🔥 La agresión que nadie quiere contar: Rufián revela que fue golpeado por defender sus ideales ⭐️
Gabriel Rufián, diputado de Esquerra Republicana, ha confesado en una entrevista reciente algo que pocos esperaban o se atrevían a imaginar: fue agredido físicamente en plena calle por el simple hecho de
representar una ideología política incómoda para ciertos sectores.
“Me han pegado”, dijo sin rodeos.
Y no fue un insulto más en Madrid, ciudad donde reconoce andar con gorra y mascarilla para evitar ser reconocido.
Fue una agresión real.
“La hostia me la llevé”, reconoció, al recordar aquel día en que un individuo lo agarró del cuello, lo rodeó un grupo de personas y tuvo que decidir entre devolver el golpe o marcharse con dignidad antes de
convertirse en carne de titular sensacionalista.
Este episodio, lejos de ser aislado, forma parte de un clima cada vez más tóxico y peligroso.
La sede del PSOE en Valencia apareció recientemente manchada con pintura negra.
Un muñeco con la cara de Pedro Sánchez fue golpeado salvajemente por ultras.
Irene Montero ha sido acosada en redes, en la puerta de su casa, en juzgados, e incluso durante sus vacaciones.
Pablo Iglesias llegó a recibir balas por correo.
¿Qué está ocurriendo en este país?
La respuesta es tan obvia como escalofriante: se está alimentando un relato de odio desde los medios de comunicación más poderosos, y la violencia ya no es una consecuencia, sino una herramienta más del
tablero político.
Los mismos espacios televisivos que dieron voz a Santiago Abascal en prime time, que abren cada mañana hablando de okupación, de inmigrantes o de la “ley de solo sí es sí”, han sido cómplices directos en crear
un imaginario social en el que la izquierda, los independentistas o cualquier figura progresista se convierte en enemigo público.
Rufián, Montero, Iglesias o incluso el propio Pedro Sánchez han sido construidos como monstruos mediáticos.
No importa que se trate del presidente del Gobierno o de una exministra: han sido retratados como traidores, destructores del país, culpables de todos los males.
Y lo más grave es que esta narrativa no surge de forma espontánea.
Tiene rostro, nombre y apellidos: Atresmedia, Mediaset, Ana Rosa Quintana, Susanna Griso, Pablo Motos y un largo etcétera de presentadores y tertulianos que han dedicado años a construir un relato sesgado,
manipulador y peligrosamente efectivo.
Bajo la apariencia de pluralidad, estos medios esconden una verdad incómoda: están al servicio de una élite económica que nunca ha tolerado la disidencia política.
Y cuando la izquierda tocó poder con Podemos, cuando se impulsaron políticas feministas, sociales y de protección a los vulnerables, se activó una maquinaria de demolición que no escatimó recursos: mentiras,
acoso, amenazas, campañas de descrédito.
Primero fueron a por los independentistas.
Después a por Podemos.
Y ahora van a por el PSOE.
La extrema derecha lo ha entendido perfectamente: si la mentira se tolera como herramienta política, ¿por qué no también la violencia? Si se puede difundir que Irene Montero libera violadores sin prueba alguna,
si se puede publicar que Ábalos organizó orgías con cocaína sin ningún testimonio real, ¿por qué no linchar un muñeco con la cara del presidente del gobierno?
Los agresores de Rufián no llegaron por casualidad.
No fue un loco suelto.
Fue el resultado lógico de años y años de intoxicación mediática, de sembrar odio, de construir enemigos.
Como dijo el propio diputado, al final buscan que te quedes solo.
Que nadie quiera estar cerca.
Que tus propios familiares tengan miedo.
Que la violencia no se limite a ti, sino que se extienda a tu entorno.
Un castigo colectivo para quien ose cuestionar el orden establecido.
La confesión de Rufián debería ser una alarma nacional.
Pero no lo es.
Porque los medios que deberían amplificar esta denuncia son los mismos que la han provocado.
Y no tienen ningún interés en que se rompa el hechizo.
Porque mientras la violencia vaya en una dirección —hacia la izquierda, hacia los disidentes, hacia quienes proponen cambios reales— todo está permitido.
Pero si alguien se atreviera a señalar a los verdaderos responsables, entonces sí, se activaría toda la maquinaria judicial, mediática y política.
Vivimos tiempos oscuros.
Tiempos en los que un diputado puede ser agredido en la calle, una ministra insultada en su casa, un presidente amenazado con muñecos y escraches, y nadie mueva un dedo.
Porque lo han normalizado.
Porque ya no duele.
Porque han conseguido que mucha gente crea que se lo merecen.
Y esa es la verdadera victoria del odio: cuando la sociedad deja de sentir vergüenza por la violencia política.
Cuando una hostia no genera repudio, sino aplausos.
Cuando el silencio de los medios se convierte en complicidad.
Y cuando los agresores ya no se esconden, porque saben que nadie va a hacer nada.
Hoy la hostia se la llevó Rufián.
Mañana puede ser cualquiera.
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