🏡💣 Wyoming lo DICE CLARO y se VUELVE VIRAL: “El mercado NO se regula solo, y los países que lo hacen lo están PETANDO”

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La vivienda ha sido durante décadas uno de los temas más tensos y manipulados en la política española.

Mientras millones de jóvenes no pueden emanciparse, otros tantos son expulsados de sus barrios por culpa de la gentrificación y la turistificación salvaje.

En medio de esta tormenta perfecta, ha surgido una voz conocida por su ironía afilada y contundencia directa: José Miguel Monzón, más conocido como El Gran Wyoming.

Su reflexión sobre la vivienda no solo se ha vuelto viral, sino que ha puesto sobre la mesa algo que los poderes económicos no quieren escuchar: regular funciona.

En su intervención, Wyoming pone ejemplos reales y contrastables.

Canadá ha decidido vetar la compra de viviendas por parte de inversores extranjeros hasta el año 2027.

Alemania ha prorrogado la limitación del aumento de los precios del alquiler hasta 2029.

Bélgica ha conseguido reducir drásticamente el número de viviendas vacías multando a sus propietarios.

¿El resultado? Mejores condiciones de acceso a la vivienda, menos especulación y más justicia social.

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Todo lo contrario a lo que sucede en España, donde se prefiere mirar hacia otro lado y seguir con la letanía de que “el mercado se regula solo”.

La comparación es brutal.

En un país donde hay más de tres millones de viviendas vacías, pensar que el problema se solucionará sin intervención pública es, como mínimo, ingenuo.

Pero no es solo ingenuidad.

Es complicidad.

Porque hay quienes ganan, y mucho, con esta situación: fondos buitre, grandes tenedores de vivienda, bancos y lobbies del sector inmobiliario.

Todo ello con la complicidad de gobiernos que, por acción o inacción, han permitido que este drama se convierta en norma.

La intervención de Wyoming no llega en un vacío informativo.

Coincide con otras noticias que reflejan la desigualdad creciente en España.

Como el caso de Plex, el influencer que se gastó 6.

000 euros en una cama de seda y luego se quejó de que no le gustaba.

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Mientras él decide si sortear las sábanas o no, miles de personas se ven obligadas a dormir en la calle, en habitaciones compartidas o en condiciones de hacinamiento.

La redistribución de la riqueza es un chiste cruel cuando se observan estos contrastes.

Y mientras esto sucede, el Partido Popular vuelve a sacar a relucir a sus dos tótems históricos: José María Aznar y Mariano Rajoy.

Dos expresidentes cuya trayectoria está marcada por la corrupción y el clientelismo político.

Feijóo los presenta como ejemplos de gestión, olvidando que bajo sus mandatos se dieron los mayores escándalos de corrupción del país.

Doce de los catorce ministros de Aznar fueron imputados, y Rajoy acabó salpicado por la trama Gürtel y los papeles de Bárcenas.

¿Este es el modelo a seguir?

Más allá de lo simbólico, la aparición de estas figuras representa el enroque de una derecha que se niega a aceptar reformas estructurales.

Que defiende el libre mercado a ultranza incluso cuando este expulsa a los ciudadanos de sus hogares.

Que recorta bomberos en plena ola de calor.

Que presume de trenes puntuales mientras ignora que el peor accidente ferroviario en décadas sucedió bajo su mandato.

Wyoming, con su habitual sarcasmo, remata su discurso comparando la autorregulación del mercado con un niño aprendiendo a montar en bicicleta.

Dice: “Hay que ayudarle un poquitito”.

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Pero añade un matiz demoledor: mientras el niño grita “¡Mamá, mira, sin manos!”, los fondos buitres gritan “¡Mamá, mira, con las manos llenas!”.

La imagen es perfecta.

Mientras la ciudadanía hace equilibrios para no caer, los grandes capitales acaparan recursos sin control alguno.

Y es que regular no es comunismo, como algunos vociferan.

Regular es sentido común.

Es reconocer que ciertos bienes, como la vivienda, no pueden ser tratados como simples mercancías.

Que el derecho a un techo debe estar por encima del derecho a especular.

Que un país que permite que se acumulen viviendas vacías mientras miles duermen en la calle, es un país que ha perdido el rumbo.

El caso de Bélgica es especialmente significativo.

En apenas dos años, el número de viviendas desocupadas ha pasado de 26.000 a solo 9.000.

¿La receta? Multas contundentes a quienes no usen sus propiedades.

¿El resultado? Más vivienda disponible, menos presión sobre el mercado y una sociedad más justa.

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¿Qué impide hacer esto mismo en España? ¿Por qué se protege tanto al propietario ausente y tan poco al inquilino desamparado?

También es destacable lo que ocurre en Viena, donde dos tercios del parque inmobiliario está bajo control público.

Una ciudad con una de las mejores calidades de vida del mundo y precios de alquiler asequibles.

Pero aquí, hablar de vivienda pública es casi tabú.

Se prefiere entregar suelo a promotores, regalar exenciones fiscales a grandes fondos y permitir que los precios sigan escalando sin freno.

Lo que dice Wyoming no es nuevo, pero sí es valiente.

Porque en un país donde criticar al mercado es casi un sacrilegio, él se atreve a decir lo obvio: que sin intervención estatal, el mercado no sirve al pueblo, sino a los de siempre.

Y lo hace con datos, con ejemplos, con ironía, pero también con una claridad que desmonta los discursos neoliberales.

El hecho de que su reflexión se haya vuelto viral no es casualidad.

Es la muestra de un hartazgo colectivo, de una ciudadanía que ya no se traga más cuentos.

Porque cuando un cómico dice la verdad más alta que los políticos, quizá ha llegado el momento de escuchar menos a los economistas del Ibex y más a la gente que vive la calle.

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Porque si Bélgica, Alemania, Canadá y Viena pueden, ¿por qué no nosotros? ¿Cuántos más tienen que ser desahuciados antes de que se tomen medidas? ¿Cuántos más tienen que dormir en cajeros antes de que el

gobierno actúe?

Wyoming lo dijo sin rodeos: “Regular funciona”.

Y eso es lo que más duele a quienes prefieren un país donde solo unos pocos ganan.

Porque cuando se empieza a hablar en serio de derechos y no de negocios, es cuando tiemblan los cimientos del sistema.

Por eso su mensaje se ha vuelto viral.

Porque, simplemente, dice lo que muchos piensan pero pocos se atreven a gritar.