💣 ¡AYUSO CONTRA BRONCANO! Estalla una guerra mediática por el control de la televisión pública
En una rueda de prensa que parecía más una escena de una serie de ficción distópica que una comparecencia institucional, Isabel Díaz Ayuso acusó a la televisión pública de llevar a cabo una campaña organizada desde el Gobierno para destruir a la competencia
privada, citando directamente a La Revuelta de David Broncano como instrumento de “asfixia mediática” hacia El Hormiguero.
El delirio, que ya ha sido tónica en otras de sus intervenciones, alcanzó nuevos niveles cuando sugirió que RTVE está siendo utilizada para moldear una “prensa de régimen” a las órdenes del Ejecutivo.
Pero lo que más llama la atención es el fondo real de su enfado: las audiencias.
Porque mientras Ayuso denuncia conspiraciones ideológicas, los datos demuestran otra cosa.
La Revuelta ha liderado la franja del access prime time en más del 79% de sus emisiones, aplastando a El Hormiguero que apenas alcanza el 56%.
El público ha hablado, y lo ha hecho sintonizando un formato fresco, ágil, irreverente y sin peajes políticos.
Eso duele.
Y más si el programa derrotado es uno de los emblemas mediáticos de la derecha española, como lo es el de Pablo Motos.
El problema no es el humor.
El problema es que Broncano conecta con una audiencia que ha dejado de creer en las fórmulas rancias, en los discursos prefabricados y en las mesas de debate donde Tamara Falcó pontifica sobre política como si fuera una catedrática en Oxford.
Mientras La Revuelta cerraba el año con una performance artística de Amaya que rompió Internet, El Hormiguero generaba titulares por los comentarios machistas de Juan del Val y los monólogos desgastados de Motos.
No hay competencia real si una parte ha dejado de evolucionar y la otra se reinventa cada noche.
Ayuso intenta disfrazar su disgusto con discursos de gestión y sanidad.
Se queja del coste del programa de Broncano —28 millones en dos años— y dice que con ese dinero se podrían pagar 400 médicos.
Pero olvida que su gobierno condona mil millones de euros a las grandes fortunas, que destina subvenciones millonarias a la tauromaquia o que su hermano y su pareja han estado envueltos en escándalos por contratos públicos en plena pandemia.
¿De verdad el problema es un programa de humor?
La derecha ha encontrado en Broncano un enemigo cultural.
Un símbolo de una juventud que no traga discursos vacíos ni se emociona con entrevistas domesticadas.
Y eso asusta.
Porque en un país donde los medios han sido durante años un campo minado por intereses cruzados, ver a alguien triunfar desde lo público, sin deberle favores a nadie, representa una amenaza real para quienes creen tener el control absoluto de la narrativa.
Las críticas a La Revuelta no solo vienen desde la política.
El propio Pablo Motos, con su silencio hostil, y colaboradores como Juan del Val, han sido acusados de maniobrar para sabotear al nuevo formato.
Invitados vetados, presiones entre bastidores, e incluso una entrevista falsa montada por youtubers afines a la ultraderecha para dañar la imagen de Broncano, han salido a la luz.
Y pese a todo, el programa sigue ganando, cada noche, con más espectadores y más respaldo social.
Ayuso no entiende que la audiencia no se compra con editoriales afines, ni con ruedas de prensa grandilocuentes.
La audiencia se gana.
Y Broncano lo ha hecho con humor inteligente, con talento y sin pretensiones de adoctrinar.
No hay pistolas en la cabeza de los espectadores obligándolos a sintonizar La Revuelta.
Solo hay un mando a distancia.
Y cada noche, cientos de miles lo utilizan para decir “prefiero esto”.
La televisión pública no es enemiga de nadie, salvo de los que temen perder sus privilegios.
Ayuso, con su obsesión, ha demostrado que no soporta el éxito ajeno.
Ha tomado el camino fácil: convertir un éxito cultural en un chivo expiatorio político.
Pero lo que quizás no comprende es que, en su afán por deslegitimar, lo único que ha conseguido es engrandecer aún más la figura de Broncano.
En esta guerra absurda por el prime time, Ayuso se ha desenmascarado.
No es solo una política enfrentada al Gobierno, es una política enfrentada al criterio de los ciudadanos, a su libertad de elección y a la cultura que no controla.
Porque cuando un político convierte un programa de televisión en su enemigo, es que ya ha perdido el rumbo.
Y lo peor: no se da cuenta.
Mientras tanto, La Revuelta sigue liderando, mientras sus críticos se retuercen entre excusas y comparaciones absurdas.
El público ya ha elegido.
Y esa, por más que les duela, es la única verdad que importa.
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