🎙️ Guerra abierta en la TV: Iker Jiménez acusa a Wyoming de ser un títere de la élite ⭐️
Todo comenzó cuando El Gran Wyoming, desde su característico sarcasmo y tono crítico, lanzó una andanada contra ciertos comunicadores que, según él, se aprovecharon de la tragedia de la DANA para hacer
negocio, crear morbo y viralizar teorías conspiranoicas.
No dio nombres, pero nadie dudó de que el mensaje iba directo a Iker Jiménez.
La frase fue clara como el agua: “Gente que después de años buscando ovnis debería empezar a buscar su rigor y su honestidad.
” Una indirecta con nombre y apellido que desató el vendaval.
La respuesta no se hizo esperar.
En su programa, Iker Jiménez y Carmen Porter decidieron romper el silencio con una declaración contundente que, si bien evitó también los nombres directos, llevaba la diana pintada sobre Wyoming.
Porter afirmó sin rodeos: “Yo creo que siguen una serie de órdenes.
A nosotros nunca nos han dicho lo que tenemos que decir, siempre hemos sido libres.
” Según Carmen, la diferencia entre ellos y otros comunicadores es que algunos leen lo que les escriben sin cuestionarlo, obedeciendo líneas editoriales impuestas desde arriba.
Pero el fuego cruzado no terminó ahí.
En las redes sociales, el enfrentamiento escaló.
Wyoming fue acusado por los seguidores de Jiménez de ser parte de la “izquierda domesticada”, esa que según muchos está limitada por contrato y responde más a intereses empresariales que a la libertad de
expresión real.
La crítica más feroz vino cuando se señaló que ni siquiera Wyoming, presentado como una de las voces más irreverentes de la televisión pública, puede decir lo que realmente piensa si se trata de tocar ciertos
poderes económicos o ideológicos.
Y ahí entró el verdadero meollo del asunto: el poder de los fondos de inversión.
Según las críticas vertidas contra Mediaset, la cadena de Iker Jiménez, sus principales accionistas pertenecen a gigantes financieros como BlackRock, Fidelity o Invesco, los cuales también controlan grandes áreas
de la economía española.
La acusación es demoledora: Iker y Carmen no son censurados simplemente porque su mensaje ya está alineado con los intereses de quienes mandan.
No necesitan darles órdenes, porque saben que van a defender su modelo social, basado en la propiedad privada, la seguridad, el individualismo y el miedo al cambio estructural.
Y las pruebas, según sus detractores, están sobre la mesa: Iker ha abierto sus micrófonos a portavoces de Desokupa, ha promocionado discursos sionistas extremos y ha coqueteado cada vez más con la narrativa de
la derecha dura.
No es casual, dicen, que no se escuchen voces comunistas, anarquistas o defensoras de una economía pública en su programa.
Y si las hay, son para ridiculizarlas o desacreditarlas.
Pero Carmen Porter lo niega todo.
Según ella, no hay línea marcada, no hay filtro, no hay instrucciones.
“Nosotros somos libres”, insiste.
Sin embargo, la paradoja no pasa desapercibida: quienes se proclaman como los únicos libres, son precisamente los que más encajan con la ideología dominante del capital.
La confrontación también tiene un trasfondo más profundo: ¿dónde termina la libertad de expresión y dónde empieza la responsabilidad social? ¿Es lo mismo cuestionar narrativas oficiales que lanzar sospechas
sin pruebas en medio de una tragedia humana como la DANA? ¿Hasta qué punto es ético sembrar dudas sobre cadáveres enterrados, submarinistas que no quieren volver o supuestas conspiraciones encubiertas?
Mientras Wyoming apela al escepticismo y al peligro de los bulos en tiempos de crisis, Iker y Carmen se escudan en la necesidad de “pensar diferente” y no comulgar con la versión oficial.
Pero lo cierto es que la disputa ya no gira solo en torno a una polémica puntual.
Es una guerra abierta entre dos formas de entender el periodismo, la televisión y el poder.
Y lo que resulta más inquietante es que en este fuego cruzado, la ciudadanía queda atrapada entre discursos que se acusan mutuamente de manipular, servir a intereses ocultos o simplemente decir lo que otros no
se atreven.
¿A quién creer? ¿A Wyoming, que supuestamente critica desde dentro del sistema? ¿O a Iker y Carmen, que aseguran ser libres mientras promueven una visión que encaja a la perfección con la agenda del capital?
Lo que está claro es que esta batalla mediática ha abierto una grieta que va mucho más allá de un cruce de declaraciones.
Es el reflejo de un país dividido, donde incluso los presentadores se convierten en soldados de una guerra ideológica cada vez más polarizada.
Y mientras unos se acusan de servilismo, y otros de desinformación, el público asiste a un espectáculo tan entretenido como inquietante.
Porque en esta guerra, lo que realmente está en juego… es la verdad.
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