Alejado del brillo mediático, ha encontrado en el teatro su lugar natural, mientras lleva una vida discreta junto a su pareja y sus dos hijos.
Pocas cosas hay más españolas que el bocata de calamares, en la Taberna Hermanos Serrano… y Fiti soltando verdades universales entre cañas, tuercas y chascarrillos.
Antonio Molero no solo interpretó al entrañable mecánico de Santa Justa: lo convirtió en una institución nacional de sabiduría popular, filosofía de taller y arte de opinar sin tener toda la información.
Su personaje era una mezcla explosiva de corazón noble, mente distraída y lengua sin filtro. Un cuñado de manual para cualquier barbacoa: se mete donde no lo llaman, pero lo hace con buena intención.
Detrás de ese personaje tan querido hay un actor con una carrera sólida y una vida sin aspavientos.
Molero nació el 17 de enero de 1968 en Ajofrín, un pueblo toledano de apenas dos mil habitantes. «Eran calles de tierra, sí, sí. Pueblo duro de la meseta. Mucho calor en verano, mucho frío en invierno», ha recordado en alguna ocasión.
Su infancia transcurrió entre campo, animales y una naturalidad que le marcó para siempre.
A los ocho años, un golpe duro: su padre, Primitivo, falleció, y su madre, Olvido, se encargó de tirar adelante con tres hijos.
Primero limpiando bancos, luego trabajando en una sucursal. La familia se mudó a Alcalá de Henares en busca de oportunidades.
Es el menor de tres hermanos y también primo del poeta Rogelio Sánchez Molero, una conexión familiar que refleja el arraigo cultural y la sensibilidad artística presente en su entorno.
Aunque estudió Magisterio, lo suyo estaba en otro sitio. A los veinte, ese runrún de dedicarse al arte ya no se le quitaba del cuerpo.
Lo que empezó como una inquietud se convirtió en vocación. Actor, guionista, director… ha hecho de todo.
En los años noventa apareció en 7 vidas, Compañeros, Hospital Central o ¡Ay, señor, señor!, pero el gran golpe de popularidad llegó con el personaje de Poli en Médico de familia.
Aquello fue una locura: audiencias millonarias, fama desbordada. «No podía coger el transporte público, me grababan en restaurantes, en el tren…», contó. Incluso llegó a leer su propia necrológica en un portal de internet que lo dio por muerto. Le llamaban llorando… mientras él seguía vivo y rodando.
Y luego vino Fiti. El mecánico más entrañable de Santa Justa le dio la consagración definitiva.
Durante cinco años en Los Serrano, Molero bordó un personaje lleno de corazón, humor y esa ternura que solo da la imperfección.
«Fue de lo mejor que he hecho en la tele, a nivel de tramas, de calidad, de compañeros… tengo muy buen recuerdo», ha dicho.
Pero su amor por el oficio no se detiene en la pequeña pantalla: el teatro es su otra gran pasión. Ha trabajado con Verónica Forqué, Josep María Pou o Eduardo Vasco.
Le hemos visto desde Shakespeare hasta la comedia más gamberra, con obras como «No son todos ruiseñores», «El tipo de la tumba de al lado» o la actual «¡El barbero de Picasso!», que ahora está funcionando con fuerza.
Lejos de los escenarios, Antonio prefiere una vida tranquila, de esas que se pisan con calma.«No soy ambicioso ni soñador. Me gusta ir poco a poco, disfrutar de lo que tengo a mi alrededor. Muy típico de los capricornio», le confesó a Rosa Villacastín.
Desde hace años forma un tándem vital y profesional con Katia Bárbera, su pareja y representante, con quien tiene dos hijos: Alejandro y Jimena.
Ejercer de padre, dice, le sale natural. Quizá porque viene de una infancia donde los hombres no tocaban un plato y él decidió que esa historia debía cambiar. Se arremanga, va al súper, cocina, recoge del cole. Y lo hace sin postureos.
Melómano y nostálgico, es fan de Bruce Springsteen, estuvo hace poco en el concierto del Boss en San Sebastián y echa de menos ese tipo de referentes musicales para sus hijos.
Le gusta Instagram —sí, se hace selfies— y aunque no persigue fama, comparte momentos sencillos con quienes le siguen.
Se declara fiel al Athletic Club de Bilbao, una herencia paterna que no ha perdido. Va a terapia, practica la filosofía estoica y cree en trabajar sin quejarse mucho. Lo ha mamado de su madre: esa manera de tirar adelante, sin aspavientos, pero con todo el coraje.
Además, pinta, dibuja, escribe, actúa. Es de los que no hacen ruido, pero trabajan sin parar.
Detesta que le graben a escondidas en la calle, pero agradece cuando alguien se le acerca con respeto. No busca el foco, ni los titulares. Lo suyo es la autenticidad.
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