Revilla estalla 💥🕊️: el día que rompió el guion y llamó ‘genocida’ al mundo entero”

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La escena fue breve, pero brutal.

Miguel Ángel Revilla, el expresidente cántabro que suele moverse entre la crítica mesurada y el comentario anecdótico, rompió todos los límites.

Lo que soltó no fue una opinión: fue una detonación emocional y política contra lo que él considera una indiferencia asesina de Europa y del gobierno español ante la masacre sistemática en Palestina.

Su discurso, registrado en vídeo y compartido miles de veces en redes, se ha vuelto un símbolo inesperado de una indignación que crece cada día, pero que muchos todavía callan por miedo o comodidad.

“Esto es el Holocausto nazi”, dijo sin rodeos, mientras mostraba imágenes de niños palestinos desnutridos, bombardeados, desmembrados.

“Míralos.

Son como aquellos que encontraron los liberadores rusos y americanos cuando llegaron a Mauthausen”.

La comparación con los campos de exterminio nazis no fue lanzada como hipérbole.

Fue lanzada con rabia, como una acusación directa a la conciencia dormida de Europa.

Revilla, con la mirada encendida, señaló al actual primer ministro israelí como un “genocida, asesino, bárbaro” y preguntó con furia: “¿Qué está haciendo Europa? ¿Qué está haciendo Alemania?”.

Silencio.

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Solo silencio.

Ese fue el eco que dejó tras cada pregunta, y ese silencio fue, en sus palabras, “una complicidad vergonzosa”.

Pero no se quedó ahí.

Cuestionó también al Papa Francisco, al que acusó de no levantar la voz, de haber creado expectativas de compromiso con la justicia, y ahora, según él, haberse evaporado ante el horror.

“¿Dónde está este nuevo Papa?”, preguntó con ironía y dolor.

“No se le ve mucho, ¿no? Poco a poco…”.

Las críticas escalaron hasta el gobierno español, que se autoproclama “el más progresista de la historia”.

Revilla se mostró tajante: “No está haciendo absolutamente nada.

Nada para parar un genocidio”.

Su intervención fue una sacudida a un panorama político y mediático donde, cada vez más, se evita usar la palabra “genocidio” para no incomodar a aliados, intereses económicos o instituciones intocables.

Sin embargo, Revilla la repitió sin temor.

Con la crudeza de quien no tiene ya nada que perder y todo por decir.

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Su grito no solo rompió la barrera de lo políticamente correcto: dejó en evidencia un vacío moral gigantesco.

En paralelo a su arenga, el vídeo mostraba imágenes brutales: niños con la piel pegada a los huesos, cuerpos inertes en medio de escombros, camiones de ayuda asaltados en zonas que Israel había declarado

“seguras”, solo para bombardearlas poco después.

Las cifras daban vértigo: casi 60,000 muertos, 17,000 de ellos niños.

La voz de Revilla retumbaba sobre esas cifras con una pregunta que se volvió clavo ardiente: “¿Qué nombre tiene esto? ¿Qué nombre tiene matar de hambre, matar a tiros, cortar el agua, la luz, destruir hospitales

y casas, borrar la vida de un pueblo?”.

El nombre lo dijo alto y claro: genocidio.

Lo más desgarrador fue quizás su última comparación.

Se dirigió directamente a la conciencia del espectador: “¿Qué pensaríamos si estuviéramos en la Alemania nazi y viéramos cómo meten a los judíos en campos de concentración y los bombardean? Pues esto está

pasando ahora.

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No hace falta que te preguntes qué harías.

Está pasando y lo estás viendo”.

Esta frase, dura, acusatoria, directa al estómago, ha sido compartida en millones de perfiles como el resumen de una verdad incómoda que ya nadie puede esquivar.

El vídeo cerraba con una intervención de Julia Salander, una activista que aportó una lista concreta de acciones que cualquier persona puede realizar para no ser cómplice del horror: no callar, amplificar voces

palestinas, boicotear productos israelíes, donar a organizaciones humanitarias, presionar políticamente y no votar a partidos que blanquean a Israel.

Todo con una premisa: el silencio es complicidad.

Y, como Revilla repitió, “lo pasotas que nos hemos vuelto” es lo que más indigna.

En contraste con la vehemencia de su mensaje, la respuesta institucional ha sido una incómoda nada.

Ni una réplica, ni una aclaración, ni una condena.

Solo silencio.

Y ese silencio ha sido interpretado por muchos como prueba de lo que Revilla denunció: Europa no solo ha normalizado el genocidio, lo ha legitimado.

Se habla de justicia universal, de derechos humanos, de solidaridad…

hasta que toca incomodar a Israel.

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Este discurso no cayó en saco roto.

Ha sido recogido por medios alternativos, replicado por figuras públicas, y usado como bandera por colectivos propalestinos que ven en la valentía de Revilla una grieta en el discurso oficial.

Una grieta por la que se cuela la verdad incómoda que nadie quiere mirar de frente: que estamos presenciando un exterminio en directo y, como espectadores, decidimos si callamos…o gritamos.

Revilla no pidió perdón.

No se moderó.

No suavizó su mensaje.

Lo lanzó como una piedra en mitad del escaparate de una Europa que se precia de democrática y tolerante, pero que, ante el horror sistemático, prefiere mirar hacia otro lado.

“Esto lo están haciendo con los niños y las familias palestinas diariamente.

Limpieza étnica.

Genocidio”.

La frase quedó suspendida en el aire.

Pesada.

Imposible de ignorar.

Porque ya no se trata solo de política exterior.

Se trata de humanidad.

Y el grito de Revilla, incómodo, molesto, viral, ha dejado al descubierto una verdad brutal: que el mundo puede mirar a otro lado mientras se asesinan niños… pero también que aún queda gente dispuesta a gritar

lo que nadie quiere oír.