🔥 “Soy la mujer de Iván”: El susurro que hizo tambalear a Vox desde dentro 🥀👁️

Rocío Monasterio Rocío Monasterio muestra sus pasaportes cubano y español  en un mitin en Valdemoro

España arde sin necesidad de fuego.

El país está dividido, enfrentado, agotado…y ahora, traicionado desde dentro.

Cuando Rocío Monasterio, uno de los rostros más icónicos de Vox, confesó públicamente que fue expulsada por un acto de machismo, nadie podía creerlo.

La mujer que tantas veces despreció la ideología de género, que se erigió como estandarte del antifeminismo político, ha admitido que fue tratada como un estorbo por el simple hecho de ser “la mujer de Iván”.

La misma que hablaba del “burka ideológico” impuesto a las mujeres, ahora reconoce que fue víctima de ese mismo sistema que defendió a capa y espada.

Y no lo dice con rabia, sino con un tono derrotado, como si todo su mundo se hubiese derrumbado.

La caída de Monasterio no es solo un gesto simbólico.

Es la grieta en la fachada de un partido que se ha nutrido del discurso duro, de la negación del machismo, de la burla constante a cualquier señal de desigualdad.

Su relato no es ambiguo: le preguntaron por qué la echaban y le respondieron que era por ser la mujer de Iván Espinosa de los Monteros.

Ella intentó matizar, decir que no se queja nunca de machismo, que no le gusta la victimización.

Rocío Monasterio reaparece para decir que en Vox hay machismo: 'Me echaron  por ser la mujer de Iván'

Pero el mensaje ya estaba dado.

El monstruo se ha comido a uno de los suyos.

Y lo ha hecho con las mismas garras con las que ella ayudó a construirlo.

Pero la historia no acaba ahí.

Mientras el ala más reaccionaria del país se reconfigura y se devora internamente, en otro rincón, Roma Gallardo lloriquea en cámara porque Hacienda le pide dinero.

Se le quiebra la voz, mira al vacío, y entre sollozos amenaza con irse del país.

Lo que más le duele no es la presión fiscal, es no poder seguir viviendo en su burbuja sin responsabilidades colectivas.

Suena patético, pero miles lo aplauden.

El influencer que se ha hecho rico a base de cargar contra el feminismo y el Estado ahora no quiere pagar lo que le corresponde.

Y su solución es huir, como tantos otros.

No construir.

No proponer.

Solo escapar.

Rocío Monasterio, otra fundadora de Vox apartada

La paradoja alcanza el punto más absurdo cuando, en una tertulia de Televisión Española, Laura Royo —una analista extranjera y racializada— decide llevar una escarapela con la bandera de Perú en honor al día

de la independencia de su país.

¿La respuesta? Una amenaza de deportación de parte de un cabo de la Guardia Civil, candidato de Vox en Huesca, y tertuliano de Iker Jiménez.

“Si no te gusta España, te vamos a deportar y te quitaremos el DNI”, escribió.

Con total impunidad.

Como si ser extranjero fuera un delito, como si tener una opinión crítica implicara perder derechos.

Lo más escalofriante no es el mensaje en sí, sino que lo firma alguien con poder real, con una placa, un uniforme, y la autoridad de representar al Estado.

Esta semana, España ha tocado una fibra sensible.

La de la hipocresía desbordada.

Porque mientras Roma Gallardo se queja de que le cobran retroactivamente las cuotas de autónomos, miles de ciudadanos pagan religiosamente sus impuestos sin quejarse, sabiendo que sostienen escuelas,

hospitales y pensiones.

Mientras Rocío Monasterio descubre, tarde y con lágrimas, que el machismo no es un invento feminista sino una estructura real, muchas mujeres llevan años siendo silenciadas, ridiculizadas y excluidas dentro y

fuera de la política.

Rocío Monasterio rompe su silencio y achaca al machismo su salida de Vox:  "Me echaron por ser la mujer de Iván"

Y mientras se amenaza a periodistas racializadas por mostrarse orgullosas de su identidad, el discurso xenófobo se normaliza en prime time con la complicidad de medios y uniformados.

Y luego están los empresarios.

Esos que lloran en entrevistas porque “la gente no quiere trabajar” pero ofrecen contratos miserables, salarios ínfimos y condiciones que rozan la explotación.

Que culpan a los jóvenes por no querer arruinar su verano en empleos precarios y no se cuestionan si lo que ofrecen vale la pena.

Que prefieren contratar a migrantes vulnerables porque saben que pueden pagarles menos.

Que lloriquean cuando nadie quiere trabajar 10 horas por 800 euros, pero jamás consideran subir el sueldo.

No es que no haya trabajadores.

Es que no quieren pagar lo justo.

Y cuando no lo logran, gritan “el país se va a la mierda”.

Mientras todo esto ocurre, los creadores de contenido más influyentes entre la juventud siguen vendiendo relatos individualistas, antisociales y reaccionarios.

Roma, El Chocas, Wall Street Wolverine, Greev.

Rocío Monasterio recurrirá ante la Justicia la sanción de 15 días sin  sueldo por su voto fantasma

Todos recortados por el mismo patrón: facturan miles, insultan el sistema, odian los impuestos…

pero cuando necesitan sanidad pública, protección social o escapar de un desahucio, corren a refugiarse en ese Estado al que tanto desprecian.

El país está entrando en una nueva fase.

Donde los viejos discursos se caen a pedazos y los actores políticos muestran su verdadera cara.

Rocío Monasterio ha sido desnudada públicamente por el mismo partido que la encumbró.

Roma Gallardo ya no puede esconder su egoísmo bajo el disfraz de rebeldía.

Y la Guardia Civil tiene un problema real si permite que sus miembros amenacen a periodistas en abierto.

España necesita una conversación honesta.

Pero mientras tanto, esta semana nos ha mostrado algo claro: los discursos caen, las máscaras se rompen y, tarde o temprano, todos se ven obligados a mirar al espejo.

Y no todos soportan lo que ven.