A los 80 años, José Luis Perales nombró a los cinco cantantes que más odia.

 

 

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Así, con una frase seca y directa, se desmoronó el mito de serenidad inquebrantable que durante décadas había envuelto al célebre compositor.

Señoras y señores, detrás del fulgor de los escenarios, de las luces que iluminan conciertos multitudinarios y de esas melodías que marcaron generaciones enteras, se oculta una historia que nadie se atrevió a contar durante mucho tiempo.

Hoy, nos adentramos en un relato inesperado, un viaje por los rincones más sombríos de la memoria de uno de los artistas más queridos de España.

Porque incluso el alma más romántica puede guardar cicatrices, y José Luis Perales, el eterno poeta de la canción, ha decidido finalmente hablar.

 

 

Julio Iglesias, Rocío Jurado, José Luis Rodríguez "El Puma", Lola Flores y José Luis Perales

 

 

 

Durante décadas, el autor de himnos como Y cómo es él, Te quiero, o Un velero llamado libertad, se mantuvo al margen del escándalo.

Su voz suave, casi susurrante, su estilo melancólico y su discreta presencia pública lo alejaron del bullicio mediático que envolvía a otros grandes nombres de la música española.

Nacido en 1945 en el pequeño pueblo de Castejón, Guadalajara, su ascenso al estrellato fue el resultado de talento, sensibilidad y perseverancia.

Desde los años 70 y a lo largo de las décadas siguientes, Perales se consolidó como uno de los más grandes, no solo por su música, sino también por su aura de hombre íntegro, alejado de las intrigas y rivalidades que muchas veces manchan la industria musical.

Sin embargo, la fama —esa moneda de doble cara— también dejó heridas.

Durante mucho tiempo, Perales eligió el silencio como escudo.

 

 

Không có mô tả ảnh.

 

 

Prefería expresarse a través de sus letras, dejando que fueran las emociones, y no los titulares, los que hablaran por él.

Pero ahora, a los 78 años, en una entrevista que nadie vio venir, Perales rompió ese largo mutismo y pronunció nombres que durante años había evitado siquiera mencionar: Julio Iglesias, Raphael, Rocío Jurado, Camilo Sesto y Miguel Ríos.

“Durante años callé por respeto a mi público y a la música que amo, pero hoy siento que debo ser honesto. Estas personas no fueron solo colegas, también representaron momentos muy duros en mi vida profesional y personal. No odio a nadie, pero jamás olvidaré lo que viví”, declaró con voz serena y una mirada firme que contenía décadas de emociones acumuladas.

La declaración, inesperada y demoledora, sacudió la industria.

 

 

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Los medios se lanzaron sobre cada palabra, desmenuzando frases, cruzando declaraciones antiguas, desempolvando entrevistas pasadas.

Porque aunque nunca hubo escándalos públicos, los roces, los celos y los comentarios despectivos estuvieron siempre allí, bajo la superficie.

Perales y Julio Iglesias, por ejemplo, fueron constantemente comparados.

Mientras Julio cultivaba su imagen de estrella internacional y conquistador incansable, Perales se refugiaba en la intimidad de sus letras.

Aunque en público se mostraban cordiales, en privado, el resentimiento crecía alimentado por la presión de los medios.

 

 

La Espera

 

 

“Nunca fuimos rivales, pero siempre nos empujaron a hacerlo”, habría dicho Perales en más de una ocasión.

Con Raphael, el conflicto fue más personal.

Según relatos de allegados, durante una gala benéfica en los años 80, el cantante habría hecho un comentario despectivo sobre la “falta de emoción” en las interpretaciones de Perales.

Aunque no hubo confrontación directa, aquella frase dejó una espina que nunca se extrajo.

Con Rocío Jurado, la herida fue más compleja.

A pesar de que Perales compuso para ella algunas de sus canciones más emblemáticas, la relación profesional se agrietó por disputas sobre derechos de autor y modificaciones en las letras, algo que el compositor jamás aceptó.

 

 

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“Las letras son mi alma, no se negocian”, habría dicho en privado.

El caso de Camilo Sesto fue otra batalla de egos silenciosa.

Ambos compartían el universo de la música romántica, pero Camilo apostaba por la teatralidad y el riesgo vocal, mientras Perales defendía una sensibilidad más contenida.

Aunque las comparaciones eran inevitables, algunos comentarios despectivos de Camilo en entrevistas extranjeras, donde calificaba a ciertas canciones como “fáciles”, lo hirieron profundamente.

Y finalmente, Miguel Ríos, con su actitud desafiante y compromiso político, fue quizás el más distinto de todos.

Sus críticas hacia los artistas que “cantaban al amor mientras el país ardía” fueron recibidas por Perales como ataques personales.

“No todo arte debe ser protesta. El amor también es una trinchera”, habría dicho alguna vez.

Las reacciones no se hicieron esperar.

 

 

Julio Iglesias, José Luis Perales, Raphael y "El Puma" Rodríguez

 

 

 

Julio Iglesias, desde Miami, respondió con frialdad: “Respeto su trayectoria. Cada quien cuenta su versión. Yo prefiero mirar hacia adelante.”

Raphael, entre risas en un programa de televisión, soltó: “Si vamos a hacer listas de a quién no soportamos, no terminamos más.”

Rocío Jurado ya no estaba viva, pero su hija Rocío Carrasco defendió su legado: “Mi madre siempre respetó a los grandes compositores. Si hubo diferencias, fueron profesionales.”

Miguel Ríos fue más directo: “Si cantar al amor mientras todo se desmorona no es mirar hacia otro lado, no sé qué es.”

Pero no todos los gestos fueron fríos.

Un representante de la familia de Camilo Sesto se puso en contacto con Perales para expresar admiración y aprecio, asegurando que las rivalidades eran más de la prensa que de ellos.

Incluso Julio Iglesias, en un gesto inesperado, envió una carta privada donde escribió: “Quizá fuimos víctimas de un sistema que alimentaba rivalidades innecesarias. Si alguna vez te herí, no fue mi intención.”

 

 

 

 

Raphael también envió un mensaje breve: “El talento verdadero no necesita defensas. Te admiro, José Luis.”

Palabras escuetas, pero que en el corazón del compositor tuvieron eco.

Lo más emotivo ocurrió meses después, durante una gala homenaje organizada por artistas jóvenes que crecieron escuchando su música.

Allí, en un teatro colmado de admiración, se encontraron varios de los protagonistas de esta historia.

Hubo miradas esquivas, luego tímidas sonrisas, y finalmente, abrazos.

En medio del aplauso, Perales murmuró: “Después de todo, solo la música permanece.”

Y al salir del teatro, le confesó a un periodista: “Nunca imaginé que terminaría abrazando a quienes durante años evité incluso nombrar. Pero hoy siento que he soltado un peso que llevaba dentro desde hace demasiado tiempo.”

Esta historia, más allá del morbo o la curiosidad, es un retrato profundamente humano del lado menos visible del éxito.

Nos recuerda que incluso las almas más serenas pueden doler en silencio, que el orgullo puede ser tan corrosivo como el olvido, y que el perdón —aunque tardío— puede ser el mayor de los actos de amor.

José Luis Perales nos deja con una lección imborrable: la fama brilla, sí, pero también quema.

Y al final del camino, lo único que queda son los afectos verdaderos y las canciones que supieron tocar el alma sin herirla.