Es el desgarrador relato de una mujer que el mundo entero conoce como Lolita Flores, pero que en la intimidad de su alma libró batallas que la destrozaron por dentro.

 

De la muerte de Lola a la de Antonio: los 15 días más trágicos de la  familia Flores | Cultura | EL PAÍS

 

Más de 7,000 días de su vida fueron un infierno personal, una vorágine de amores trágicos, tragedias que la llevaron a la autodestrucción y una lucha incansable por ser alguien más allá de la sombra imponente de su linaje.

María Dolores González Flores, conocida como Lolita, nació en Madrid el 6 de mayo de 1958.

Su llegada no fue un acontecimiento privado, sino una noticia que paralizó a toda España.

Su madre era Lola Flores, la indomable, la única, la Faraona, y su padre, Antonio González, “El Pescadilla”, un talentoso guitarrista de sangre gitana.

Su linaje no era simplemente artístico, era realeza del espectáculo, un destino que la ató a una fama que desde su primer año de vida la convirtió en la niña más fotografiada de la nación.

No eligió la fama, nació en ella, y la constante exposición se convirtió en el aire que respiraba.

 

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Esta circunstancia prefiguraba la constante exposición a la que estaría sometida, un destino tejido con hilos de flashes y titulares.

Ser la tercera en esa casa era vivir en un torbellino de arte, pasión y aplausos.

Lolita ha confesado con nostalgia y melancolía que en su hogar el aplauso era el desayuno de todos los días.

Pero esa realidad, aunque para muchos sería un sueño, la mantuvo extrañamente con los pies en la tierra.

Quizá la saturación de fama evitó que la suya propia la deslumbrara y tocara su percepción de la realidad, algo que paradójicamente la salvó de caer en los vicios más profundos que la gloria desmedida suele arrastrar consigo.

A la tierna edad de 6 años, ya estaba en el cine haciendo sus primeras incursiones en la película *La gitana y el charro*, compartiendo pantalla con sus legendarios padres.

A pesar de todo ese arte que la rodeaba, el canto no fue su primera opción.

En su adolescencia rebelde, sus intereses se inclinaban más hacia la poesía, el dibujo y el cine.

Su rebeldía la llevó a ser expulsada del colegio en cuarto de bachiller, un presagio de la tormenta que estaba por llegar.

 

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La vocación artística no fue un camino claro para la joven Lolita, que en su interior sentía la presión de una estirpe insuperable, incluso antes de dar su primer paso en la música.

El destino, sin embargo, tenía otros planes.

A los 17 años, con una belleza incipiente y un talento heredado, Lolita se lanzó al mundo de la música.

Su primer sencillo, *Amor Amor*, fue un auténtico terremoto.

Se catapultó al número uno en las listas de éxitos, un debut fulgurante que la convirtió en una estrella de la noche a la mañana.

Pero a pesar de los discos de platino que llenaban las paredes de su casa, una profunda insatisfacción la consumía por dentro.

Sentía que su carrera no despegaba con la fuerza que deseaba, una amarga sensación de que permanecía bajo la alargada sombra de su estirpe.

No importaba cuántos discos vendiera o cuántos conciertos llenara, siempre sería la hija de Lola Flores.

Esta percepción común en descendientes de grandes figuras ilustra la compleja dinámica que se había instalado en su alma.

 

Así fue el fugaz (pero intenso) romance de Lolita y Paquirri que se fue al  traste cuando el torero conoció a Isabel Pantoja

 

La herencia de una familia tan icónica como los Flores, si bien le abrió puertas y garantizó visibilidad instantánea, también impuso expectativas abrumadoras.

Esto dificultó la construcción de una identidad artística y personal verdaderamente independiente.

Esta presión y vacío la llevó a tomar decisiones impulsivas y autodestructivas.

El dinero que ganaba lo gastaba en tonterías, ropa y viajes, un grito de auxilio silencioso para llenar un vacío cada vez más grande.

La vida sentimental de Lolita fue un drama constante en la prensa del corazón.

Después de romances con Manolo Lapique y Sebastián Palomo Linares, un hombre marcó su vida para siempre: el torero Francisco Rivera “Paquirri”.

Para ella, Paquirri era un hombre en tecnicolor, una figura de belleza arrolladora que la enamoró hasta la médula.

La relación fue una pasión desbordada que chocó con una complicación mayúscula: Lolita mantenía una estrecha y leal amistad con Carmen Ordóñez, exesposa del torero.

En un acto de honestidad impensable hoy, Lolita confesó a Carmen su amor por Paquirri, y la respuesta fue un acto de nobleza que la conmovió profundamente.

Sin embargo, la pasión llevó a Lolita a dejar de trabajar para instalarse junto a Paquirri, una decisión que frenó su carrera y le pasó factura profesionalmente.

El idilio tuvo un final cruel: una llamada desde Buenos Aires le anunció que Paquirri estaba saliendo con Isabel Pantoja.

La traición, humillación pública y pérdida del amor la dejaron destrozada.

Los años 80 trajeron un intento de estabilidad con su matrimonio con Guillermo Furiase, una boda caótica que reflejaba la presión pública constante sobre su vida privada.

De esa unión nacieron sus dos hijos, Elena y Guillermo, quienes se convirtieron en su ancla en los momentos más difíciles.

 

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Pero el matrimonio no fue un cuento de hadas y terminó en 1995, marcando el inicio de una etapa oscura para Lolita.

Ese mismo año perdió a su madre Lola Flores y, 14 días después, a su hermano Antonio Flores, sumiéndola en un dolor insoportable.

Su duelo la llevó a la autodestrucción, sumergiéndose en el alcohol y las drogas durante casi dos años, mientras mantenía una fachada para sus hijos.

El punto de inflexión llegó gracias a su hija Elena, quien percibió su sufrimiento y pidió ayuda a la familia.

Desde entonces, Lolita inició un proceso de recuperación apoyada en el amor a sus hijos y la aceptación de sus pérdidas.

A pesar de su éxito artístico posterior, Lolita ha enfrentado recurrentes problemas económicos y personales.

Su matrimonio con Pablo Durán, con quien se casó en 2010, terminó en 2015 tras múltiples dificultades, incluyendo el impacto de un cáncer de útero.

Lolita ha demostrado una resiliencia admirable, enfrentando la fama, el dolor y las adversidades con valentía y autenticidad.

Hoy, a sus 65 años, sigue trabajando intensamente, creando y luchando por su lugar en el mundo más allá de la sombra que la vio nacer.

La historia de Lolita Flores es la crónica de un alma valiente que ha sabido transformar la tragedia en fuerza y arte.

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Más de 7,000 días de su vida fueron un infierno personal, una vorágine de amores trágicos, tragedias que la llevaron a la autodestrucción y una lucha incansable por ser alguien más allá de la sombra imponente de su linaje.

María Dolores González Flores, conocida como Lolita, nació en Madrid el 6 de mayo de 1958.

Su llegada no fue un acontecimiento privado, sino una noticia que paralizó a toda España.

Su madre era Lola Flores, la indomable, la única, la Faraona, y su padre, Antonio González, “El Pescadilla”, un talentoso guitarrista de sangre gitana.

Su linaje no era simplemente artístico, era realeza del espectáculo, un destino que la ató a una fama que desde su primer año de vida la convirtió en la niña más fotografiada de la nación.

No eligió la fama, nació en ella, y la constante exposición se convirtió en el aire que respiraba.

Esta circunstancia prefiguraba la constante exposición a la que estaría sometida, un destino tejido con hilos de flashes y titulares.

Ser la tercera en esa casa era vivir en un torbellino de arte, pasión y aplausos.

 

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Lolita ha confesado con nostalgia y melancolía que en su hogar el aplauso era el desayuno de todos los días.

Pero esa realidad, aunque para muchos sería un sueño, la mantuvo extrañamente con los pies en la tierra.

Quizá la saturación de fama evitó que la suya propia la deslumbrara y tocara su percepción de la realidad, algo que paradójicamente la salvó de caer en los vicios más profundos que la gloria desmedida suele arrastrar consigo.

A la tierna edad de 6 años, ya estaba en el cine haciendo sus primeras incursiones en la película *La gitana y el charro*, compartiendo pantalla con sus legendarios padres.

A pesar de todo ese arte que la rodeaba, el canto no fue su primera opción.

En su adolescencia rebelde, sus intereses se inclinaban más hacia la poesía, el dibujo y el cine.

Su rebeldía la llevó a ser expulsada del colegio en cuarto de bachiller, un presagio de la tormenta que estaba por llegar.

La vocación artística no fue un camino claro para la joven Lolita, que en su interior sentía la presión de una estirpe insuperable, incluso antes de dar su primer paso en la música.

El destino, sin embargo, tenía otros planes.

A los 17 años, con una belleza incipiente y un talento heredado, Lolita se lanzó al mundo de la música.

Su primer sencillo, *Amor Amor*, fue un auténtico terremoto.

Se catapultó al número uno en las listas de éxitos, un debut fulgurante que la convirtió en una estrella de la noche a la mañana.

Pero a pesar de los discos de platino que llenaban las paredes de su casa, una profunda insatisfacción la consumía por dentro.

Sentía que su carrera no despegaba con la fuerza que deseaba, una amarga sensación de que permanecía bajo la alargada sombra de su estirpe.

No importaba cuántos discos vendiera o cuántos conciertos llenara, siempre sería la hija de Lola Flores.

Esta percepción común en descendientes de grandes figuras ilustra la compleja dinámica que se había instalado en su alma.

La herencia de una familia tan icónica como los Flores, si bien le abrió puertas y garantizó visibilidad instantánea, también impuso expectativas abrumadoras.

Esto dificultó la construcción de una identidad artística y personal verdaderamente independiente.

Esta presión y vacío la llevó a tomar decisiones impulsivas y autodestructivas.

El dinero que ganaba lo gastaba en tonterías, ropa y viajes, un grito de auxilio silencioso para llenar un vacío cada vez más grande.

La vida sentimental de Lolita fue un drama constante en la prensa del corazón.

Después de romances con Manolo Lapique y Sebastián Palomo Linares, un hombre marcó su vida para siempre: el torero Francisco Rivera “Paquirri”.

Para ella, Paquirri era un hombre en tecnicolor, una figura de belleza arrolladora que la enamoró hasta la médula.

La relación fue una pasión desbordada que chocó con una complicación mayúscula: Lolita mantenía una estrecha y leal amistad con Carmen Ordóñez, exesposa del torero.

 

 

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En un acto de honestidad impensable hoy, Lolita confesó a Carmen su amor por Paquirri, y la respuesta fue un acto de nobleza que la conmovió profundamente.

Sin embargo, la pasión llevó a Lolita a dejar de trabajar para instalarse junto a Paquirri, una decisión que frenó su carrera y le pasó factura profesionalmente.

El idilio tuvo un final cruel: una llamada desde Buenos Aires le anunció que Paquirri estaba saliendo con Isabel Pantoja.

La traición, humillación pública y pérdida del amor la dejaron destrozada.

Los años 80 trajeron un intento de estabilidad con su matrimonio con Guillermo Furiase, una boda caótica que reflejaba la presión pública constante sobre su vida privada.

De esa unión nacieron sus dos hijos, Elena y Guillermo, quienes se convirtieron en su ancla en los momentos más difíciles.

Pero el matrimonio no fue un cuento de hadas y terminó en 1995, marcando el inicio de una etapa oscura para Lolita.

Ese mismo año perdió a su madre Lola Flores y, 14 días después, a su hermano Antonio Flores, sumiéndola en un dolor insoportable.

Su duelo la llevó a la autodestrucción, sumergiéndose en el alcohol y las drogas durante casi dos años, mientras mantenía una fachada para sus hijos.

El punto de inflexión llegó gracias a su hija Elena, quien percibió su sufrimiento y pidió ayuda a la familia.

Desde entonces, Lolita inició un proceso de recuperación apoyada en el amor a sus hijos y la aceptación de sus pérdidas.

A pesar de su éxito artístico posterior, Lolita ha enfrentado recurrentes problemas económicos y personales.

Su matrimonio con Pablo Durán, con quien se casó en 2010, terminó en 2015 tras múltiples dificultades, incluyendo el impacto de un cáncer de útero.

 

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Lolita ha demostrado una resiliencia admirable, enfrentando la fama, el dolor y las adversidades con valentía y autenticidad.

Hoy, a sus 65 años, sigue trabajando intensamente, creando y luchando por su lugar en el mundo más allá de la sombra que la vio nacer.

La historia de Lolita Flores es la crónica de un alma valiente que ha sabido transformar la tragedia en fuerza y arte.

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