🕊️ El triste final de El Puma: un legado manchado por secretos familiares y despedidas rotas

File:Eduard Fernández at 81st Venice Film Festival.jpg - Wikimedia Commons

José Luis Rodríguez, el legendario “Puma” de la música latina, vive sus días más complejos entre el peso de su legado y el eco de una familia rota.

A sus 82 años, con un historial médico que lo ha llevado al borde de la muerte, su nombre ya no sólo se pronuncia con admiración, sino también con dolor, rabia y reclamos públicos.

Detrás del ícono que inmortalizó canciones como “Dueño de nada” o “Agárrense de las manos”, se esconde un padre ausente, un esposo polémico y un hombre marcado por decisiones que aún hoy lo persiguen.

Todo comenzó con una vida dura en Caracas, huérfano de padre desde los seis años.

Desde ahí, El Puma construyó una carrera imparable que lo llevó de los escenarios de Venezuela a los más grandes festivales del continente.

Pero su ascenso al estrellato fue también el comienzo de una serie de quiebres personales.

Lila Morillo, su primera esposa, no sólo lo acompañó en su crecimiento artístico, sino que fue el pilar que lo sostuvo hasta que la fama lo transformó.

Las infidelidades, el ego, y los rumores terminaron por destruir ese matrimonio, dejando tras de sí a dos hijas que, con los años, serían el espejo más incómodo para su imagen pública.

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Liliana y Lilibeth Rodríguez han sido claras: su padre las abandonó emocionalmente, las excluyó de su vida y, lo más doloroso, guardó silencio cuando una de ellas más necesitaba protección.

Las denuncias no sólo giran en torno a distanciamientos o dinero.

Según versiones que han cobrado fuerza con el tiempo, Liliana habría sido víctima de abuso por parte de alguien del círculo cercano del cantante.

El Puma, en lugar de denunciar o protegerla, optó por callar.

Ese silencio, esa omisión, fue lo que su hija nunca pudo perdonar.

Y lo repite en cada entrevista: “Ese día entendí que no tenía padre”.

El escándalo volvió a estallar cuando Génesis Rodríguez, la hija que José Luis tuvo con su segunda esposa Carolina Pérez, se vio envuelta en una relación con el actor Christian Meier siendo aún menor de edad.

El Puma, esta vez, sí intervino, amenazando con acciones legales.

Pero la doble moral quedó expuesta.

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¿Por qué sí defender a Génesis y no a Liliana? La respuesta, para muchos, tiene más que ver con los intereses mediáticos que con el amor paternal.

El diagnóstico de fibrosis pulmonar idiopática lo obligó en 2017 a someterse a un doble trasplante de pulmón.

Un procedimiento que lo tuvo al borde de la muerte y que parecía el catalizador para una reconciliación familiar.

Pero no fue así.

Las hijas mayores intentaron contactar a Carolina Pérez, quien, según ellas, bloqueó todo intento de acercamiento.

El Puma, según su propio testimonio, vivió ese proceso “solo, en silencio”.

Y en 2025, un infarto reciente lo volvió a poner contra las cuerdas.

Fue entonces cuando Liliana, con la voz quebrada, dijo en un video viral: “Ya me despedí de mi padre, aunque él hace tiempo que se despidió de mí”.

Sus hijas, con lágrimas en los ojos, le reprochan algo más profundo que el abandono: la falta de verdad.

En su libro autobiográfico, el Puma intenta justificar sus ausencias, pero lo que debía ser un acto de redención terminó siendo una provocación.

No sólo no pidió perdón, sino que deslizó acusaciones y relativizó dolores ajenos.

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Liliana respondió con una frase demoledora: “Nosotras no necesitamos tu aprobación, solo merecíamos tu amor”.

Los conflictos también han tenido un componente económico.

Durante años, Liliana fue figura clave en Puma TV, el canal que el artista fundó.

Era su presidenta, su cara visible, su aliada.

Pero tras el cierre del proyecto, todo se desmoronó.

El Puma habría empezado a desconfiar del esposo de Liliana y, según testigos, sus celos y decisiones unilaterales terminaron por romper lo poco que quedaba del vínculo familiar.

En medio de este torbellino emocional, Carolina Pérez, la actual esposa, ha sido señalada como una figura clave en el aislamiento del artista.

Las hijas la acusan de haber cerrado puertas, de haber manejado las comunicaciones, de haber convertido a su padre en un prisionero emocional.

Génesis, la hija menor, ha intentado mantener la neutralidad, pero el silencio también la ha hecho cómplice ante los ojos de sus hermanas mayores.

Hoy, el Puma sigue cantando.

Participa en programas, hace giras pequeñas, graba entrevistas.

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Su voz ya no tiene la potencia de antes, pero su figura sigue generando respeto.

Sin embargo, detrás del artista queda el hombre.

Y ese hombre parece haber perdido la oportunidad más importante: la de cerrar su historia con amor.

Porque mientras su música sigue sonando en bodas, radios y celebraciones, sus hijas lloran en silencio una despedida que nunca fue dicha en voz alta.

Una hija ya se despidió.

Un padre eligió el orgullo.

Y una leyenda queda atrapada entre lo que fue… y lo que pudo haber sido.

José Luis Rodríguez, el Puma, sigue rugiendo, sí.

Pero sus rugidos ya no vienen del escenario, sino del dolor que aún retumba en el corazón de quienes más lo amaron.