⚠️“El precio de ser el mejor”: El testimonio que deja al descubierto el lado oscuro del genio culinario David Muñoz
Cuando uno piensa en David Muñoz, la imagen que le viene a la mente es la de un chef explosivo, innovador, inigualable.
Su nombre está asociado a excelencia, a excentricidad y a un paladar fuera de toda lógica.
Pero según Pablo Colmenares, que trabajó en DiverXO durante uno de los periodos más intensos del restaurante, la cara oculta de ese éxito es mucho menos glamurosa.
En el podcast de Diego Gallego y Gonzalo Urdiales, Colmenares ofreció un testimonio crudo, sin adornos, que ha hecho temblar los fogones de la alta cocina.
“Solo recuerdo correr, correr y correr”, confesó.
Su jornada empezaba antes de las nueve de la mañana y terminaba bien pasadas las dos de la madrugada.
Un ritmo de trabajo tan brutal que no había espacio ni para pensar.
Comer era un acto funcional: un bol rápido, de pie, caminando por la cocina, mientras el reloj devoraba los minutos previos al servicio.
La tensión era asfixiante.
No era solo cocinar: era ejecutar con una precisión quirúrgica, bajo presión extrema, sin margen de error.
Un paso en falso, una salsa mal ajustada, y el castillo se venía abajo.
Colmenares comparó esa rutina a una meditación forzada, un estado en el que el cerebro se apaga y el cuerpo entra en automático.
No se levantaba la cabeza, no había pausa.
Solo existía la perfección, y esa perfección tenía nombre y apellido: David Muñoz.
Porque si hay algo que define al marido de Cristina Pedroche es su absoluta obsesión por los detalles.
Nada se dejaba al azar.
Cada textura, cada color, cada aroma debía estar al nivel de la excelencia.
Una exigencia que, según Colmenares, no era fruto del capricho, sino de una búsqueda sincera por hacer algo realmente único.
Pero esa obsesión tenía un coste humano.
El propio Pablo admitió que sus días de descanso eran como recuperarse de una maratón.
Y eso que era joven y con energía.
El nivel de desgaste físico y mental era tan alto que pocos aguantaban el ritmo.
Aun así, no guarda rencor.
Todo lo contrario.
Afirma que esa etapa fue fundamental para convertirse en el chef que es hoy.
Gracias a lo que aprendió en esa “cocina de guerra”, logró desarrollar una visión creativa que le permitió aplicar técnicas de vanguardia en un terreno tan aparentemente simple como las hamburguesas.
Lo más llamativo de su testimonio es que no se trata de una denuncia desde la rabia, sino de una reflexión desde la experiencia.
Colmenares no habla para destruir, sino para mostrar.
Reconoce que hoy en día las condiciones han mejorado y que los tiempos de 17 horas seguidas ya no son la norma.
Pero su relato sirve como memoria viva de lo que hubo detrás de ese momento dorado en el que DiverXO consiguió su tercera estrella Michelin.
Un periodo de gloria para el restaurante… y de auténtico infierno para quienes sostenían el milagro desde las cocinas.
Y si había alguna duda de que el perfeccionismo de Muñoz traspasa lo profesional, su pareja, Cristina Pedroche, lo dejó aún más claro.
En una entrevista reveladora, la presentadora describió al chef como alguien “tormentoso”, una persona insatisfecha por naturaleza, incapaz de disfrutar de su éxito, atrapado en una constante búsqueda que
nunca termina.
Según Pedroche, ni las estrellas ni los premios ni los elogios le son suficientes.
Vive en una tormenta interior de la que no sabe salir, aunque lo tenga todo para considerarse afortunado.
Este retrato psicológico coincide con lo vivido por Colmenares.
David Muñoz no es simplemente exigente: es un perfeccionista patológico, alguien que ha construido un imperio culinario a base de intensidad, de sacrificio y de una obsesión casi inhumana por superarse
constantemente.
Eso lo ha llevado a ser dos veces consecutivas el mejor cocinero del mundo según The Best Chef Awards, pero también ha levantado un debate incómodo: ¿es legítimo exigir tanto a un equipo humano en nombre
del arte? ¿Dónde está el límite entre la pasión y la explotación?
La respuesta no es sencilla.
Colmenares insiste en que no todo fue negativo.
Lo aprendido con Muñoz fue una escuela dura, pero insuperable.
Y en ese sentido, valora su paso por DiverXO como una etapa de crecimiento personal y profesional.
Pero también deja claro que, si bien las cocinas de alto nivel exigen entrega total, hay líneas que no deberían cruzarse.
El estrés crónico, las jornadas interminables, la falta de vida fuera del trabajo… todo eso puede parecer parte del “precio del éxito”, pero en realidad es una factura demasiado alta que algunos nunca logran pagar
sin consecuencias.
Mientras tanto, David Muñoz continúa al frente de sus cuatro marcas gastronómicas: DiverXO, StreetXO, Goxo y RabioXO.
Cada una con su propia identidad, pero todas marcadas por la misma obsesión por lo extremo, lo provocador, lo sorprendente.
En cada plato hay talento, sí.
Pero también hay historia.
Y ahora, gracias al testimonio de Pablo Colmenares, conocemos mejor la otra cara de esa historia: la del sudor, la ansiedad y la carrera infinita por la perfección.
Porque detrás de cada estrella Michelin hay un ejército de cocineros que no solo cocinan, sino que corren.
Corren sin parar, sin levantar la cabeza, empujados por un líder que no acepta otra cosa que no sea la excelencia absoluta.
Y aunque esa fórmula haya llevado a David Muñoz a lo más alto del mundo culinario, también ha dejado a su paso cicatrices invisibles que ahora, años después, empiezan a salir a la luz.
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