🎭📺 “Cortinas de humo en la tele pública: la función más oscura de RTVE y el extraño regreso de Begoña Gómez”

La tormenta comenzó con un golpe inesperado desde dentro.
No fueron opositores políticos ni periodistas externos quienes encendieron la mecha, sino trabajadores veteranos de RTVE, hartos de lo que consideran una deriva peligrosa.
Las denuncias apuntan directamente a los programas de Javier Ruiz y Jesús Cintora, acusados de incumplir los principios básicos de pluralidad, independencia y rigor.
Las palabras no son suaves: hablan de manipulación descarada, de servir al poder en lugar de servir a la audiencia.
El Consejo de Informativos, ese órgano interno que pocas veces da titulares, ha sacado los colores públicamente a espacios que hasta ahora se presentaban como informativos.
En medio de esta sacudida, un error de proporciones bochornosas ha reabierto viejas heridas.
Marta Riesco, con su estilo inconfundible, protagonizó una retransmisión que quedará en la memoria por lo insólito: informar sobre la “muerte” del Papa Francisco… cuando el Pontífice seguía con vida y salud.
Las caras en el plató lo decían todo: sorpresa, incomodidad y una pregunta flotando en el aire, ¿quién autorizó semejante pieza? La vergüenza se multiplicó en redes, donde el vídeo se convirtió en material de
burla y escándalo a partes iguales.

Pero si alguien pensó que el escándalo se detendría ahí, estaba muy equivocado.
La figura de Begoña Gómez, esposa del presidente Pedro Sánchez, irrumpió en la escena con un retorno calculado al milímetro.
Después de meses de ausencia, apareció en público caminando con muletas… y luciendo tacones de 11 centímetros.
El contraste entre la supuesta lesión y la elección de calzado ha dejado a la audiencia dividida.
En redes, muchos hablan de estrategia, sugiriendo que podría tratarse de un intento de despertar empatía en un momento delicado para el entorno presidencial, salpicado por múltiples polémicas.
Ni su equipo ni su médico han ofrecido explicaciones, y esa falta de respuestas alimenta aún más las especulaciones.
Como si fuera poco, un tercer episodio ha encendido las brasas del debate.
Nuevas imágenes han desmontado por completo la versión oficial sobre la supuesta agresión de Bertrand Ndongo al periodista Antonio Maestre.
El material audiovisual, difundido masivamente, muestra un escenario opuesto: Maestre, visiblemente alterado, enzarzado en un enfrentamiento que obligó a la intervención de la Policía Nacional.
Las imágenes han incendiado las redes y dejado en entredicho la narrativa dominante, evidenciando que en esta guerra mediática, la verdad es lo primero que se sacrifica.
RTVE, mientras tanto, se encuentra al límite.
Programas en riesgo de cancelación, productoras imputadas y demandas millonarias amenazan con dinamitar la estructura de la corporación.
En los pasillos, algunos hablan de una “limpieza” inminente; otros, de un ajuste de cuentas que podría dejar en evidencia quién mueve realmente los hilos de la televisión pública.
Lo cierto es que el ambiente es irrespirable.

La tensión entre compañeros, las filtraciones constantes y la sensación de que cualquier paso en falso puede ser usado como arma han convertido a la casa en un campo de batalla.
Detrás de las cámaras, los veteranos recuerdan otros tiempos, cuando los errores eran corregidos antes de salir al aire y las disputas internas no se ventilaban en portadas.
Hoy, todo es distinto: la batalla por la narrativa se libra minuto a minuto, y cada fallo se amplifica hasta convertirse en un arma política.
Lo que antes se resolvía en una reunión a puerta cerrada, ahora se dirime en redes sociales con la crueldad y la inmediatez de la opinión pública.
Mientras tanto, los espectadores asisten a un espectáculo que se parece cada vez menos al periodismo y más a un teatro mal ensayado.
Un teatro donde los actores parecen improvisar sobre un guion dictado desde la sombra, donde las escenas de tensión, los errores grotescos y las apariciones calculadas mantienen a la audiencia pegada a la
pantalla, no por la información, sino por la sensación de estar viendo cómo se derrumba algo que hasta hace poco parecía sólido.
La pregunta que queda flotando es tan simple como inquietante: ¿quién controla realmente la función? Y, sobre todo, ¿cuánto tiempo más podrán sostener las luces encendidas antes de que caiga el telón?
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