😱 Empujones, insultos y miedo: la reportera de Espejo Público vive un infierno en Torre Pacheco
La localidad de Torre Pacheco, en Murcia, atraviesa días de máxima tensión social.
Las últimas jornadas se han convertido en una olla a presión que amenaza con estallar en cualquier momento.
En ese escenario, donde la rabia y el miedo conviven a partes iguales, la prensa ha comenzado a convertirse en objetivo directo.
Lo que sucedió con Elena, reportera del programa Espejo Público, es una prueba clara de ello.
El pasado martes, en medio de una manifestación convocada para denunciar la presencia migrante en la zona, Elena y su equipo se desplazaron para cubrir lo que parecía ser un evento controlado.
Sin embargo, el número de manifestantes no fue el esperado: apenas unos 100 acudieron a la cita.
Aun así, el clima era irrespirable.
La frustración por la baja asistencia no calmó los ánimos, al contrario: encendió todavía más los impulsos violentos de algunos asistentes que necesitaban un objetivo contra el que descargar su enojo.
Y ese objetivo fueron los periodistas.
El momento exacto en el que todo se descontroló fue cuando Elena comenzó su primera conexión en directo.
En segundos, un grupo de manifestantes se acercó, gritando insultos, escupiendo amenazas y lanzando todo tipo de descalificaciones.
“Nos insultaron, nos gritaron e incluso nos lanzaron agua”, relató la propia Elena.
Pero lo peor no fue eso.
Lo más perturbador fue la sensación de estar atrapada, sin escapatoria, en medio de una multitud hostil.
Con empujones, zarandeos y rostros desencajados por la furia, la reportera se mantuvo de pie como pudo, resistiendo la presión de quienes querían silenciarla.
Los gritos eran claros: “¡Manipuladora!”, “¡Sinvergüenza!”, “¡Fuera de aquí!” Una catarata de odio que no respondía a una crítica periodística razonada, sino a un desprecio visceral por el simple hecho de
informar.
Elena, con la voz temblorosa pero firme, aguantó el tipo como pudo.
Pero llegó un momento en que continuar se volvió imposible.
La tensión había escalado hasta un punto tan extremo que la Policía Nacional y la Guardia Civil tuvieron que intervenir.
Las imágenes de los agentes escoltando a los periodistas hasta un lugar seguro se volvieron virales.
Un despliegue propio de una zona de conflicto.
La prensa, perseguida como si fuese una amenaza, tuvo que ser protegida de ciudadanos que decían “defender su país”.
Varias personas fueron retiradas del lugar, no por manifestarse, sino por perder el control y convertir una concentración en un acto de intimidación.
Elena confesó más tarde que nunca había sentido tanto miedo en una cobertura.
“Es una situación muy desagradable y bastante injusta”, afirmó.
Pero también dejó claro que no se va a callar.
Su testimonio ha servido para poner el foco en una realidad que muchos prefieren ignorar: el periodismo se ha convertido en un oficio de riesgo en un país que se enorgullece de su democracia.
Cada vez son más frecuentes las agresiones, las amenazas, los linchamientos verbales y físicos contra profesionales que solo hacen su trabajo: contar lo que pasa.
Lo ocurrido en Torre Pacheco no es un hecho aislado.
Es un síntoma preocupante de lo que ocurre cuando se alimenta la polarización, cuando se señalan a periodistas como enemigos del pueblo y cuando los bulos, las redes sociales incendiarias y los discursos
extremistas comienzan a calar en la población.
Elena fue la cara visible del ataque, pero podría haber sido cualquiera.
Hoy fue ella.
Mañana, ¿quién?
Los mensajes de apoyo a la reportera no han dejado de llegar desde todos los sectores del periodismo.
Pero también hay una preocupación creciente.
Si esto ha sucedido con cámaras delante, ¿qué pasa cuando nadie graba? ¿Qué nivel de violencia estamos dispuestos a normalizar?
Espejo Público, en su siguiente emisión, decidió no silenciar lo sucedido.
Denunció públicamente la agresión a su compañera y puso sobre la mesa una reflexión imprescindible: ¿Estamos dispuestos a permitir que el miedo calle la verdad? Elena ha dicho que no.
Que va a seguir.
Que no va a retroceder ni un paso.
Pero también reconoció que la herida emocional tardará en cerrarse.
Nadie sale ileso de una embestida así.
Lo que está en juego es mucho más que un programa de televisión o una periodista agredida.
Está en juego la posibilidad de ejercer el derecho a la información en libertad.
De acudir a una plaza, a un barrio, a una manifestación, sin miedo a ser golpeado por hacer preguntas.
Sin miedo a ser perseguido por encender una cámara.
En medio de un ambiente cada vez más polarizado, con discursos de odio en aumento y una ciudadanía enervada, el periodismo se encuentra en la cuerda floja.
Y la historia de Elena es solo la punta del iceberg.
Lo vivido en Torre Pacheco no puede convertirse en la nueva normalidad.
Porque cuando informar se vuelve un acto de valentía, es señal de que algo muy grave está ocurriendo.
Y no podemos mirar hacia otro lado.
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