💥 El error MÁS HUMILLANTE de Feijóo: se cree invencible, pero no lo respeta ni su sombra 👀
Alberto Núñez Feijóo ha protagonizado uno de los episodios más desconcertantes y surrealistas de la política española reciente.
Con un 99,24% de apoyo en su reelección como presidente del Partido Popular, muchos pensarían que está en la cúspide de su poder.
Pero basta con rascar un poco en la superficie para darse cuenta de que esa cifra no representa fuerza, sino un vacío alarmante: de liderazgo, de ideas, de conexión con la ciudadanía y, sobre todo, de autocrítica.
En una democracia consolidada, los liderazgos férreos y sin fisuras no generan admiración, sino sospechas.
La comparación con regímenes autoritarios como el de Corea del Norte no tardó en llegar, porque el mensaje que proyecta el PP con esta “reelección aplastante” no es el de unidad, sino el de una estructura
cerrada, sin debate ni pluralidad.
Mientras dentro del partido se aplaude a rabiar, fuera de sus muros, las redes sociales hierven de sarcasmo, memes y críticas que desnudan la gran mentira: Feijóo no es el líder fuerte que quiere parecer.
Es un político atrapado en su propio espejismo.
El contraste entre la percepción interna y la imagen externa es abismal.
Dentro del PP se le trata como el gran moderado, el gestor eficaz, el hombre que traería orden tras la guerra interna que fulminó a Pablo Casado.
Pero fuera del partido, Feijóo es cada vez más irrelevante.
Sus publicaciones apenas generan impacto, sus discursos no emocionan a nadie y sus propuestas son tan genéricas que resultan invisibles.
Y es que todo en Feijóo suena a pasado.
Desde su aterrizaje en Madrid arrastra un fantasma que nunca ha sabido exorcizar: sus vínculos con Marcial Dorado, un conocido narcotraficante gallego con quien compartió vacaciones, yates y sonrisas.
Años después sigue sin convencer a nadie con su defensa: que no sabía quién era.
Ese episodio se ha convertido en el símbolo perfecto de lo que representa: un político que lo ha visto todo, pero dice que no sabe nada.
Su llegada a la presidencia del PP tampoco fue limpia.
Feijóo no fue el resultado de una renovación, sino el instrumento quirúrgico con el que el partido se quitó de encima a Casado por atreverse a tocar a Isabel Díaz Ayuso.
La caída de Casado fue un ajuste de cuentas brutal y silencioso, una operación quirúrgica sin anestesia que dejó claro que en el PP la ética solo importa si no molesta a los poderosos.
Feijóo fue la cara amable de esa ejecución política.
No manchó las manos, pero tampoco movió un dedo por evitarla.
Desde entonces, su liderazgo ha sido una cadena de contradicciones.
Dice ser moderado, pero se rodea de figuras como Miguel Tellado, conocido por su tono incendiario y su desprecio por los libros, literalmente.
Habla de regeneración, pero saca a pasear a Aznar y Rajoy en el Congreso del partido como si fueran referentes morales.
¿De verdad alguien puede escuchar a Aznar hablar de ética política sin que se le atragante la memoria de la Gürtel? ¿O a Rajoy pontificando sobre transparencia mientras su nombre aparece en los papeles de
Bárcenas?
La estrategia es clara: maquillar el pasado y venderlo como futuro.
Pero el maquillaje no tapa el hedor.
La ciudadanía lo percibe, aunque Feijóo insista en mirar hacia otro lado.
Su PP no propone, solo se dedica a atacar al gobierno.
El “No a Sánchez” ha sustituido cualquier tipo de visión de país.
No hay plan para la vivienda, ni para la sanidad, ni para la educación.
Solo ruido, eslóganes vacíos y una rabia mal canalizada que espanta a los votantes indecisos y no entusiasma ni a los propios.
La desconexión es total con los jóvenes, con las periferias y con cualquier sector que no encaje en el molde de “orden, tradición y familia”.
No hay un discurso climático serio, no hay propuestas feministas, no hay defensa de los derechos digitales ni del acceso universal a la cultura.
El PP de Feijóo es un partido de señores grises, que actúan como si España siguiera anclada en los años 90, mientras el país avanza —a pesar de ellos— hacia un futuro que no entienden.
Y ahí está la otra gran grieta: el mundo digital.
Feijóo simplemente no existe en redes.
No sabe comunicarse con las nuevas generaciones, no genera engagement, no entiende el pulso de la conversación pública.
Cada vez que publica algo, las respuestas son demoledoras.
Ni sus fans lo defienden con entusiasmo.
Pareciera que ni siquiera cree en lo que dice.
No hay carisma, no hay emoción, no hay relato.
En política no basta con ser serio.
Hay que inspirar.
Feijóo no lo hace.
Su liderazgo está basado en la contención, en el control interno, en la apariencia de unidad.
Pero detrás de ese 99,24% hay miedo, no convicción.
Silencios comprados, disidentes expulsados, debate interno nulo.
El PP parece un cascarón cerrado, diseñado para aplaudir, no para pensar.
El gran problema de Feijóo no es que se equivoque, es que ni siquiera parece darse cuenta de que se equivoca.
Celebra una reelección sin oposición real como si fuera un logro democrático.
Se abraza a Rajoy y Aznar como si eso no fuera un boomerang en la cara.
Nombra a Tellado como mano derecha sin entender lo que significa para el votante medio.
Se presenta como moderado mientras pacta con Vox donde puede.
Y lo más grave: su falta de visión.
En un país que exige respuestas a la crisis climática, a la precariedad laboral, a la desigualdad y a la tensión territorial, Feijóo ofrece… silencio.
O peor aún: fórmulas antiguas que no sirven ni para ganar votos ni para gobernar.
Su política parece escrita en otro siglo, en otro país, con otro electorado.
España está cambiando.
La política también.
Y mientras eso ocurre, Feijóo sigue atrapado en su mundo de congresos con 99% de apoyo, de líderes del pasado como referentes y de discursos sin alma ni contenido.
La gran paradoja es que cuanto más quiere parecer un líder fuerte, más evidente se hace su debilidad.
Y si no reacciona pronto, ese 99,24% no será recordado como un triunfo, sino como el principio del fin.
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