A los 84 años, Dyango rompió el silencio con una confesión que sacudió los cimientos de la música romántica en español.

 

 

 

 

 

Le perdonarías todo lo peor, estimados televidentes, pero hoy lo que nos reúne no es una canción ni una serenata.

Hoy nos adentramos en una historia que pocos se atreverían a contar en voz alta.

Una historia que no solo revela las grietas del alma de un artista, sino que también nos recuerda que la fama a veces puede ser una cárcel disfrazada de aplausos.

José Gómez Romero, conocido en todo el mundo como Dyango, ha sido durante décadas una de las voces más queridas de la música melódica.

Pero a su edad, con la serenidad de los años y una mirada clara, el cantante catalán decidió poner fin a años de silencio.

“Estos son los cinco que nunca quise ver ni en pintura”, dijo sin titubear.

¿Puede el rencor sobrevivir al tiempo, a la gloria, a los años dorados del bolero?

 

 

Dyango | Artist | LatinGRAMMY.com

 

 

¿Qué heridas tan profundas lo llevaron a odiar a cinco colegas, algunos de ellos iconos venerados por generaciones?

Detrás de cada nota, hay un silencio.

Detrás de cada sonrisa, puede haber una historia de traición.

Dyango nació en Barcelona en 1940.

Desde joven, supo que lo suyo era la música.

En una época en la que las baladas eran el idioma universal del amor, no tardó en destacar.

Su voz cálida, melancólica y profunda se convirtió en su sello personal.

 

 

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Durante los años 70, 80 y 90, su nombre se consolidó como uno de los referentes indiscutibles del bolero y la canción romántica.

Conocido como el maestro del bolero, Dyango conquistó América Latina con canciones como “El que más te ha querido”, “Por volverte a ver” o “Cuando quieras déjame”.

En cada escenario, era recibido como un embajador del sentimiento.

Pero detrás del micrófono, se escondía un hombre perfeccionista, exigente consigo mismo y con quienes lo rodeaban.

A diferencia de otros artistas que se reinventaban con cada década, él se mantuvo fiel a su estilo: emoción pura sin artificios.

Su consagración en América Latina fue rotunda.

 

 

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Argentina, México, Perú, Colombia.

El continente entero lo recibió con los brazos abiertos.

Sin embargo, el éxito también trae sombras.

Las giras interminables, los compromisos, las comparaciones, las tensiones con discográficas y productores comenzaron a pasar factura.

Detrás del telón, empezaron a surgir contratos disputados, favoritismos en la radio y una competencia silenciosa cargada de celos y traiciones.

Dyango, casado y padre de cuatro hijos —entre ellos Marcos Llunas— siempre mantuvo un perfil discreto.

Pero su carácter fuerte y su intolerancia a la mediocridad lo convirtieron en una figura difícil de manejar en la industria.

Durante años, guardó silencio.

Sabía que hablar reabriría heridas.

Pero a los 84, sintió que era hora de saldar cuentas con su propia historia.

Lo hizo sin rabia, pero con firmeza.

Nombró uno por uno a aquellos que lo decepcionaron: Freddy Terrazas, Julio Iglesias, José Luis Perales, Mecano y Joaquín Sabina.

 

 

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Todo comenzó, según sus palabras, con un accidente en una gira por América.

El responsable de esa gira era Freddy Terrazas, un productor conocido por su ambición desmedida.

Dyango sufrió un accidente automovilístico grave y lo acusó de negligencia.

Lo denunció por priorizar el dinero sobre su seguridad.

Desde entonces, la relación quedó destruida.

Con Julio Iglesias, la historia fue más sutil, pero igual de punzante.

Ambos eran íconos del romanticismo, pero Julio cultivaba una imagen internacional y glamorosa, mientras Dyango apostaba por la autenticidad.

La industria favorecía a Julio.

Las emisoras, las galas, las portadas.

Las comparaciones eran constantes.

Según Dyango, eso fue alimentando una rivalidad silenciosa.

“Nunca me gustó su forma de cantar ni cómo manejaba su fama”, dijo sin rodeos.

Con José Luis Perales, la tensión era más incómoda que directa.

 

 

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Aunque ambos compartían estilo y época, Dyango sentía que Perales lo evitaba deliberadamente.

Se hablaba incluso de que Perales habría bloqueado su participación en ciertos programas.

Un rumor que Dyango jamás desmintió.

La relación con Mecano era generacional.

Mientras ellos irrumpían con su estilo vanguardista, Dyango representaba la tradición romántica.

Para él, su música era superficial.

“El talento no siempre va de la mano con el éxito”, afirmó alguna vez.

Y finalmente, Joaquín Sabina.

 

 

Joaquín Sabina - Bilbao

 

 

Aunque Sabina siempre habló con respeto de Dyango, su irreverencia y estilo crudo le parecían a Dyango una traición al sentimiento puro del amor.

“No puedes cantar sobre el amor si no lo sientes con pureza”, declaró.

Cinco nombres.

Cinco historias llenas de resentimientos y silencios que pesaron durante décadas.

Dyango lo dijo claro: no busca venganza, solo quiere que el mundo sepa su verdad.

La reacción fue inmediata.

Freddy Terrazas lo acusó de mentir y de ser impulsivo.

Julio Iglesias guardó silencio, pero su entorno dejó entrever que conocía el desprecio de Dyango desde hacía tiempo.

José Luis Perales, durante un concierto, soltó un comentario indirecto: “Algunos confunden la competencia con el rencor.”

 

 

 

Ana Torroja, de Mecano, respondió que Dyango nunca entendió que la música evoluciona.

Y Sabina, con tristeza, dijo en una entrevista: “Me duele. Siempre lo admiré. Si él piensa que no sentí lo que cantaba, es porque nunca me escuchó con el corazón.”

La industria se sacudió.

Las redes sociales estallaron.

Los medios no hablaban de otra cosa.

Pero Dyango no se retractó.

En una segunda aparición pública, dijo: “No busco disculpas. Solo quiero que el mundo sepa que detrás del aplauso hubo momentos de decepción.”

Semanas después, algo inesperado ocurrió.

En un concierto íntimo en Barcelona, Dyango se detuvo, miró al público y dijo: “No es una lista de odio. Es una lista de heridas.”

El teatro se quedó en silencio.

Y luego estalló en aplausos.

Con los ojos húmedos, concluyó: “Solo la familia permanece. Los escenarios se apagan. Las canciones pasan. Pero lo que somos es lo que dejamos en los corazones.”

No todos los finales llegan con reconciliaciones públicas.

A veces la paz llega en un susurro.

Dyango nos deja una última enseñanza: nunca es tarde para contar tu verdad.

Y usted, estimado espectador, ¿qué verdad guarda todavía en silencio?