🧨 “Se podía hacer mal… y han elegido hacerlo peor”: La réplica demoledora de Maestre que dejó seco a Tellado 🎯🔥

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El 22 de julio parecía un día más en el Congreso de los Diputados, hasta que una reforma interna cambió las reglas del juego.

Lo que se anunciaba como una medida para profesionalizar el acceso de la prensa a las instalaciones del Parlamento se ha transformado en una pesadilla para el periodismo independiente.

Con un criterio tan frío como contundente —tener una plantilla mínima de 10 trabajadores—, el nuevo reglamento ha dejado fuera a medios solventes, críticos y rigurosos que no encajan en el molde de las grandes

redacciones.

Y en ese paquete, ha caído uno de los periodistas más incómodos para la derecha mediática: Antonio Maestre.

Maestre, colaborador habitual de La Marea y presencia constante en debates televisivos, fue tajante desde el primer momento.

“Se podía hacer mal…y han elegido hacerlo peor”.

Su crítica no era solo contra el fondo de la norma, sino contra la forma: una legislación que no distingue entre periodistas y provocadores, entre medios fantasmas y proyectos consolidados, entre la bulla populista

y el análisis riguroso.

Pero lo que encendió la mecha fue lo que vino después.

Miguel Tellado, secretario general del PP y habitual agitador en redes sociales, lanzó una frase con sorna que pretendía ser un golpe maestro: “Lo dijimos, Antonio, y no nos creísteis.

” El comentario, envuelto en una falsa empatía, no era otra cosa que un intento descarado de usar la situación de Maestre para atacar al gobierno.

Pero la jugada les salió rana.

Porque Maestre no se quedó callado.

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En una respuesta tan calculada como afilada, el periodista desmontó toda la hipocresía del mensaje popular.

Porque sí, el nuevo reglamento es una chapuza técnica aprobada por una mayoría progresista.

Pero que el Partido Popular se atreva a erigirse ahora en defensor del periodismo libre es, como mínimo, grotesco.

Un partido que ha protagonizado campañas de acoso, desprestigio y bloqueo sistemático a voces críticas —incluyendo al propio Maestre— no puede ahora disfrazarse de paladín de la libertad de expresión.

Y él lo dijo claro.

Lo que Maestre dejó al descubierto no fue solo la torpeza del reglamento, sino la podredumbre estratégica de un partido que utiliza el nombre de sus enemigos como munición cuando conviene.

Durante años, desde Génova, se ha orquestado una guerra contra el periodismo incómodo.

Se ha promovido el acceso de pseudomedios afines, se ha tolerado la desinformación cuando beneficiaba y se ha perseguido a periodistas que no se alineaban.

Ahora, con un tuit, pretenden reescribir esa historia.

Pero la hemeroteca no olvida.

Y Maestre tampoco.

El periodista dejó claro que su postura no ha cambiado.

Que no va a permitir que quienes antes lo atacaban ahora lo usen.

Y que si su exclusión del Congreso sirve para evidenciar el cinismo institucional, entonces no ha sido en vano.

Porque lo que duele no es solo estar fuera.

Lo que duele es ver cómo los provocadores con traje y micro siguen dentro.

Que plataformas como Estado de Alarma, ligadas a la ultraderecha, sigan acreditadas mientras La Marea queda fuera, no es un fallo técnico.

Es un síntoma.

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Lo que ha hecho Antonio Maestre es ponerle voz a una preocupación que late con fuerza en el corazón del periodismo español.

El Congreso ha legislado pensando en el ruido, pero ha silenciado la crítica.

Ha confundido cantidad con calidad.

Ha apostado por blindarse…

pero ha terminado disparando a los medios que más cuidan la democracia.

El resultado es un ecosistema cada vez más uniforme, donde las voces pequeñas, pero necesarias, son expulsadas del debate público.

La réplica de Maestre ha sido demoledora no solo por su contenido, sino por su simbolismo.

Porque representa a toda una generación de periodistas que han elegido la trinchera de la independencia, la precariedad y la ética antes que el confort de la línea editorial dictada.

Que el Congreso les cierre la puerta por no tener suficientes empleados, mientras deja entrar a quienes hacen negocio con el odio y la mentira, no es solo una injusticia: es una amenaza para todos.

El Partido Popular ha jugado a dos bandas.

Votó en contra del reglamento, sí.

Pero no por solidaridad con la prensa libre.

Lo hizo porque quería mantener a sus medios afines en la sala de prensa, a esos pseudoperiodistas que gritan titulares y acosan a diputados.

Ahora, cuando el reglamento también perjudica a voces críticas del otro lado, fingen estar del mismo bando.

Pero nadie olvida que fueron ellos quienes sembraron la sospecha, quienes atacaron a Maestre, quienes quisieron borrarlo del debate público.

La respuesta del periodista ha servido de aviso.

A todos.

Al Congreso, por su miopía normativa.

Al PP, por su hipocresía oportunista.

Y al resto del sector, por la necesidad urgente de repensar qué periodismo queremos proteger.

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Porque si la puerta solo se abre a los grandes, a los dóciles o a los bien financiados, entonces la democracia entra en zona de riesgo.

Las asociaciones de periodistas ya han comenzado a presionar para que se revise la norma.

Porque esta no es solo una cuestión de acreditaciones.

Es un termómetro de hasta qué punto nuestras instituciones comprenden el valor de la diversidad informativa.

Maestre lo ha dicho con claridad: esto no va de él.

Va de todos los que podrían ser los siguientes.

Mientras tanto, el silencio desde el gobierno continúa.

Nadie ha asumido públicamente el error.

Nadie ha planteado un cambio.

Y cada día que pasa con esta norma en vigor, la exclusión se normaliza.

Los grandes respiran.

Los pequeños desaparecen.

Y la pluralidad muere un poco más.

Antonio Maestre ha dejado de ser solo un periodista.

Se ha convertido en símbolo, en referente involuntario de una batalla que debería preocuparnos a todos.

Porque en este juego, no se trata solo de quién entra al Congreso.

Se trata de quién puede hablar… y de quién se queda fuera, viendo cómo los que antes lo insultaban ahora fingen defenderlo.

Su réplica no fue solo brutal.

Fue necesaria.

Fue digna.

Y fue un espejo tan nítido, que muchos prefieren no mirarlo.

Porque lo que refleja… duele.