
La vida después del tenis no ha apagado su carácter competitivo, aunque Nadal insiste en que, por ahora, no se ve entrenando a otros jugadores. “A día de hoy no me veo entrenador, pero no sé si lo seré en unos años”, reconoció, dejando abierta una puerta a futuro.
Lo que sí tiene claro es que seguirá vinculado al deporte de alguna manera, ya que forma parte de su identidad. Mientras tanto, disfruta de placeres sencillos: cocinar en casa, ver crecer a su hijo, caminar por la playa en Manacor y dedicar tiempo a proyectos personales.
Detrás de la serenidad que proyecta en público, Nadal también lucha con momentos de desmotivación.
“Cuando no hay un objetivo claro, uno se siente vacío. Intento suplirlo con la disciplina de siempre, con pequeñas metas cada día, pero no es fácil”, admitió con la misma franqueza que lo caracterizó en sus conferencias de prensa durante su carrera.
Este reconocimiento conecta con la imagen de un Nadal humano, vulnerable, que después de tantos años de ser un gladiador en las pistas, ahora se enfrenta a batallas más íntimas: mantener la motivación, adaptarse al cambio y redescubrir quién es más allá del tenis.
El mallorquín, que fue parte de los llamados “Cuatro Fantásticos” junto a Federer, Djokovic y Murray, reflexionó recientemente sobre el legado de esa generación.
“Espero que esa rivalidad sirva en este mundo radicalizado, porque demostramos que se puede competir al máximo sin perder el respeto y la admiración mutua”, dijo, dejando entrever que una parte de su misión ahora es transmitir valores más allá de los títulos.
El presente de Nadal es un equilibrio delicado entre el pasado glorioso que lo convirtió en leyenda y un futuro aún por definir.
De momento, su vida transcurre entre la disciplina heredada del deporte, el cariño de su familia y la búsqueda de nuevas metas que le devuelvan la pasión que siempre lo caracterizó.
Porque, como él mismo insiste, para Rafa Nadal no basta con vivir: necesita luchar por algo cada día.
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