😲 Wyoming REVELA el bulo que casi destruye su vida: “Me llamaron camello de cocaína en prime time” 🚨

El Gran Wyoming, 70 años: "La mitad del país me odia, nosotros sólo nos  dirigimos a la gente con cerebro y mis enemigos me han enseñado que no me  he salido del

En un país donde cada día los bulos marcan titulares, el testimonio del Gran Wyoming es un bofetón de realidad.

Durante su intervención en el programa Conspiranoicos, el popular presentador y médico de formación rompió por fin el silencio sobre uno de los episodios más oscuros de su vida pública.

No fue una acusación cualquiera.

Fue una auténtica campaña de difamación orquestada desde las cloacas mediáticas de la derecha.

¿El objetivo? Convertirlo en el “camello oficial de la televisión”.

Todo comenzó hace unos 15 años.

Wyoming, que por entonces dirigía Caiga quien caiga, se convirtió en blanco de un ataque personal tan sucio como peligroso.

El detonante: una intervención televisiva de Miguel Ángel Rodríguez —sí, el ex portavoz del Gobierno de Aznar y mano derecha mediática del PP—, quien junto al tertuliano Germán Terch, afirmó en televisión que

El Gran Wyoming no solo consumía cocaína, sino que la distribuía entre los jefes de la tele.

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Sin pruebas.

Sin datos.

Solo con el odio como gasolina.

Lo más repugnante de todo es que esa acusación no se quedó en el plató.

Se convirtió en un bulo sistémico que se viralizó sin redes, se susurró en pasillos, se repitió en aulas escolares.

Wyoming lo cuenta con frialdad, pero también con una carga emocional brutal: “Mis hijos me venían del colegio diciéndome que sus compañeros les decían que su padre era un camello”.

¿La reacción judicial? Silencio.

Su abogado —que era amigo suyo— le advirtió: si respondes, estás muerto.

Porque en España, defenderte de un bulo puede hacerte parecer culpable.

“No digas nada —le aconsejó el letrado—.

Si sales a negar, los medios sacarán titulares como ‘Wyoming niega ser camello de cocaína’, y esa será la frase que se quede para siempre”.

No lo dijo.

Se lo tragó.

Y mientras tanto, Google lo posicionaba como “Wyoming cocainómano” en su primera búsqueda.

Una mancha mediática que no se quita ni con agua bendita.

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¿Quién paga por algo así? Nadie.

Esa es la clave del testimonio.

La impunidad.

El poder de destruir a alguien sin pruebas, sin consecuencias, sin responsabilidad.

Y eso es lo que Wyoming denuncia ahora: la fábrica de bulos no ha parado de funcionar, y hoy está más engrasada que nunca.

Porque la derecha política y mediática ha convertido la mentira en arma electoral.

Pero Wyoming no se quedó solo en su caso personal.

Aprovechó la entrevista para desenmascarar lo que considera una “estrategia estructural” del PP y sus medios afines: destruir por sistema a todo aquel que les incomode.

Lo han hecho con Pedro Sánchez, con Pablo Iglesias, con Mónica García, con cualquier figura que plante cara.

“Si no pueden ganar en las urnas, intentan derrocar con calumnias”, afirma.

Y lo dice con conocimiento de causa.

La conversación se torna aún más potente cuando aborda cómo esta pedagogía del odio ha permeado en la sociedad.

Desde las cámaras del Congreso donde Isabel Díaz Ayuso llama “hijo de puta” al presidente del Gobierno —y luego lo convierte en una camiseta con la excusa de “me gusta la fruta”—, hasta los bares y reuniones

familiares donde gritar “¡Viva España!” se ha transformado en insulto camuflado.

“Cuando me gritan ‘¡Viva España, cabrón!’, no están celebrando el país, me están amenazando”, dice Wyoming.

Y tiene razón.

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La indignación crece cuando analiza el papel de los jueces en este teatro de mentiras.

Wyoming no acusa a la justicia, acusa a ciertos jueces, a los que considera activistas políticos disfrazados de toga.

Denuncia que existe una “endogamia ideológica” en la judicatura española, donde la gran mayoría de jueces provienen de entornos conservadores, que reproducen sus ideas en sentencias, decisiones y silencios.

Una casta judicial que, según él, frena la renovación del país y permite que bulos judicializados terminen convertidos en armas políticas sin castigo.

Y en medio de todo, una reflexión que escuece: en España, ser de izquierdas aún tiene un precio.

Wyoming asegura que incluso a día de hoy, tras décadas de democracia, hay personas que le felicitan por su programa…en voz baja, por miedo a ser etiquetados.

“Hay un miedo latente, el miedo heredado del franquismo.

Ese miedo sigue ahí”, afirma con rotundidad.

La entrevista toca también la Transición, que muchos todavía pintan como modélica.

Wyoming desmonta el relato con datos, con muertos, con represión, con la presencia en el nuevo régimen de figuras como Fraga Iribarne, defensor de fusilamientos y luego “padre de la Constitución”.

“En Alemania no metieron a los nazis a redactar su constitución.

Nosotros sí metimos a los franquistas”, lanza.

Y duele escucharlo.

Pero es verdad.

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Finalmente, Wyoming concluye con una frase demoledora: “Yo tengo que poder dormir tranquilo.

Tengo 70 años.

Si no puedo hablar claro en un Estado de derecho después de casi 50 años de democracia, apaga y vámonos”.

Porque su historia no es solo la de un ataque personal.

Es la de una España que aún no ha enterrado sus fantasmas.

Es la de un país donde la mentira sigue saliendo gratis si viene de la derecha.

Y donde la verdad, si incomoda, se castiga con bulo.

¿Quién pide perdón por aquello? Nadie.

¿Quién limpia el daño? Nadie.

Pero hoy, por fin, el Gran Wyoming ha decidido hablar.

Y eso, aunque llegue tarde, sigue siendo absolutamente necesario.

Porque en este país, recordar sigue siendo un acto de resistencia.