Decíamos de Javier Cámara que es una persona celosa de su intimidad, poco interesada en ser el centro de atención y de la que se saben pocas cosas personales, sólo aquellas que él libremente ha querido compartir -como su reciente paternidad-, pero comparado con Manolo García, la vida del actor es como un libro abierto.

Si del día a día, del estatus sentimental y las opiniones más íntimas de Cámara se sabe poco, del antiguo líder de El Último de la Fila aún se sabe menos.

Él se ha quejado en varias ocasiones incluso de que portales como Wikipedia aportan datos que nunca se han contrastado, y que son falsos, o que él vende como falsos para crear una sensación de duda, y eso ha contribuido aún más a hacer borrosa una imagen que a él le gustaría mantener no ya pura, sino casi inexistente, disuelta en el aire de la vida.

En definitiva, ni siquiera lo que se dice por internet puede ser tomado como base verídica, porque Manolo García ni confirma ni desmiente.

¿Está casado? ¿Tiene hijos? ¿Qué hace justo después de levantarse? ¿Duerme desnudo o con el pijama puesto? ¿Qué tipo de dieta lleva? Lo que se sabe con toda seguridad es que Manolo García (66) está casado con su arte, que es el principal motor de su existencia -sus cuadros, sus poemas, sus canciones-, y que sus hijos son sus obras, a las que dedica toda su energía.

El artista catalán presentará esta noche en El Hormiguero su nuevo trabajo, Mi vida en Marte y Desatinos desplumados, 27 canciones nuevas creadas durante la pandemia, y la gira que inicia este mes de mayo.

Como ha dicho en varias entrevistas, el artista expone todo su ego en el escenario, pero cuando baja de él quiere ser una persona normal que pasa desapercibida.

Así que el verdadero Manolo García que conocemos es el que canta, toca, expone o publica su obra.

Ha mostrado parte de su obra pictórica en el monasterio de Sant Feliu de Guíxols, ha publicado varios poemarios y con su música también quiere mantener un control férreo de cómo se muestra en público: por ejemplo, no ha permitido que ninguna canción suya se interprete en concursos tipo Operación Triunfo, y hace dos años fue de los primeros músicos que se negó a participar en el concierto colectivo en azoteas que intentó promover el Ayuntamiento de Barcelona crítico con el alto coste de la producción en una época en la que se recomienda no despilfarrar en fruslerías.

Manolo García nació en Barcelona, en 1955 -este dato sí es verdadero-, hijo de inmigrantes castellanos y se crio en Poblenou, un barrio humilde, populoso, de casas bajas y rodeado de fábricas que en aquella época aún ni siquiera imaginaba la transformación y la gentrificación que ha experimentado en los últimos años.

Luego estudiaría diseño gráfico, trabajaría en publicidad, y dejaría el oficio para embarcarse en su aventura musical: Los Rápidos, Los Burros, El Último de la Fila, finalmente su carrera en solitario que ya le ocupa más de 20 años y que sólo ha interrumpido para resucitar, durante un tiempo muy pequeño y sólo para un puñado de conciertos, a El Último.

Nunca ha querido vivir de la nostalgia ni habitar el pasado. Tampoco el futuro: es una persona hecha a la vieja usanza, que abomina de las telecomunicaciones y que se ha negado a tener un móvil de última generación, que no usa ni los sistemas de mensajería instantánea ni construye su imagen del mundo a través de la navegación por internet.

Para él, la vida es lo que se puede palpar con la mano y escuchar en la calle. Su trabajo es lírico en todos los planos de su creación: en los cuadros, en los versos y en los estribillos.

Habrá quien piense que Manolo García es un rezagado de otra época, pero su desconexión digital y su empeño en vivir fuera de todo escrutinio, vigilancia o estrés derivado del uso de las redes sociales y los móviles le ha hecho bien.

A punto de cumplir 67 años -será en agosto-, no parece por su aspecto que tenga esa edad: se le ve tonificado, sereno, dedicado a sus pasiones, sin ansiedad ni necesidad de demostrar nada nuevo.

Se ha ganado un público fiel que, aunque no sea tan numeroso o vehemente como el que le seguía con El Último de la Fila, le permite seguir componiendo lo que quiere, organizar las giras a su gusto y destinar el resto del tiempo al cultivo de su espíritu.

Tampoco lo confirma ni lo desmiente, pero nos lo imaginamos rodeado de una nutrida biblioteca (no pasa un día sin poesía, ha dicho), con inclinaciones hacia la jardinería o la cocina, sibarita del cine clásico, durmiendo sus ocho horas de tirón. Un hombre feliz y pleno, ajeno al ruido de la vida moderna.

Eso siempre y cuando no tenga que dedicarse a una familia secreta -una vez se publicó en Wikipedia que tenía cuatro hijos, cosa que él se ha cansado ya de desmentir-, pero si hay algo bajo la superficie, seguramente nunca lo sabremos. Es más difícil saltar el muro de privacidad con el que Manolo García ha blindado su vida privada que viajar a la estrella más cercana en un avión plateado.