Los hijos de Miriam Hernández rompen el silencio.

El rechazo total a Jorge López

destroza a su madre. Así, sin filtros,

se rompe el silencio y por fin sale a la

luz el drama familiar que nadie

imaginaba detrás de la sonrisa dulce de

la baladista más querida de

Latinoamérica.

Myriam Hernández reveló por qué llora cuando piensa en sus hijos — Radio Imagina

Lo que parecía una historia de amor

perfecta entre Miriam Hernández y el

joven actor Jorge López, pronto se

convirtió en una guerra emocional dentro

de su propio hogar. Lo que muchos fans

soñaban como una segunda oportunidad

para la cantante terminó desmoronándose

por el rechazo directo y doloroso de sus

propios hijos, Jorge Ignacio y Miriam

Isidora. Ellos, alzando la voz por

primera vez, rompen el silencio con una

contundencia que sacude la imagen

pública de su madre. En este vídeo te

Hijos de Myriam Hernández: cuántos son, quiénes son, edad y qué hacen

revelamos todos los detalles más

íntimos, más tensos y más desgarradores

de esta historia real. Desde el momento

exacto en que Jorge López fue ignorado

por completo en una comida familiar,

pasando por la conversación incómoda

donde su hijo le dijo a la cara, “Tú no

eres parte de nuestra familia” hasta

llegar a las lágrimas privadas de Miriam

y la dolorosa decisión que tuvo que

tomar como madre, sacrificando su propia

felicidad. Prepárate para escuchar lo

Viña 2025: Quién es la hija e hijo de Myriam Hernández | 24horas

que nunca se ha contado, lo que Miriam

jamás se atrevió a decir públicamente,

pero que en su círculo íntimo retumbó

como una bomba emocional. El amor, la

familia, los secretos y los sacrificios

más grandes, todos se mezclan en esta

historia marcada por la distancia, la

decepción y el amor incondicional de una

madre dispuesta a todo, incluso a

renunciar a su nueva felicidad por el

Myriam Hernández - Mis niños maravillosos !! Jorge y Myriam | Facebook

bienestar de sus hijos. Era un domingo

en Santiago de Chile. Miriam Hernández,

como siempre había preparado con cariño

una pequeña reunión familiar. Nada fuera

de lo común, almuerzo, sobremesa y

tiempo con sus hijos Jorge Ignacio y

Miriam Isidora. Su intención, en

apariencia sencilla, escondía algo que

venía planificando con nerviosismo desde

hacía semanas, presentar a Jorge López

Myriam Hernández anuncia el fin de su matrimonio tras 35 años de relación y dos hijos

oficialmente como su pareja. Para

muchos, él era solo un actor joven,

atractivo y con una carrera ascendente,

recordado por su participación en series

internacionales.

Para Miriam, él era mucho más compañía,

consuelo, risas nuevas. Después de años

de silencio emocional, Jorge López

representaba una luz diferente. No era

Jorge Senin, el padre de sus hijos, era

otro tipo de hombre, pero eso no

Quiénes son los dos hijos de Myriam Hernández que la acompañaron en la entrega de la Gaviota de Platino en Viña 2025 - La Tercera

significaba que no mereciera un lugar en

su vida.

Miriam lo había pensado todo con

cuidado. Quería que la presentación

fuera natural, sin presión. Quería que

sus hijos sintieran que no les estaba

imponiendo nada, que ellos vieran lo

feliz que era, que comprendieran que

ella también tenía derecho a amar otra

vez. Pero lo que sucedió esa tarde fue

el inicio de una fractura emocional que

hasta hoy no ha sanado del todo. Todo

comenzó cuando Jorge López llegó. vestía

informal, relajado, intentando mostrarse

cercano. Traía en las manos una caja de

bombones para la hija de Miriam y una

botella de vino para su hijo. Sonrió con

nerviosismo, sabiendo que era observado,

pero la tensión en el ambiente fue

instantánea. No hubo abrazos, no hubo

besos en la mejilla, apenas un apretón

de manos forzado, casi automático. Jorge

Ignacio, el hijo mayor, fue el primero

en demostrar frialdad.

se limitó a un seco. Hola y regresó su

mirada al celular. Miriam Isidora, más

cordial, pero visiblemente incómoda,

evitó todo contacto visual. El ambiente

se volvió tan denso que hasta los

cubiertos parecían pesar más sobre la

mesa. Miriam, con una sonrisa nerviosa,

intentó mantener la conversación a

flote. Habló de música, de giras, del

clima, pero nada lograba suavizar la

distancia entre sus hijos y su nueva

pareja. Jorge López, por su parte,

intentaba con humildad romper el hielo.

Hizo preguntas, se interesó por sus

estudios, sus proyectos, incluso se

ofreció a ayudarlos en temas de

contactos en el medio artístico. Pero

cada intento fue ignorado y lo más duro

vino durante el almuerzo. Mientras

comían, Jorge López, en tono amable

comentó, “Estaba pensando en acompañar a

tu mamá a Viña. Tal vez podamos hacer

algo juntos allá. La reacción fue

inmediata. Jorge Ignacio soltó el

tenedor y levantó la mirada por primera

vez en toda la comida. Aviña preguntó en

tono seco. Perdón, ¿desde cuando tú

decides lo que mi mamá hace en Viña,

silencio absoluto. Miriam intentó calmar

la tensión con una risa nerviosa, pero

su hijo fue más allá. Mamá, ¿nos puedes

explicar qué es esto? Estamos almorzando

con tu novio como si nada. Y ahora él va

a acompañarte a todos lados. Ella se

quedó en silencio. Por primera vez,

Miriam no supo qué decir. Su mirada se

llenó de tristeza, no por lo que se

decía, sino por lo que no se decía.

Sentía que sus hijos la juzgaban, que no

la veían como mujer, sino solo como

madre, como si hubiera un límite

invisible para su felicidad. Él es

importante para mí, respondió finalmente

con voz suave. No estoy pidiendo que lo

adoren, solo que lo respeten. Pero la

respuesta de su hijo fue devastadora.

Respeto a quien se gana el respeto. Y él

no es parte de esta familia. Las

palabras cayeron como piedras. Miriam

Isidora, que hasta ese momento se había

mantenido al margen, intervino

tímidamente.

Mamá, tú sabes que lo nuestro fue muy

difícil cuando te separaste de papá. Y

ahora esto es muy pronto. No estamos

listos. Jorge López no dijo nada, se

levantó lentamente de la mesa y con una

voz muy serena, pero firme respondió,

“No vine a incomodar, solo quería

conocerlos. Sé lo que ella significa

para ustedes y solo quiero que estén

tranquilos. No los estoy reemplazando.

Miriam se quedó sentada con los ojos

cristalinos sin poder moverse. Había

soñado con ese momento como un paso de

integración, pero en su lugar acababa de

ver como su nueva relación era rechazada

frontalmente por lo más importante en su

vida, sus hijos.

Después de ese día, las cosas ya no

volvieron a ser iguales. Los mensajes de

sus hijos se hicieron más fríos, más

distantes. El contacto se volvió mínimo.

No hubo reclamos abiertos, pero el vacío

fue más fuerte que cualquier grito. La

herida ya estaba hecha. Jorge López, por

su parte, entendió que había cruzado una

frontera complicada. A pesar de los

deseos de Miriam, él decidió alejarse un

tiempo de sus encuentros familiares por

respeto y también por orgullo. Miriam,

en su corazón quedó dividida. Amaba a

sus hijos con una profundidad

indescriptible, pero también había

encontrado en Jorge una alegría que no

sentía hace años. Tenía que elegir o

acaso ese era el castigo por volver a

amar. Desde ese domingo, cada decisión

se volvió más difícil. Y cada vez que

ella recordaba esa escena en la mesa,

con las miradas frías y las palabras

duras, sentía que el precio de su

felicidad se había vuelto demasiado

alto. Y así fue como todo comenzó a

romperse, no desde fuera, sino desde

dentro. Pasaron algunas semanas después

del incómodo almuerzo familiar. Miriam

Hernández, aunque devastada por la

frialdad de sus hijos, intentaba

mantener la armonía con llamadas,

mensajes y pequeños detalles. Pero algo

había cambiado. El aire estaba

enrarecido y el rechazo hacia Jorge

López no solo no disminuía, sino que

crecía silenciosamente, alimentado por

la herida que los hijos sentían. Hasta

que un día lo inevitable ocurrió. una

conversación directa sin filtros que lo

cambiaría todo. Fue un miércoles por la

tarde. Jorge Ignacio, el hijo mayor

accedió a encontrarse con Jorge López a

pedido insistente de su madre. “Hablen,

dense una oportunidad”, le había dicho

ella con la voz quebrada por la

esperanza. El encuentro fue en una

cafetería discreta de las Condes. Jorge

López llegó puntual, nervioso,

intentando mantener una actitud serena.

Jorge Ignacio, en cambio, llegó con una

expresión tensa, mirada fija y una

energía que dejaba claro que no estaba

ahí por voluntad propia. “Gracias por

venir”, dijo Jorge López intentando

iniciar con cortesía. “No vine a

conversar mucho, vine a dejar las cosas

claras”, respondió el hijo cruzando los

brazos.

Silencio. Jorge López respiró profundo.

Estaba preparado para escuchar, pero no

imaginó el nivel de frialdad. Sé que

esto no es fácil, comenzó él. Pero yo no

vine a quitarle nada a tu familia. Solo

estoy con tu madre porque la quiero. No

pretendo ocupar ningún lugar que no me

corresponde. Y fue en ese momento cuando

Jorge Ignacio lanzó la frase que

marcaría el inicio del quiebre total. Tú

no eres nuestro padre, ni nuestro amigo,

ni nuestra familia. Cada palabra cayó

como un ladrillo. Jorge López bajó la

mirada. Sabía que no sería fácil, pero

no esperaba tanta resistencia. Intentó

hablar, pero el hijo continuó. Tú no

estuviste cuando mi mamá lloraba por mi

papá. Tú no la viste destrozada. No la

recogiste en pedazos como nosotros y

ahora apareces joven sonriente queriendo

sentarte a la mesa como si fueras parte

de esta historia. Pero no lo eres y

nunca lo serás. Jorge López tragó

saliva. No era alguien que soliera

sentirse intimidado, pero en ese momento

sintió el peso real de lo que

significaba amar a una mujer con pasado

y con hijos dolidos.

Entiendo tu enojo”, dijo en voz baja,

“Pero yo la quiero mucho y no quiero que

ella sufra por esta división. Entonces,

aléjate”, le respondió Jorge Ignacio sin

titubeos. Eso sería lo mejor que podrías

hacer por ella, porque desde que

llegaste mamá ya no es la misma. La veo

triste, confundida. Y nosotros estamos

cansados de ver cómo intenta hacernos

creer que tú eres su felicidad cuando en

realidad está caminando sobre cristales.

Las palabras eran duras, pero eran

reales. Jorge Ignacio no hablaba desde

el capricho, sino desde el dolor, desde

el miedo a perder a su madre en manos de

alguien que, según él, no merecía estar

ahí. En ese momento, Jorge López

entendió que el problema no era él como

persona, sino lo que su presencia

significaba.

Era el símbolo de una segunda vida para

Miriam, una vida en la que sus hijos ya

no eran el centro, sino una parte más.

Tú no la conoces como nosotros”, agregó

Jorge. Ella siempre pone a los demás

primero y contigo está haciendo lo

contrario. Está olvidando de dónde

viene. Está ignorando a su familia por

aferrarse a ti. Jorge López sintió un

nudo en la garganta. No sabía si

responder o levantarse e irse, pero optó

por la verdad. Yo no la estoy alejando.

Ella me buscó. Ella decidió abrir su

corazón. Y yo solo estoy aquí porque

ella quiere que esté. Si me pide que me

aleje, lo haré, pero no voy a irme

porque tú me lo ordenes. Jorge Ignacio

lo miró fijamente. No hubo más palabras,

solo dejó un billete sobre la mesa y se

marchó sin mirar atrás. Jorge López

quedó solo, solo con su café frío, con

la garganta cerrada y con la certeza de

que aunque amaba a Miriam con

sinceridad, ese amor estaba acercado por

un muro imposible de derribar. el

rechazo de sus propios hijos. Esa noche

Miriam lo llamó. Él no le contó todos

los detalles, pero ella lo sabía. Lo

sentía y lloró. Lloró por lo que se

estaba rompiendo, por lo que se estaba

perdiendo y porque en el fondo sabía que

estaba en una batalla donde el amor no

era suficiente para unir lo que el

tiempo y el dolor ya habían separado.

Había algo en los ojos de Miriam

Hernández que había cambiado. Ya no era

la mirada serena y segura con la que

solía enfrentarse a la vida, a los

escenarios, a los rumores o a los

medios. Era una mirada apagada, vencida,

como si una tormenta invisible se

hubiese desatado dentro de ella. Era la

mirada de una madre decepcionada, no por

sus hijos, sino por la realidad que la

estaba ahogando. Desde aquel tenso

encuentro entre Jorge Ignacio y Jorge

López, la energía en casa era otra.

Miriam intentaba seguir con su vida,

componía, ensayaba, cantaba, pero su voz

ya no tenía la misma vibración. Su risa

sonaba ensayada y cada noche, al cerrar

la puerta de su habitación se derrumbaba

en silencio. Aquella noche en

particular, Miriam estaba sola. Jorge

López se había ido a su departamento

para dar espacio. No quería interferir

más. Sus hijos no contestaban mensajes

desde hacía días. Ni una llamada, ni un

emoji, ni un Te quiero nada. Un silencio

helado que dolía más que cualquier

grito, como si hubieran decidido

castigarla con la indiferencia, como si

hubieran dejado de verla como su madre

para verla solo como una mujer

equivocada.

Encendió una vela en su mesa de noche y

tomó entre sus manos una vieja

fotografía. Ella con sus dos hijos

cuando aún eran pequeños, uno

abrazándola y la otra riendo a

carcajadas. Ese momento tan inocente,

tan pleno, se sentía ahora como una vida

pasada. ¿En qué momento dejamos de

entendernos?, se preguntó en voz baja.

En su pecho se mezclaban la rabia, la

tristeza y la impotencia. Rabia por

tener que elegir entre su corazón y sus

hijos, tristeza por el vacío que le

dejaban e impotencia por no poder

explicarles que el amor que sentía por

Jorge López no reemplazaba el que sentía

por ellos.

No era uno u otro, era todo junto, era

su vida. Se acercó a su piano, lo tocó

apenas como acariciando recuerdos y

empezó a tararear en voz baja una

melodía nueva, nacida del dolor. “Mi

corazón te espera, aunque no quieras

volver”, murmuró. Era su manera de

gritar sin hacer ruido, de suplicar sin

decirlo en voz alta. Ese mismo día había

recibido un mensaje inesperado de una

amiga cercana.

Miriam, te están criticando en redes.

Dicen que estás perdiendo la cabeza por

un jovencito, que tus hijos no te

apoyan. Estás bien. Fue como un puñal

más directo al alma. No solo era el

juicio de sus hijos. Ahora el público,

sus fans de siempre también opinaban.

Como si ser mujer después de los 50

fuera sinónimo de resignación, como si

no tuviera derecho a enamorarse, a

comenzar de nuevo. ¿Por qué estaba mal

amar a alguien que la hacía sentir viva?

Se sirvió una copa de vino y se sentó en

el sofá. Apagó las luces. La casa estaba

en silencio. Un silencio distinto de

esos que no acompañan, que lastiman. Y

entonces lloró. Lloró como no lo hacía

desde su separación con Jorge Sin. Lloró

por sentirse sola por no poder explicar

lo que pasaba dentro de su corazón.

Lloró por extrañar los días donde todo

era más simple, donde sus hijos la veían

como su heroína, no como una mujer que

debía justificarse.

Lloró en silencio porque incluso su

llanto ya no tenía con quién

compartirse.

En ese instante pensó en Jorge López. Él

había sido paciente, respetuoso, dulce.

Había tratado de acercarse, de

integrarse, pero simplemente no fue

recibido. Miriam sabía que no era culpa

de él, pero aún así sentía que su amor

estaba causando una grieta entre ella y

sus hijos. “Y si soy yo la equivocada”,

susurró. “¿Y si mis hijos tienen razón?

La duda le pesó como nunca, no por falta

de convicción, sino por agotamiento

emocional. Porque una madre puede

resistir muchas cosas menos ver a sus

hijos alejándose por una decisión del

corazón. Entonces encendió el celular,

abrió la conversación con Jorge Ignacio,

le escribió, “Solo quiero que sepas que

te amo. No importa nada más, estoy aquí

siempre.” No hubo respuesta. Luego a su

hija. “Eres mi niña, aunque ya no lo

parezca, sigo siendo tu mamá. Te

extraño. Tampoco hubo respuesta. Ese

silencio la terminó de quebrar. Ya no

podía más. Se levantó lentamente, fue a

su habitación, guardó en un cajón la

foto familiar, cerró el piano y apagó la

vela. Esa noche durmió con el corazón

roto y nadie, nadie supo cuántas

lágrimas dejó sobre su almohada. Nadie,

excepto ella. Y desde esa noche, Miriam

comenzó a entender que tal vez el amor

más difícil no es el que se acaba, sino

el que se pelea entre el pasado y el

presente. La amenaza del

distanciamiento, el silencio de su hijo

y la advertencia de su hija. El ambiente

en la casa de Miriam Hernández se había

vuelto más espeso que nunca. La música

ya no sonaba como antes. Las mañanas

estaban en silencio y por las noches

solo se oía el crujir del parquet.

mientras ella caminaba en círculos por

el pasillo, revisando el celular cada 5

minutos, esperando un mensaje que no

llegaba. Jorge Ignacio seguía en

silencio, un silencio que dolía, que

hablaba más que mil palabras. Ni un

buenos días, ni un ¿Cómo estás, mamá? Ni

una llamada por cortesía, solo una

ausencia absoluta. Y esa ausencia empezó

a dolerle más que cualquier discusión.

Miriam ya no sabía si ese silencio era

enojo, decepción, castigo o simplemente

indiferencia.

Pero la gota que colmó el vaso llegó con

un mensaje inesperado.

Fue Miriam Isidora quien se atrevió a

romper la distancia y lo que dijo

sacudió el corazón de su madre. Mamá,

tenemos que hablar. Esto no puede seguir

así. se encontraron en una cafetería

discreta, lejos de los flashes y los

rumores. Miriam llegó nerviosa como si

fuera a enfrentar una sentencia. Su hija

estaba seria, sin maquillaje, sin

adornos, solo con la verdad en los ojos.

Mamá, empezó sin rodeos. Tienes que

decidir. Miriam se quedó en shock. No

entendía. Decidir que decidir qué, hija.

Tú sabes bien, Jorge, nosotros todo esto

te está alejando de la familia, de tu

esencia, de nosotros. La cantante tragó

saliva, quiso hablar, pero su hija

continuó. Te veo intentando salvar una

relación a costa de perder otra. Y

quiero que sepas que mi hermano ya no

quiere hablar contigo. Me dijo que hasta

que ese hombre siga en tu vida, él no

piensa regresar. dice que tú no lo

entiendes, que lo ignoras, que le das la

espalda. Las palabras eran cuchillas,

pero había más. Y yo, yo estoy cansada,

mamá. Estoy cansada de verte triste, de

verte dividida, de verte caminar sobre

vídeos para no herirnos. Yo también te

quiero ver feliz, pero no a este precio.

Miriam no pudo más. ¿Qué quieren que

haga? preguntó con voz temblorosa. “Que

me quede sola, que niegue lo que siento

por Jorge, solo para mantenerlos cerca.”

Su hija no respondió de inmediato. Bajó

la mirada. Sabía que esa conversación no

tenía respuestas fáciles. “Lo que

queremos”, dijo al fin, es recuperar a

nuestra madre. la que no se escuchaba,

la que no escondía cosas, la que no

tenía que pedir permiso para amar, pero

tampoco olvidaba que sus hijos estaban

primero. Y entonces lanzó la advertencia

que lo cambió todo. Mamá, si sigues así

nos vas a perder y no estoy segura de si

vamos a volver. Miriam sintió que el

piso se le abría. Sus ojos se llenaron

de lágrimas. No gritó, no discutió, solo

se quedó en silencio. El mismo silencio

que antes venía de sus hijos, ahora

salía de su pecho. “Tanto les duele

verme enamorada otra vez”, susurró. “¿No

es eso, mamá?”, respondió su hija. “Nos

duele sentir que ese amor te está

alejando de quienes más te hemos amado

toda la vida.”

Miriam se levantó lentamente, pagó la

cuenta, no dijo nada más, solo abrazó a

su hija sin palabras, un abrazo largo,

triste, como si fuera el último. Ese

día, al llegar a casa, no encendió la

luz. Se quedó sentada en la oscuridad

con el celular en la mano, viendo el

contacto de Jorge López en la pantalla.

Su dedo flotaba sobre el botón de

llamada, pero no lo presionó. Sabía que

tenía que tomar una decisión. Porque la

advertencia de su hija no fue solo una

amenaza, fue una súplica, un grito

disfrazado de calma, un último intento

por no perderla. Y en el fondo ella

sabía que estaba en la cuerda floja y

que el siguiente paso podía romperlo

todo. Una decisión desgarradora, el

sacrificio que nadie esperó. El sol caía

lentamente en Santiago cuando Miriam

Hernández se sentó frente al espejo de

su camerino. Había terminado otro ensayo

para su próxima gira, pero su mente no

estaba ahí. Su cuerpo, sí, su voz

también, pero su alma estaba dividida.

El conflicto que llevaba dentro se había

vuelto insostenible. Ya no podía seguir

fingiendo que todo estaba bien porque no

lo estaba. Ese día lo supo con certeza.

tenía que tomar una decisión y

cualquiera que eligiera iba a romperle

el corazón. La advertencia de su hija

seguía repitiéndose en su mente como un

eco doloroso. Si sigues así, nos vas a

perder. Y al otro lado, la mirada

sincera de Jorge López, ese amor que

llegó cuando ya no creía que algo nuevo

podía florecer. Él no había hecho nada

malo, solo amarla con respeto, con

ternura, con devoción. Pero sus hijos,

sus hijos eran su vida, su historia, su

raíz. Esa noche Miriam pidió estar sola

en casa. Apagó su celular. No quería

mensajes, ni llamadas, ni distracciones.

Solo necesitaba estar consigo misma. y

con su decisión se sentó en el mismo

sillón donde tantas veces lloró por

amor, por desamor, por su divorcio, por

sus pérdidas y ahora por tener que

elegir entre lo que le daba vida y lo

que no quería perder. Tomó su libreta,

esa donde solía escribir canciones y

pensamientos, y escribió una carta. No

era una canción, no era un texto para el

público, era una despedida. Jorge, tú

llegaste a mi vida cuando ya no esperaba

sorpresas, cuando el amor me parecía un

recuerdo distante. Tú me devolviste las

risas, la complicidad, la ilusión. Pero

no puedo seguir, no por falta de amor,

sino por exceso de amor hacia mis hijos,

porque ellos no pueden aceptarte y yo no

puedo seguir viviendo rota. Te amo, pero

debo soltar. Perdóname, Miriam. Las

lágrimas cayeron sobre la hoja, pero no

la borraron porque estaba escrita con

verdad. Guardó la carta en un sobre y la

dejó en el buzón del departamento de

Jorge López esa misma noche. No quiso

enfrentarlo, no quería explicaciones ni

súplicas, solo necesitaba hacer lo

correcto, aunque lo correcto doliera

como un puñal. Al día siguiente no hubo

respuesta, solo un mensaje de Jorge con

una palabra. entiendo. Eso fue

suficiente para romperla en mil pedazos,

pero también para traer de vuelta algo

que había perdido, la calma. Días

después, sus hijos la buscaron, no con

sonrisas, pero sí con ternura. Le

dijeron que sabían lo que había hecho,

que no esperaban ese sacrificio, que no

se lo habían pedido, pero que lo

entendían. Y entonces Miriam Hernández

abrazó a su hijo y a su hija fuerte,

como si fueran pequeños otra vez. Y por

primera vez en meses lloraron juntos.

Lloraron por el amor perdido, por el

amor incondicional y por el amor que aún

los unía. Porque al final Miriam eligió

lo que ninguna mujer debería tener que

elegir, renunciar a su felicidad por el

bienestar de los que más ama. Un

sacrificio silencioso, una decisión

desgarradora, pero una muestra de amor

eterno. Así terminó esta historia

marcada por el conflicto entre el

corazón y la sangre, entre el pasado y

el presente, entre la mujer y la madre.

Miriam Hernández, icono de la música

romántica, vivió en carne propia lo que

tantas veces canto, que amar duele, que

elegir cuesta, y que a veces el

verdadero amor es el que se deja ir.

Gracias por acompañarnos en esta

historia. exclusiva. Si te gustó este

contenido, no olvides suscribirte a

nuestro canal secretos de historias,

darle like, compartirlo con tus amigos y

activar la campanita para más relatos

impactantes de las estrellas que más

amas. Hasta la próxima historia.

Yeah.