⚰️ “¿Fosas o política?” 🕳️ Rosa Villacastín se va en vivo tras la frase que dejó helado a todo el plató 🎙️

El sábado por la noche, lo que debía ser un regreso tranquilo del programa La Sexta Explica acabó convirtiéndose en uno de los mayores terremotos mediáticos de la televisión española en lo que va del año.

Todo empezó con una frase.

Una de esas frases que, aunque lanzadas al vuelo, dejan un eco que duele.

En este caso, provenía de la recién incorporada tertuliana Noelia Núñez, exdiputada del PP, envuelta en su momento en un escándalo académico por falsear su currículum.

Y lo que dijo fue, literalmente, un disparo simbólico: defendió en directo las declaraciones de Miguel Tellado sobre “acabar la fosa” donde “reposan los restos de un Gobierno que nunca debió existir”.

La frase, ya polémica en origen, cayó como dinamita en el plató.

Pero lo más llamativo no fue solo su contenido, sino el silencio que le siguió.

Ni el presentador, José Yélamo, ni el resto de colaboradores la desafiaron con la contundencia que muchos esperaban.

Y en un país como España, donde hablar de fosas comunes no es una metáfora vacía, sino una herida histórica abierta con más de 100,000 desaparecidos durante la Guerra Civil y la dictadura franquista, esa frase

no pasó como una opinión más.

Las redes sociales ardieron.

Pero fue una voz en particular la que marcó el inicio de la tormenta: Rosa Villacastín.

Con décadas de periodismo a sus espaldas, con más calle que muchos de los tertulianos que hoy se pasean por los platós, escribió una frase que se volvió viral en minutos: “Vergonzoso escuchar a Noelia Núñez

defender las declaraciones de Tellado sobre meter en fosas al gobierno.

No pueden dar más vergüenza”.

El impacto fue inmediato.

No se trataba de una espectadora más.

Se trataba de una periodista reconocida, con una trayectoria impecable, plantando cara a una cadena que hasta entonces había sido aliada de cierto pensamiento crítico y progresista.

Pero esta vez, para Villacastín, La Sexta cruzó la línea.

Su mensaje no fue solo una crítica.

Fue un boicot.

Y lo dijo claro: “No vuelvo a ver ese programa”.

La cadena no respondió.

Ni un comunicado, ni una disculpa.

El presentador, José Yélamo, optó por el mutismo.

Y eso fue lo que más encendió los ánimos.

Porque cuando se lanza una frase como “acabar una fosa” en un país con fosas reales aún sin abrir, no responder es, en sí mismo, una declaración.

Noelia Núñez, lejos de retractarse, aprovechó el ruido para reforzar su personaje mediático.

Mostró cero autocrítica.

Ni una mención a las familias que siguen buscando restos de sus seres queridos.

Ni una palabra para contextualizar o matizar lo dicho.

En cambio, siguió paseándose por platós, acumulando minutos de cámara como si el escándalo fuera gasolina para su proyección pública.

Y eso es lo que más enfureció a periodistas como Villacastín.

Porque aquí no se trata solo de ideología.

Se trata de memoria, de sensibilidad, de responsabilidad.

En la España de hoy, cada palabra pronunciada en televisión tiene un peso específico.

Las fosas no son un recurso literario.

Son una realidad silenciada durante décadas.

Usarlas como munición política no solo es irresponsable, es cruel.

El caso de Noelia Núñez pone sobre la mesa otro tema candente: la impunidad mediática de políticos caídos en desgracia.

Después de dimitir por haber mentido sobre sus títulos universitarios, fue contratada inmediatamente por programas como En Boca de Todos y, ahora, por La Sexta Explica.

¿El motivo? Genera polémica.

Pero ¿a qué precio?

El precio es este: una televisión que premia el escándalo por encima del rigor.

Que blanquea trayectorias políticas cuestionables solo porque el personaje genera audiencia.

Que se olvida de la ética en nombre del trending topic.

Rosa Villacastín, con su protesta pública, no solo señaló a Noelia Núñez.

Señaló al sistema.

A la estrategia de convertir la televisión en un ring donde lo importante no es lo que se dice, sino cuántas veces se comparte en redes.

Y no estuvo sola.

Decenas de periodistas, analistas políticos y ciudadanos comunes replicaron su mensaje.

Se abrió un debate sobre el papel de los medios en la radicalización del discurso político.

Sobre si programas como La Sexta Explica, antaño defensores del pluralismo y el análisis serio, están cayendo en la trampa del espectáculo barato.

Pero el problema va más allá.

Porque no se trata solo de una frase mal escogida.

Se trata del blanqueamiento sistemático de discursos extremos.

Se trata de permitir que colaboradoras con escándalos recientes opinen como si nada.

Se trata de perder la noción de lo inadmisible.

De convertir lo que antes sería escandaloso en mera rutina televisiva.

Y mientras tanto, el público se harta.

Se apaga.

Se indigna.

Porque sabe que cuando en televisión se trivializa el pasado, se entierra la posibilidad de un futuro más justo.

Que cuando se convierte en espectáculo el dolor de miles de familias, se falta al respeto a toda una generación.

Que cuando se permite que una frase como “acabar la fosa” pase sin réplica, se normaliza la violencia simbólica.

Por eso Rosa Villacastín se plantó.

Porque entendió que el silencio también es complicidad.

Porque su voz sigue teniendo peso.

Y porque en un mar de gritos televisivos, su decisión de apagar el televisor vale más que mil tertulias.

No se trata de censurar.

Se trata de no olvidar.

De no permitir que el ruido tape la memoria.

Y de exigir, como ciudadanos, que la televisión vuelva a ser lo que alguna vez fue: un espacio para el pensamiento, no una fábrica de indignación rentable.

En medio de todo esto, La Sexta guarda silencio.

Y ese silencio, quizás, sea lo más ruidoso de todo.