🚨 Guerra interna en el PSOE: filtraciones, traiciones y un líder acorralado por su propio poder

Pedro Sánchez, el hombre que conquistó el poder contra todo pronóstico, está viendo cómo ese mismo poder comienza a devorarlo desde dentro.

Lo que una vez fue el partido del debate y la pluralidad ideológica, el PSOE, hoy se asemeja más a una máquina implacable donde la disidencia no solo se castiga: se elimina.

La reciente filtración de mensajes privados enviados por Sánchez en 2020 ha encendido todas las alarmas y ha destapado una verdad incómoda: dentro del PSOE ya no se tolera pensar diferente.

El detonante fue una entrevista del presidente manchego, Emiliano García Page, una voz crítica dentro del partido, que no se ha callado ante los pactos con el independentismo ni frente a la gestión autoritaria de la pandemia.

Lejos de abrir un diálogo, Sánchez reaccionó con furia, ordenando presionar a Page a través de su mano derecha de entonces, José Luis Ávalos.

Pero lo más grave no es solo el tono de los mensajes, sino el desprecio absoluto con el que se refiere a dirigentes históricos como Javier Lambán o Guillermo Fernández Vara, compañeros de partido que simplemente expresaron una opinión distinta.

La revelación de estos mensajes no vino de la derecha ni de enemigos políticos, sino desde dentro, y todo apunta a un posible responsable: el propio Ávalos, ahora caído en desgracia e imputado por corrupción en el caso Coldo.

El hombre que tejía los pactos más oscuros, que defendía a Sánchez en las sombras, podría estar filtrando información sensible como forma de venganza política.

Una traición que, de confirmarse, revelaría una guerra fría intestina dentro del sanchismo.

Y lo peor es que el PSOE no ha dado ni una sola explicación.

Solo silencio.

Un silencio que retumba más fuerte que cualquier comunicado oficial.

García Page, por su parte, no ha pedido cabezas ni ha amenazado con romper con el partido.

Pero su gesto, hablar con claridad, ya representa una rebelión en un entorno donde disentir se ha vuelto delito.

No hay insultos, no hay gritos.

Solo una advertencia: el PSOE ha perdido su rumbo.

Lo que antes era pluralidad ahora es obediencia.

Lo que antes era debate, ahora es represión ideológica.

Y eso es inasumible para quienes aún creen en una izquierda ética y democrática.

El caso Ávalos no es un episodio aislado.

Es el espejo donde se reflejan muchos otros militantes y cargos públicos que hoy callan por miedo a ser los siguientes.

Porque en el PSOE actual, quien no aplaude sobra, quien cuestiona molesta y quien insiste, desaparece.

La estructura se ha convertido en un círculo cerrado, donde el poder no se comparte ni se discute.

Solo se ejecuta desde la cima.

Sánchez, que durante años construyó su relato en la resistencia al aparato, hoy representa ese mismo aparato convertido en instrumento de control.

Las federaciones críticas son silenciadas, las voces independientes marginadas y el pensamiento alternativo castigado.

El presidente ya no escucha, no negocia, no cede.

Solo impone.

Y eso, más allá de las simpatías ideológicas, representa un riesgo para la democracia interna del partido y para el sistema democrático en su conjunto.

La pregunta ya no es si Pedro Sánchez controla el PSOE.

Eso está claro.

La verdadera pregunta es a qué precio.

Porque si la única forma de mantener el liderazgo es silenciar a los que piensan distinto, lo que está en juego no es una candidatura, es el alma de un partido centenario.

Page ha hecho lo que ningún otro se atrevió: hablar.

Y lo ha hecho sabiendo que el coste puede ser alto, que las represalias llegarán.

Pero lo ha hecho porque entiende que callar sería aún peor.

La izquierda no puede convertirse en una copia distorsionada del autoritarismo que dice combatir.

No puede exigir lealtad ciega mientras abandona los principios del diálogo y la autocrítica.

Lo que está ocurriendo en el PSOE es una advertencia de lo que sucede cuando el poder se convierte en fin y no en medio.

Y si el partido no rectifica, si no vuelve a ser el espacio plural que fue, no solo perderá elecciones.

Perderá su sentido.

José Luis Ávalos, de escudero fiel a chivo expiatorio, encarna la caída más dramática del sanchismo.

Su imputación ha sido el clavo que necesitaban los críticos para señalar que algo se ha roto en el núcleo del poder socialista.

Y si ahora está dispuesto a devolver el golpe con filtraciones, lo que nos espera no es una legislatura más.

Es una guerra abierta dentro del PSOE.

La historia juzgará si Pedro Sánchez fue el líder que modernizó el socialismo o el que lo llevó al colapso interno.

Pero mientras tanto, la realidad es esta: el PSOE se desangra por dentro, devorado por su propia maquinaria de poder.

Y si no hay un giro inmediato hacia la transparencia, la democracia interna y el respeto al pensamiento diverso, la implosión será inevitable.

No porque lo diga la derecha, sino porque lo gritan las tripas mismas del partido.

Y ese ruido, aunque Ferraz intente silenciarlo, ya es imposible de ignorar.