De humorista de éxito en los años 90 a sus polémicas personales y agresiones.

Ángel Garó fue uno de los humoristas más populares de la televisión española en los años 90. El actor gaditano, de 58 años, saltó a la fama en 1991 gracias a sus personajes en el concurso Un, dos, tres… -como Juan de la Costa, Maruja Jarrón o Chikito Nakatone – que le convirtieron en una estrella del humor. Durante aquella década amenizó las noches de los viernes con sus sketches y llegó a ser un rostro muy querido por el público.

Desde entonces ha continuado sobre los escenarios con galas y giras teatrales, incluso incursionando en la zarzuela.

Sin embargo, en los últimos años su nombre ha resonado más por polémicas personales que por sus éxitos profesionales.

La imagen pública del humorista comenzó a ensombrecerse en 2017, cuando se vio envuelto en varios escándalos.

Ese verano, se convirtió en ‘trending topic’ no por un nuevo chiste, sino por un altercado en su domicilio de Málaga y la denuncia de su pareja por presuntos malos tratos.

La sobredimensionada vida privada del cómico saltó a los titulares luego de que su entonces novio le acusara públicamente de agresión, en un episodio que expuso una faceta desconocida del actor.

A raíz de aquel incidente –que incluyó un vídeo viral donde se le veía increpando desde el balcón de su casa a unos policías– los medios comenzaron a indagar en su estilo de vida.

El resultado fue cuanto menos inquietante: lejos de la imagen modesta que podía suponerse, llevaba una vida acomodada y rodeada de lujos.

Se le vio al actor asomado al balcón de su casa en Málaga, en una imagen de 2017. El cómico residía entonces en este edificio de tres plantas ubicado en pleno centro de la ciudad, cuya propiedad gestiona a través de su empresa Mimotrim SL. La vivienda, conocida como “el piso del escándalo”, fue escenario de un altercado con la policía que desencadenó la denuncia por agresión interpuesta por su exnovio.

Dos décadas después de sus noches de gloria televisiva, el artista vive una realidad muy distinta. Alejado de la primera línea del espectáculo, continúa actuando en formatos menores mientras lidia con las consecuencias de sus actos fuera de los escenarios. Su caso ejemplifica el viaje del éxito al ocaso: de hacer reír a millones de espectadores a afrontar demandas judiciales y polémicas en redes sociales.